Sobre voyerismo y libertad de prensa

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Por Svetlana Kolchik*

El septiembre fue un mes desafiante para la familia real británica. Primero, las fotos del príncipe Harry desnudo en una fiesta en un hotel de Las Vegas se filtraron en el Internet.

Poco después, se armó un escándalo más fuerte. Catherine Middleton, ejemplo de un buen gusto y modestia, fue fotografiada en topless tomando el sol con su esposo en una villa en el sur de Francia. Las fotos (había varias), sacadas con una potente cámara paparazzi de lente de largo alcance, luego fueron publicadas en el tabloide francés Closer y en otras ediciones europeas de prensa amarillista.

El título de Closer para la noticia sensacional decía “Oh my God! Les fotos qui vont faire le tour du monde!” (“Las fotos que darán la vuelta al mundo”). Y la dieron.

El Palacio de St. James condenó inmediatamente su publicación, al calificarla de “una invasión grotesca e injustificable de la privacidad”, similar a la cacería infame de los paparazzi a la Princesa Diana. La revista fue demandada, multada, se sometió a redadas policiales y fue obligada a revocar todo el material digital que provocó el furor. Su editora podría someterse a cargos adicionales, entre ellos criminales.

Por dudoso que pudiera parecer el incidente, sobre todo en el contexto de noticias y eventos mundiales mucho más trascendentales, provocó un debate interesante.

¿No será un poco extrema la reacción de la realeza? ¿No será que el perseguimiento de un tipo de fotografía afectaría al estatuto y la reputación del fotoperiodismo en general? ¿Y entonces, qué es lo que debería priorizarse, la libertad o la privacidad?

¿Y en cuanto a la responsabilidad de las celebridades, si sobre todo muchas de ellas mismas buscan la atención de los paparazzi? ¿Por qué la duquesa de Cambridge, siendo una figura pública, optó por tomar el sol desnuda?

¿Y por qué los tabloides británicos se negaron a publicar las fotos en topless de Kate mientras que sacan a la luz una variedad de féminas desnudas cada día? ¿No será algo hipócrita? ¿Podría marcar también el próximo declive del negocio de tabloides impresos ya que los teléfonos con cámaras e Internet les permiten a cualquiera distribuir todo tipo de material instante- y libremente a nivel global.

Y por fin, ¿por qué existe una demanda tan voraz por este tipo de material? ¿Por qué tenemos tantas ganas de ver los pechos de Kate Middleton?

En realidad, la última pregunta me intriga más que otras. Según la reciente encuesta entre los lectores de Guardian, el 72% desaprobaron la publicación de las fotos en topless de la Duquesa. Y no obstante casi la mitad de los encuestados admitieron haber mirado las respectivas fotos.

Tengo que confesar que antes de escribir este artículo, yo misma las miré. ¿Por qué? Es una forma de curiosidad instintiva, baja, propia para la mayoría de los humanos.

Irónicamente, cuando se trata de las celebridades o de aquellos, a los que consideramos ser más privilegiados que nosotros mismos, esta curiosidad se convierte en un voyerismo compulsivo. Sobre todo cuando vemos a ricos y famosos que fueron pillados por sorpresa y en un estado vulnerable, justo como ocurrió con la pareja real que estaba de vacaciones.

Creo que a lo mejor así obtenemos inconscientemente una satisfacción rara, sentimos algo parecido: “¡Eh! No son nada diferentes a nosotros, “. En este sentido, el paparazzi que sacó las fotos de la pareja real en momentos privados simplemente satisfizo esta demanda voyerista. Y tiene poco que ver con la libertad de prensa, creo, y con el derecho al acceso a la información.

La editora de la revista francesa Closer se defendía afirmando que las fotos no eran vulgares ni ofensivas, y simplemente representaban a “una bonita pareja amorosa”. No obstante, veo una seria violación de privacidad aquí. La princesa no se desnudó en una playa pública sino que en una residencia apartada y no sabía que la estaban fotografiando. Compárenlo con las bellezas que aparecen diariamente en tabloides por todo el mundo y con su propio consentimiento (y frecuentemente por pago) salen en topless o desnudas.

Además, en la Era Digital la privacidad es un asunto delicado. Por un lado, la mayoría de los países europeos, incluida Francia, tienen leyes de privacidad muy estrictas, con lo que a los periodistas les resulta bastante desafiante hacer documentales, ante el riesgo de posibles pleitos de privacidad. No obstante, los que usamos Facebook y otras redes sociales, contribuimos a que nuestra vida sea propensa a la intromisión. Es posible entrar en nuestras cuentas interactivas, etiquetarnos en las fotos sin nuestro permiso, las partes del cuerpo pueden aparecer en las llamadas páginas “creep shot” o “revenge porn” (sitios web para subir imágenes de las partes íntimas femeninas y las fotos de ex novios en situaciones comprometedoras, respectivamente).

Tras la invención de los teléfonos con cámaras y otra tecnología digital, cada uno puede hacerse “reportero”, “fotoperiodista” o “paparazzi” fácilmente. Hoy en día la línea entre los aficionados experimentados y los profesionales entrenados parece ser muy fina, y la competición es feroz.

Pues, al fin y al cabo, se trata de la responsabilidad y respeto, hacia uno mismo y hacia otros, a nivel personal y profesional. Justo como lo escribió en su blog Mickey Osterreicher, fotoperiodista veterano y asesor general de la Asociación Nacional de Fotógrafos de Prensa de EEUU, respecto a la diferencia entre un fotoperiodista y un paparazzi:

“No importa lo rápido que lo entreguemos, el mensaje todavía debe de merecer la pena de que lo oigan. No importa lo próximo que podamos acercarnos, las imágenes todavía deben de merecer la pena de que las vean. No importa lo avanzada que sea la tecnología, todos nosotros todavía somos humanos.”

* Svetlana Kolchik es directora adjunta de la edición rusa de la revista Marie Claire. Se graduó de la Universidad Estatal de Moscú, facultad de Periodismo, y la Universidad de Columbia, Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo, colaboró para el diario Argumenti I Fakti en Moscú y el USA Today en Washington, con RussiaProfile.org, ediciones rusas de Vogue, Forbes y otras.

Fuente: Ria Novosti

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