Un vuelco histórico

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Epigmenio Ibarra

A balazos no ha de ser.

Eso ya lo aprendimos con sangre las y los mexicanos.

Muy caro ha sido el precio qué, en vidas, hemos pagado como para volver a empeñarnos, otra vez, en una guerra -sangrienta y sin perspectiva alguna de victoria- contra los cárteles de la droga.

Vendrán de nuevo, estoy seguro, ya se escuchan sus diatribas histéricas, charlatanes y profetas a prometer qué, con mano dura, salvarán a la patria, conquistarán la paz.

Mentirán como mintió Felipe Calderón Hinojosa.

Imposible vencer a un enemigo sin quebrar su capacidad logística y financiera; sin cerrarle el paso a las armas y los dólares que no cesan de cruzar la frontera y llegar a sus manos.

Imposible vencer, sin disputar al crimen organizado, una base social sobre la que tiene -a punta de plata o plomo y sacando raja de la monstruosa desigualdad social imperante- un férreo dominio en amplias zonas del territorio nacional.

Imposible vencer a un enemigo que tiene una inagotable capacidad de reposición de bajas y que sustituye de inmediato y poseídos de una furia suicida -pues saben que no tienen más destino que la muerte- a los sicarios que pierden en combate.

Imposible vencerlo, además, si por la urgencia de resultados y el desprecio absoluto por la vida humana que sentía Calderón, se convierte a las Fuerzas Armadas, que deben supuestamente imponer la ley y el orden, en una banda criminal tanto o más sanguinaria que los capos y sicarios a los que combate.

Imposible vencer a un enemigo que nació al amparo de un estado criminal con el que se mimetizaba, del que era solamente la otra cara de la misma moneda.

Todo esto lo sabía perfectamente Felipe Calderón Hinojosa y aun así, por órdenes de un gobierno extranjero, nos impuso la guerra.

No buscaba, este hombre que se robó la presidencia, este traidor a la patria, una victoria que sabía imposible; solo quería que el terror le permitiera ejercer un poder que había usurpado.

Tampoco Enrique Peña Nieto, continuador de su cruzada, abrigaba esperanzas de ganarla. Mantener al país en pie de guerra, le permitió, a este hombre banal, consumar el saqueo.

¿Y los medios de comunicación?

¿Y los líderes de opinión?

¿Y los intelectuales?

Coludidos con el viejo régimen, avalaron primero el fraude electoral y después una guerra que no hicieron el menor esfuerzo por comprender. Se dieron primero a la tarea de contar muertos para luego guardar ominoso y cómplice silencio ante la masacre.

Hoy rasgan sus vestiduras y cuando no claman por una solución mágica y urgente al problema de la violencia hacen una franca apología y añoran la guerra de Calderón.

Se equivocan.

Ni la guerra ni la magia valen; solo la justicia.

Sin arrebatarle la base social no se derrotará jamás al crimen organizado. No valen en esta disputa ni la propaganda ni las triquiñuelas contrainsurgentes que tanto gustan a los norteamericanos; solo valen las acciones radicales de justicia social.

La construcción de la paz por esta vía tomará tiempo, es cierto, pero cuando esta se conquiste, será duradera.

Hoy, por primera vez y así lo establece la Constitución, más de 3 billones de pesos, el 64.8 % del presupuesto nacional, llega a 23 millones de beneficiarios de los sectores más empobrecidos de la sociedad e impacta en 65% de los hogares en México.

A punta de pensiones para adultos mayores, de apoyos para personas con algún tipo de discapacidad, de becas para estudiantes de todos los niveles, de programas para jóvenes y campesinos se libra hoy esta batalla decisiva.

Perderá en ella el crimen organizado combatientes y colaboradores, ganará la Nación ciudadanas y ciudadanos con esperanza. De esto se trata este vuelco histórico.

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