Comida rápida sentencia a latinos

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El consumo creciente de alimentos chatarra entre la comunidad hispana de los Estados Unidos está mermando la expectativa de vida con un aumento de enfermedades como diabetes, alta presión y males cardiacos. De hecho, los hijos de latinos tienden a vivir menos que sus padres

Por Sabrina Tavernise/ NYT

Brownsville, Texas— Convertirse en estadounidense puede ser malo para su salud.

Investigaciones recientes sobre la mortalidad entre inmigrantes muestran que entre más vivan en este país peores son sus tasas de enfermedad cardiaca, alta presión y diabetes. Y en tanto que sus hijos nacidos en Estados Unidos pueden tener más dinero, tienden a vivir menos que sus padres.

Estos patrones van en contra de la idea de que emigrar a EU mejora cada aspecto de la vida. También demuestran que al menos en términos de salud, las preocupaciones sobre la asimilación de los 11 millones de indocumentados son erróneas. De hecho, está ocurriendo muy rápido.

“Hay algo sobre la vida en Estados Unidos que no conduce a buena salud a lo largo de las generaciones”, dijo Robert A. Hummer, un demógrafo social de la Universidad de Texas en Austin.

Para los hispanos, que son el mayor grupo de inmigrantes, los nacidos en el extranjero viven tres años más que sus parientes nacidos en EU, según señalan varios estudios.

¿Por qué la vida en Estados Unidos –pese al sofisticado sistema de salud y altos ingresos per cápita– lleva a la mala salud? Nuevas investigaciones señalan que la ventaja de los inmigrantes se pierde con la adopción de comportamientos americanos, como fumar, beber alcohol, la dieta alta en calorías y el sistema de vida sedentario.

Aquí en Brownsville, una ciudad deteriorada y saturada de restaurantes de comida rápida, los inmigrantes dicen que les ha pasado lentamente, casi de manera imperceptible.

En EU, alimentos como el jamón y el pan, que no debieran ser dulces, lo son.

Y los niños pierden el gusto por comida tradicional mexicana como los nopalitos y frijoles.

Para los recién llegados, la cantidad y accesibilidad de la comida es una muestra de la abundancia norteamericana. Esther Ángeles recuerda su asombro por el tamaño de las hamburguesas –tan grandes como platos de cena– cuando vino por primera vez a EU, procedente de México, hace 15 años.

“Pensé que éste era el país de las oportunidades ¡Mira el tamaño de la comida!”, dijo Ángeles.

La comida rápida no sólo sabía bien, sino que era un símbolo de éxito, una indulgencia que los nuevos ingresos les permitían alcanzar.

“Lo crujiente era delicioso”, dice Juan Muñiz, de 62 años, recordando su primera visita a Church’s Chicken con su familia a finales de la década de 1970. “Estaba tan orgullo de comer fuera que les dije: ’vamos a comer, ahora que podemos pagarlo’”.

Para otros, ocurrió de manera sorpresiva.

“Trabajas tan duro que quieres usar tu dinero de manera inteligente”, dijo Aris Ramírez, una trabajadora de salud social en Brownsville, explicando el pensamiento. “Así que cuando escuchas que recibes el doble de papas fritas por 49 centavos extra, la gente cree que es económico”.

Para Ángeles, la emoción de la comida rápida se terminó, pero se impuso el ritmo frenético de los trabajos en EU. Se encontró comiendo hamburguesas más porque era más conveniente y estaba ocupada en su trabajo de 78 horas a la semana. Además, perdió control sobre la dieta de su hija, porque al ser madre soltera difícilmente coincidían a la hora de comer.

Robert O. Valdez, profesor de medicina familiar y comunitaria en la Universidad de Nuevo México, señaló que “todas las recomendaciones que hacemos a las personas desde una perspectiva clínica, que incluyen mucha fibra y menos carne, eran exactamente los hábitos que los inmigrantes mantenían regularmente”.

Al inicio de la década de 1970, investigadores encontraron que los inmigrantes vivían varios años más que los blancos nacidos en EU, aunque tenían menos educación y menos ingresos, factores comúnmente asociados con mala salud. Esa brecha ha crecido desde 1980. Aunque no está claro qué le pasó a los inmigrantes y a sus hijos nacidos aquí tras una vida en Estados Unidos.

La evidencia señala que a la segunda generación le va peor. Elizabeth Arias, una demógrafa del Centro Nacional para Estadísticas de Salud, ha realizado estimados exploratorios basada en datos del 2007 y 2009, que muestran que los inmigrantes hispanos viven 2.9 años más que los hispanos nacidos en EU. El hallazgo, aún no publicado, es similar al de otros estudios.

Aunque los datos no están desglosados por generaciones, Arias advierte que las generaciones subsecuentes –por ejemplo nietos y bisnietos– pueden mejorar si aumentan su estatus socioeconómico, lo cual en EU se relaciona con mejor salud.

Algunos investigadores sugieren que las diferencias tienen que ver con la variedad de hispanos del país. Los puertorriqueños nacidos en territorio continental de EU, por ejemplo, tienen una de las expectativas de vida más baja, aún peor que los blancos. Pero los mexicanos llegados a Estados Unidos viven dos años más que los mexicoamericanos.

“Me encantaría tener a mi esposa en casa cuidando a los niños y asegurando que coman bien, pero no lo puedo afrontar”, dijo Camilo Garza, un plomero y empleado de mantenimiento cuyo padre inmigró de México. “Cuesta dinero vivir en la tierra de la libertad: significa que ambos padres tienen que trabajar”.

Como resultado, su familia cena fuera casi cada noche, abandonando la mesa de la cocina.

“Está de adorno”, dijo Garza, quien tiene sobrepeso y fuma. “Es un lugar donde ponemos el mandado antes de meterlo al refrigerador”.

Fuente: The New York Times

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