PRI: ¿Renovar, reformar o refundar?

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En el PRI las caras de luto de la dirigencia en pleno cuando René Juárez Cisneros anunció su renuncia al Comité Ejecutivo Nacional reflejaban el estado de ánimo que les dejó la peor derrota histórica en su vida. Pero más grave resultó su miedo a dar un nuevo paso en su historia, a iniciar una refundación profunda que incluya el cambio del nombre adquirido en 1946, que ya no refleja la vida del país, sino que es sinónimo de corrupción.

Es evidente que en el PRI la dirigencia actual tiene miedo a las palabras y al cambio. Desde que se fundó en 1929 como el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que le dio cauce institucional a lo que dejó la Revolución, solo ha tenido dos cambios importantes: en 1938 como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y en 1946 como Partido Revolucionario Institucional (PRI), a partir del cual los civiles toman el poder presidencial.

Esto es, desde hace 72 años el PRI no tiene un cambio de nombre, adecuado a las nuevas circunstancias del país, y en sus principios y plataforma no existen las nuevas exigencias de participación democrática en la toma de decisiones ni tampoco las exigencias actuales de lucha contra la corrupción.

Este partido cuyos sustantivos reflejaban una contradicción esencial con una “revolución institucionalizada”, desde hace décadas quedó completamente rezagado ante las nuevas demandas sociales de apertura ciudadana en el debate y toma de decisiones para el funcionamiento del sistema político y de gobierno que se refleja en las cámaras legislativas y en la vida de los propios partidos políticos.

Más allá de los resultados del pasado primero de julio que representaron su peor derrota en elecciones federales, la animadversión ciudadana a lo que representa el partido y el gobierno emanado de sus filas, quedó reflejada en el voto de castigo mayoritario de una ciudadanía harta de la impunidad, corrupción, injusticia, nepotismo, despotismo y la violencia que todos los días se sufre en todo el país.

Ante la amenaza de la extinción por inanición, los priistas tienen ante sí la posibilidad de un cambio de fondo si es que quieren mantenerse con posibilidades de recuperar el poder. Para ello el primer paso es desmarcarse completamente del equipo de Enrique Peña Nieto representado por José Antonio Meade, Aurelio Nuño y Luis Videgaray.

Luego llamar a una refundación del partido en una asamblea nacional en la que participen no solo delegados, sino que se abra a la militancia que vive en el día a día el estigma de ser priista. Luego de eso hacer los cambios en los estatutos que permitieron las candidaturas externas y finalmente adecuar los principios a la nueva realidad nacional.

De ahí vendría la posibilidad de cambiar el nombre como ya se ha planteado desde hace casi tres décadas cuando se habló del Partido Nacional de Solidaridad.

En la decisión de renovarse, reformarse o refundarse esta el nivel de profundidad de cambio que habrán de elegir los priistas para sobrevivir o para iniciar una nueva etapa que los lleve a ser tomada en cuenta como una opción de gobierno confiable y a la altura de las exigencias actuales.

Por cierto… Han ocurrido varias crisis sociales que el PRI desdeñó e incluso denostó en su momento: el movimiento estudiantil de 1968; la fractura de 1988 con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, entre otros; el surgimiento del movimiento zapatista y el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994; y las derrotas presidenciales del 2000 y 2006. La nueva derrota del pasado 1 de julio es una nueva llamada de atención, quizá la más fuerte, que si no la asimilan podría ser el inicio de su pérdida de registro en la próxima elección intermedia en 2021.

Fuente: Proceso

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