Miel y transgénicos, ¡la imposible coexistencia!

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Po Rémy Vandame*
Preguntamos el 12 de junio de 2012, en estas mismas columnas: Miel y transgénicos, ¿la imposible coexistencia? En aquel momento se refería a una preocupación respecto a la contaminación de la miel por polen de soya transgénica, cultivo que acababa de ser autorizado a gran escala en México.

Hoy podemos afirmar con muchos elementos científicos que la coexistencia es imposible: la producción de miel se verá afectada irremediablemente de manera negativa con el cultivo de soya transgénica, o genéticamente modificada (GM). Argumentos científicos, ambientales y sociales sustentan esta aseveración.

Desde el punto de vista científico, se ha demostrado que la contaminación de la miel con polen de soya GM será inevitable. Con base en estudio propio, sabemos que las abejas visitan los campos de soya hasta a dos kilómetros de sus colmenas. Si bien no ha habido casos graves de contaminación de la miel mexicana hasta ahora, porque la soya se cultiva en extensiones aún limitadas (hasta 16 mil hectáreas en Hopelchén, Campeche) y las abejas aún cuentan con otros cultivos no transgénicos. Pero de ampliarse el área con transgénicos o prolongarse su siembra en los sitios aprobados, eventualmente pasará lo mismo que en Argentina: 28 por ciento de la miel contiene polen transgénico. Por lo tanto, no es posible la coexistencia entre el cultivo de miel sin contaminación transgénica y la siembra de cultivos transgénicos.

Desde el punto de vista ambiental, lo más grave es que el monocultivo de soya se hace en terrenos recientemente deforestados, sin permiso para ello e implica el uso de glifosato con impactos no deseados a corto, mediano y largo plazos. Esto lo muestran los datos de la Sagarpa, según la cual entre 2013 (año posterior al permiso dado a la soya GM) y 2014, la superficie agrícola se ha incrementado en 9 mil 594 hectáreas, cuando la superficie de soya se ha incrementado 9 mil 449 hectáreas, alcanzando en poco tiempo 24.7 por ciento de la superficie cultivada en este inmenso municipio de Hopelchén. Entonces no sólo coincide la extensión del cultivo de soya con la extensión de la agricultura, sino que estas extensiones se hacen a costa de la vegetación original usando tala inmoderada e ilegal del bosque local. La pérdida de bosque es una pérdida de un recurso crucial para las abejas, y afecta no sólo la producción de miel, sino también la diversidad de las abejas, o sea de la biodiversidad, que es una de las grandes riquezas de México y base del equilibrio en este sistema agroecológico y de muchos otros, además de los impactos ambientales nocivos: pérdida de suelo, escurrimiento de agua, etcétera.

El uso del glifosato en todos los cultivos de soya transgénica aprobados y que se ofrecen hoy en día implica impactos muy negativos en ambiente y salud. La soya tolerante a este tóxico lo acumula en sus tejidos y llega a los alimentos y también al polen que, al contaminar la miel, también llega a nuestra dieta. La Organización Mundial de Salud ha clasificado el glifosato como probablemente cancerígeno en humanos. Al sembrar cualquier cultivo transgénico que resiste a este tóxico, se aumentan sus concetraciones en los alimentos, el agua, y también otros utensilios de uso común y cercano (por ejemplo, algodón, entre otros). En Argentina se ha demostrado que la exposición al glifosato afecta de manera grave el aprendizaje y la salud de las abejas también. En resumen, el cultivo de soya transgénica implica impactos nocivos en salud de las abejas y de los seres humanos, y en el ambiente.

La siembra de soya transgénica también tiene impactos negativos en la sociedad: sus monocultivos requieren de grandes extensiones, favoreciendo la concentración y el despojo de tierras. Un ejemplo emblemático de este proceso fue la compra de 5 mil 695 hectáreas en el ejido de Xmaben, en el mismo municipio de Hopelchén, en 2008. Así se van desintegrando los territorios y sus comunidades, a costa de los campos agroindustriales que sólo pretenden escalar sus negocios y obtener mayores ganancias. Esto también va minando la soberanía de los pueblos, su capacidad y autonomía para producir sus propios alimentos.

En resumen, después de tres años de estudios cuidadosos y análisis científicos rigurosos, podemos asegurar, sin lugar a dudas, que no es posible que la siembra de soya transgénica conviva con la producción de la miel sin contaminación transgénica y de agrotóxicos cancerígenos. Además, la siembra de estos transgénicos da lugar a tasas elevadas de deforestación, afectaciones a la salud de las abejas y de los campesinos o consumidores, e impactos ambientales nocivos en cascada; cancela la soberanía alimentaria, promueve el acaparamiento y despojo de tierras y la desintegración de los territorios y comunidades campesinas, con todas las consecuencias sociales negativas y de injusticia que esto implica.

* Rémy Vandame. El Colegio de la Frontera Sur. Coordinador del proyecto de apicultura en el Programa de Agricultura y Alimentación de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad.

Fuente: La Jornada

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