Republicanos, en la encrucijada latina

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Los republicanos están disfrutando de una vuelta de la victoria bien merecida. Pero cuando se trata de temas delicados como el acercamiento a los hispanos o la reforma migratoria, aún parecen algo confundidos sobre el camino a seguir.

Por Rubén Navarrete Jr

El epicentro de esta confusión es el sudoeste, la región del país donde viven más mexicanos y mexicoamericanos. Esos grupos representan alrededor de dos tercios de los 54 millones de hispanos de los Estados Unidos, y más de la mitad de lo que se estima que son entre 10 y 12 millones de electores hispanos, que probablemente voten en 2016.

Este subgrupo tiene un peso especial porque –a diferencia de los puertorriqueños y dominicanos, que son leales electores demócratas, y los cubanoamericanos y muchos centroamericanos que tienden a votar a los republicanos– los mexicanos y los mexicoamericanos son más variables.

Aunque aún votan casi 2-1 a favor de los demócratas, una tendencia que continuó en las elecciones de mitad de período, son básicamente electores conservadores que han demostrado su disposición a cruzar líneas partidarias para apoyar a aquellos republicanos moderados que hagan el esfuerzo de conectarse con ellos.

Y en esas contiendas, cuando un 35 ó 40 por ciento de los mexicanos y mexicoamericanos votan por los republicanos, los demócratas a menudo pierden. Lamentablemente para el Partido Republicano, eso no ocurre con mucha frecuencia, en gran parte por la manera torpe en que el partido ha manejado el asunto de la inmigración, que a menudo se la percibe como antihispana. Algunos republicanos reconocen ese hecho y quieren cambiar las cosas. Otros insisten obcecadamente en que no están haciendo nada mal y se resisten a extender su mano a electores que habitualmente no favorecen a su partido.

Lo que nos lleva a la confusión. Los resultados de las elecciones no lograron definir el debate actual entre dos facciones del Partido Republicano –los que piensan que el partido puede sobrevivir únicamente si atrae distintos tipos de electores, y los otros que piensan que el partido nunca sobrevivirá si diluye su mensaje y abandona a sus miembros de base.

El día anterior a la elección, hablé con una de las pensadoras conservadoras más influyentes de la nación, que vive en Colorado. Parecía quejarse de que el representante Cory Gardner, candidato republicano al Senado que venció al senador en ejercicio, el demócrata Mark Udall, en ese estado, no era suficientemente conservador. Le frustraba especialmente que Gardner hubiera pasado meses practicando el juego de los demócratas de hacer demagogia con los hispanos –tendiendo lazos a un grupo étnico que representa un quinto de los residentes de Colorado.

Los informes mediáticos que surgieron después de la elección confirmaron que Gardner se acercó a los hispanos en forma significativa y, sin duda, no estuvo solo. El Comité Nacional Republicano, que envió trabajadores a 11 estados con grandes poblaciones hispanas, mandó tres coordinadores de extensión hispanos, de tiempo completo, a Colorado.

Por otro lado, tras la victoria de Gardner, escuché a un par de locutores de radio conservadores alardear de que el senador electo había realizado una campaña ‘perfecta’, con una estrategia que debería servir de modelo para otros republicanos. No mencionaron específicamente el acercamiento a los hispanos, pero no era necesario hacerlo. Fue parte integral de la estrategia ganadora.

Los mismos locutores también cacarearon sobre las victorias aplastantes de dos estrellas ascendentes del Partido Republicano: la gobernadora de Nuevo México, Susana Martínez y el gobernador de Nevada, Brian Sandoval. Martínez venció a su adversario demócrata casi por 15 puntos y Sandoval –que se llevó el 70 por ciento del voto en su contienda– dio una paliza de más de 40 puntos a su rival demócrata. Incluso en estados en que la mayoría de los hispanos son demócratas registrados, estos dos republicanos obtuvieron más del 40 por ciento del voto hispano.

Pero aquí es donde se pone interesante. En el pasado, tanto Martínez como Sandoval han hecho un llamamiento para una reforma migratoria integral. De hecho, Martínez llegó a burlarse de la sugerencia de Mitt Romney, en 2012, de que los inmigrantes ilegales debían ‘autodeportarse’, si el clima en Estados Unidos se volvía poco hospitalario.

Y hablando de Romney, antes de la elección, el ex candidato republicano declaró, con seguridad, que una propuesta para la reforma migratoria ‘iba a tener lugar’ si los republicanos tomaban el Senado. Y sin embargo, ahora que el Partido Republicano ha logrado hacerlo, los conservadores que se oponen a lo que la derecha llama ‘amnistía’, insisten en que las victorias electorales del Partido Republicano constituyen un claro mensaje contra la aprobación de una propuesta de ley de ese tipo. Pero, si esos electores que apoyan la reforma migratoria dan algún valor a lo que dijo Romney, y se sintieron más cómodos votando por los republicanos por ese motivo, lo opuesto podría ser también cierto.

Para los republicanos, ganar las contiendas fue fácil. Resolver estas contradicciones y unirse en torno a objetivos comunes será más difícil.

ruben@rubennavarrette.com

Fuente: The Washinton Post

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