Se decidirá en las calles, lo decidirá la gente

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Por Epigmenio Ibarra

No será el presidente el que decida quién habrá de ser la o el candidato de su partido para sucederlo.

No serán la cúpula de esta organización política o los medios de comunicación masiva y en ellos “las grandes figuras” el fiel de la balanza en este inédito proceso de selección con el que se pone fin al “Tapado”.

Abajo se ha venido, como tantas otras, esa perversa institución que, por décadas, fue la garantía de continuidad -y también de impunidad transexenal- en el viejo régimen.

Por primera vez se decidirá en las calles, lo decidirá la gente.

De nuevo Andrés Manuel López Obrador reafirma su vocación democrática y pone, como lo hizo con la consulta de revocación de mandato, su propia cabeza en la picota.

Nada habrá de deberle a él quien, gracias a la encuesta abierta aplicada por Morena, resulte ganadora o ganador.

Nada deberá tampoco a la cúpula partidaria y menos a los medios de comunicación.

Solo a asumir como propio y a impulsar un proyecto de Nación que garantice la continuidad, la consolidación y la profundización de la 4ª Transformación se verá obligado quién, a partir del 6 de septiembre, se haga cargo de la conducción del movimiento y luego sea su candidata o su candidato presidencial.

Hasta a ese resquicio de poder e influencia -el liderazgo político que entregará en 5 semanas- ha renunciado el presidente.

Con las manos libres, para actuar incluso en su contra, quedará quien aspire a sucederlo.

Ni hombre fuerte, ni poder tras el trono, ni líder moral será, por decisión propia, López Obrador cuando termine su mandato.

Y mientras López Obrador, Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco se la juegan así, abierta y democráticamente, la derecha conservadora -no podía ser de otra manera- vuelve al canon tradicional.

Más allá del sainete supuestamente democrático y ciudadano organizado -es un decir- por la coalición opositora, lo cierto es que, la decisión de elegir a su abanderada o abanderado en el 2024 será, como en los viejos tiempos, de la cúpula económica, mediática e intelectual que manda sobre los partidos que la integran.

Sin posibilidades de participar en la selección de su candidata o candidato se quedaron las y los conservadores de a pie.

Como “audiencia cautiva” de las “grandes figuras mediáticas” que ofician como grandes electores terminaron.

Como meros testigos de un melodrama ramplón protagonizado por valientes que salen huyendo, figuras fulgurantes que, al primer hervor, se eclipsan, personajes que lloran y que gritan y las y los viejos villanos de siempre operando en la oscuridad, han quedado la militancia de esos partidos a los que, más que las convicciones, unen el odio a López Obrador y la sed de venganza.

“Aburrida” dice ahora la comentocracia que es el proceso interno de Morena y, desde su punto de vista, tienen razón.

Que no “prenden” las campañas insisten y es cierto; se quedaron sin espectáculo y sin rating.

El escándalo que esperaban. La ruptura en la izquierda que deseaban y por la cual tanto trabajaron no se ha producido.

Recia, pero sin más incidentes que, los protagonizados por algunos simpatizantes que -en la red- sudan calenturas ajenas, ha sido la contienda.

En las calles de pueblos y ciudades del país y no en las páginas de los diarios o en los estudios de radio y TV se mueven, sin pelearse entre ellos, la y los candidatos de Morena y ahí se gesta también el proyecto de Nación.

A ras de tierra en contacto directo con “ese pueblo que -como le recuerda López Obrador a los conservadores- sí existe” se construye colectivamente la democracia y yo, a mis casi 72 años, me siento honrado y orgulloso de vivir este momento.

@epigmenioibarra

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