Sin prisas

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Por Emilio Ruiz Rodríguez*

Es habitual escuchar de boca de familiares y profesionales que conviven con personas con síndrome de Down que éstas “son muy lentas”. Y esa observación lleva en su interior el germen de una valoración negativa de esa lentitud, que se entiende como un defecto imperdonable. Vivimos en un mundo que se rinde ante la velocidad, en el que todo ha de realizarse con rapidez. Comemos apresuradamente, nos movemos siempre con prisas, se exige celeridad en el trabajo, y hasta en el terreno de las relaciones interpersonales parece que lo que prima es la velocidad y la superficialidad.

Sin embargo, las cosas verdaderamente importantes de la vida requieren tiempo y se cocinan a fuego lento. La comida en familia permite que los hijos conversen con sus padres y compartan ideas, valores y sentimientos. Un paseo sin prisas, tiene efectos balsámicos sobre el estado de ánimo, algo que difícilmente puede proporcionar la conducción vertiginosa en el tráfico endemoniado de la ciudad. Y el trabajo bien hecho es, por lo común, el realizado despacio y con buena letra.

Comer lentamente y disfrutar de la comida, pasear tranquilamente deteniéndose a mirar las hermosas sorpresas que el mundo con generosidad nos brinda, realizar las tareas con tranquilidad y perseverancia, son habilidades que poseen las personas con síndrome de Down y que los demás deberíamos utilizar como modelo y referencia. Hasta tareas cotidianas como vestirse o lavarse lo hacen con lentitud, algo que desespera a los padres aguijoneados por las prisas del día a día, pero que bien pudiera ser una fuente de crecimiento para ellos si supieran leer el mensaje entre líneas.

Jean Paul Sartre fue uno de los primeros en mostrar la estrecha relación existente entre la prisa y la violencia. La persona apresurada lo quiere todo ahora mismo, y cuando encuentra un obstáculo entre ella y su objetivo, es decir, cuando siente la más mínima frustración, emplea la violencia como el modo más rápido de conseguir lo que desea. Con toda seguridad, un mundo más tranquilo y lento sería un mundo mucho más pacífico.

Si redujéramos nuestra frenética actividad y nos acostumbrásemos a manejar agendas menos apretadas seríamos un poco más felices. El secreto reside en aprender a sentirse cómodos con la lentitud en lugar de correr siempre en pos de un tiempo que percibimos que se nos escapa, en una carrera alocada que nunca nos satisface, quizás presionados por el miedo a la muerte.

Deberíamos imitar la actitud de las personas con síndrome de Down en vez de intentar introducirlas en el mundo vertiginoso y desenfrenado en el que los demás estamos inmersos. En resumen, ve despacio, no tengas prisa, al único sitio hacia el que vas es hacia ti mismo.

* Emilio Ruiz Rodríguez. Psicólogo

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias

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