Las claves del debate

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Por Ángel Otero Calderón.

Los debates de los candidatos presidenciales en México no suelen modificar gran cosa las preferenciales electorales. La experiencia demuestra que no necesariamente constituyen un ejercicio público que incida de manera definitiva en el resultado, en buena medida por el formato acartonado de tales encuentros que impide un verdadero debate de ideas y proyectos.

Pero también hay otras razones. Por principio de cuentas, está el problema de la baja audiencia que tradicionalmente se registra en un electorado históricamente indiferente y distraído. Además está la cuestión de que quienes siguen los debates, a estas alturas de las campañas ya tienen definido el sentido de su voto. Y, desde esa perspectiva, ven ganar a aquél por quién ya habían decidido sufragar de antemano.

¿Será el debate de este domingo una excepción? O dicho de otro modo: ¿Puede este segundo debate impactar de manera significativa en las tendencias del voto, de modo que altere significativamente las mediciones en las encuestas en cualquier sentido?

Al margen de las versiones periodísticas de un acuerdo entre el PRI y el PAN para que sus candidatos lancen un ataque concertado contra el apóstol de las izquierdas, en el que quizás hasta el abanderado Panal podría sumarse a la estrategia que buscaría contener el avance de Andrés Manuel López Obrador, lo cierto es que las estrategias van más allá del desempeño de los contendientes.

Y es que, vale preguntarse, ¿quién gana un debate? ¿El que aumenta algunos puntos gracias a su desempeño o quien pierde menos puntos guardándose las espaldas? O ¿acaso aquél que sabe aprovechar los yerros discursivos de los adversarios y muestra mayor capacidad argumentativa?

No se gana ciertamente con proyectos e ideas o por quien ofrece soluciones más viables para sacar al país de la parálisis y el miedo, sino con impactos mediáticos, lo que devuelve la pelota al campo de la manipulación de la opinión pública.

La verdad es que quien gana no es otro que aquél el que logra imponerse en el juego de las percepciones. He allí, pues, la clave principal. Entonces, no se puede ganar un debate sin los medios, lo cual no habla muy bien de la democracia que tenemos, según se nos dice.

En este sentido, los estrategas suelen buscar imponerse, más que en el debate en sí mismo, en la arena de las percepciones que se lleva a escena lo que se da en llamar el post debate. Es decir, por encima de lo que ocurra la noche del domingo en Guadalajara, lo que más puede incidir en las preferencias, para avanzar a un candidato o contener a otro, es el manejo y la difusión que se hagan en los medios masivos de comunicación para imponerse en el terreno de las percepciones.

En la historia de los debates presidenciables mexicanos, el único señaladamente notable fue el de 1994, en el que un habilidoso Diego Fernández de Cevallos avasalló a Cuauhtémoc Cárdenas y le pasó por encima a Ernesto Zedillo, catapultándolo al primer lugar de las preferencias. Tampoco en aquella ocasión el debate resultó definitorio, debido básicamente al abandono de un mes en la recta final campaña, merced ya sea a amenazas o que Diego nunca buscó ser presidente sino evitar que Cárdenas lo fuera. O una mezcla de ambas posibilidades.

¡Bien se puede ganar un debate pero perder la presidencia!

Como sea, existe una razonable expectativa social de que el segundo debate pueda tener algún efecto considerable en la percepción de los votantes, de modo que logre incidir en las preferencias electorales sobre todo en lo que hace al sector del voto volátil y en el de los indecisos, si bien todavía está por verse como se expresa en las urnas, si es que lo hace, ese fenómeno del llamado voto útil, generado por la caída del PAN.

Está más que cantado que López Obrador será el blanco de los ataques, simple y llanamente porque está subiendo y constituye una amenaza abierta a los intereses de las élites que se apoderaron del país, a partir de la imposición del modelo económico y social llamado neoliberalismo que les ha posibilitado crear fortunas insultantes para las vastas mayorías de empobrecidos y ahora sometidos también al terror de la criminalidad infrahumana.

Tengo para mí que Andrés Manuel decidió no participar en los ensayos del debate, quizá porque ya tuvo suficiente con el del miércoles por la noche. La entrevista en Primer Grado, en efecto, demostró que al candidato de las izquierdas ya aprendió a domar a las fieras sin perder la vida en ello. Ahora, sólo tendrá que replicar su estrategia frente a los previstos ataques del domingo, que muy probablemente serán los mismos que se le hicieron en el foro de Televisa, aunque esta vez serán otros actores y le repetirán la dosis cara a cara.

Sinceramente, me parecen más peligrosos y agresivos un Ciro Gómez Leyva, una Adela Micha o un Carlos Loret de Mola, y por mucho, que Peña Nieto, Josefina y Quadri.

Quien enfrentará su más importante desafío será sin duda Enrique Peña Nieto, porque de una parte está obligado a responder a los cuestionamientos que se le hagan, pero también, si quiere mantener la ventaja que todavía le dan las encuestas, está impelido a mostrarse como un político frío y sereno que puede tomar decisiones responsables bajo cualquier tipo de presión. Es decir, debe mostrarse como un estadista, cualquier cosa que ello signifique, y rehuir las provocaciones. Meterse en el callejón de una reyerta verbal emocionalmente cargada, sólo puede exponerlo a perder más puntos.

A su vez, Josefina Vázquez Mota, quien se ha ganado más que merecidamente el tercer lugar en la intención del voto, tendrá la oportunidad de tomar una elección propia: Ponerse al servicio del puntero de las encuestas, como ha sugerido Vicente Fox, o demostrar que es diferente y en consecuencia buscar afianzar su propia imagen en contraste con sus dos adversarios, dándole a cada cual lo suyo. A querer y no, el PAN tiene frente a sí el riesgo de perder la poca credibilidad que le queda, si  se pone, otra vez, al servicio del PRI.

Y, ¿qué cabe esperar de Quadri? Bueno, pues que haga lo que le ordene la maestra…

Vaticinar algún impacto del debate en las preferencias electoral es entrar en el terreno de la adivinación y, ya se sabe, las profecías y los videntes están muy desprestigiados por estas fechas.

Roy Campos, no obstante, viene a decirnos que un 13 por ciento de los electores podría cambiar su voto, porcentaje que desde luego vendría a darle un posible vuelco a la elección. Más allá de los oráculos, habría que escudriñar los signos de los tiempos. Y en este sentido me parece que un eventual vuelco en las tendencias, está más que todo en manos de los ciudadanos jóvenes. Si salen a votar, podríamos atestiguar una sorpresa.

Ya veremos. Y diremos…

1 Comment

  1. Muy interesante artículo, un poco cargado a la izquierda, pero con mucha razón estamos en una coyuntura, más real creo yo, de que la izquierda gane la presidencia.
    Felicidades!
    Quito, junio 2012