La madre de El Chapo: “Mi Dios no quiere que esté preso”

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La madre del Chapo Guzmán no se esconde y reporteros del semanario sinaloense Ríodoce la entrevistaron en su casa dos veces durante las últimas semanas, ahora se reproducen aquí las conversaciones. En ellas se revela una mujer religiosa y aguerrida que, por ejemplo, deja en manos de Dios el destino de su hijo pero toma en las suyas la suerte de un rancho confiscado por la Marina. Así, antes de la captura del líder del Cártel de Sinaloa aseguró: “Mi Dios no quiere que esté preso; por eso él pone los medios para que él salga, y el gobierno no entiende eso”. Y consciente de que El Chapo es una leyenda, la señora de 87 años sabe utilizar el respeto que su vástago concita entre vecinos y militares: “Por lo pronto –le dijo al marino que custodiaba su finca incautada– quisiera llevarme esos puerquitos que andan por ahí regados”. “¡Por favor, lléveselos!”.

Por Cristian Díaz/Miguel Ángel Vega/ Proceso

Justo cuatro días antes de la captura de Joaquín El Chapo Guzmán, Consuelo Loera Pérez, madre del capo, había enfrentado a los marinos para exigirles que le devolvieran un rancho asegurado por las autoridades, junto con cientos de cabezas de ganado, pero también para aclararles que estaría duro que atraparan a su hijo.

Entonces la señora confiaba en que, al menos en el futuro inmediato, a su hijo no lo tocarían.m “Si está libre es porque Dios acomodó todas las condiciones para que se escapara, y por eso anda libre, porque mi Dios así lo quiere”, dijo entonces doña Consuelo, durante una visita que hizo Ríodoce a su casa de La Tuna.

El arresto entonces se antojaba lejano porque, para la gente de Badiraguato, El Chapo, más que un capo, era un mito, como lo era también para los marinos que se dirigían a doña Consuelo como “la madre de una leyenda”.

Todo se había iniciado el lunes 4 de enero. Doña Consuelo estaba molesta porque el pasado 10 de diciembre el gobierno le había asegurado su rancho La Lagunita.

Durante tres semanas, la señora Loera esperó a que le desalojaran su propiedad, hasta que ya no quiso esperar y, armándose de un valor inusitado, hizo algo que nadie en la sierra se habría atrevido a realizar: enfrentar a los marinos.

“Es que me tomaron el rancho, oiga, y no sé por qué razón. Y con todo mi ganado ahí, sin comer y sin beber; Dios guarde se me muere algún animalito, y quién responde por eso”, argumentaba entonces.

Un día antes, el domingo 3 de enero, la señora Loera dijo a su gente que iría a reclamar a los marinos, y tanto trabajadores como familiares intentaron disuadirla, pues temían que fueran a agredirla.

“Pues ya estaría de Dios”, les repetía doña Consuelo, “pero no les durará mucho el gusto, pues con un gaznatazo tengo pa’ que acaben conmigo.”

Fue así que ese lunes, en punto de las 11 de la mañana, doña Consuelo se subió a su camioneta y ordenó que la llevaran a su rancho, cerca de Bacacoragua, para pedir a los marinos, “de buena manera”, que desalojaran su propiedad, la cual no tenía nada que ver con las actividades de su hijo El Chapo, sino que era una herencia de sus padres.

En el pueblo, al enterarse de aquella visita, asumieron la decisión con humor, y otros con preocupación; lo cierto es que para cuando doña Consuelo emprendió camino, seis camionetas con al menos 70 pobladores de La Tuna, Huixiopa, El Barranco, Arroyo Seco y La Palma se habían solidarizado con ella y, acarreados o no, la acompañaron.

Contrario a su hijo, doña Consuelo no iría armada a enfrentar a los marinos, sólo llevaría su Biblia, la misma que dice haber leído al menos en cuatro ocasiones y de la cual es capaz de recitar pasajes de memoria.

Los sierreños, hombres, mujeres y niños, dudaban por su parte que esas cavilaciones divinas funcionaran con los marinos, que tenían fama de violentos y estaban armados hasta los dientes, pero a esas alturas sólo restaba esperar que nada malo ocurriera.

Los lunes ni las gallinas ponen

Cuando doña Consuelo Loera y su gente estaban como a 100 metros de arribar al rancho, los marinos se pusieron en guardia, apretaron sus armas, y de un grito ordenaron a los conductores de las seis camionetas que ya no avanzaran, de lo contrario dispararían.

Doña Consuelo apretó su Biblia, y los conductores de las camionetas detuvieron la marcha de los vehículos en seco. Por un momento los sierreños dudaron y temieron por sus vidas, y todos se parapetaron en las cajas de las camionetas doble rodada en donde iban.

A lo lejos, los marinos corrían de un lado a otro para instalarse en puntos estratégicos al tiempo que preparaban sus armas, pues a simple vista desconocían a qué se enfrentaban. Apenas una semana antes les habían matado a dos compañeros en Angostura, y la nueva orden era ya no confiarse.

Doña Consuelo bajó entonces de su vehículo, y ello animó al resto de los acompañantes que, precavidos, también bajaron. Fue cuando se escuchó la voz de un marino que, a lo lejos, pedía que un civil se acercara al rancho “despacio, con las manos arriba, y la cintura descubierta”, por aquello que pudiera estar armado.

Los sierreños se miraron unos a otros mientras murmuraban quién sería el valiente que iría a hablar con los uniformados, pero nadie parecía animarse.

Fue en ese momento que doña Consuelo dio un paso al frente. La señora Loera se encaminó hacia la entrada de su rancho, y con pasos lentos pero firmes anduvo cuesta abajo, mientras más de 20 elementos de la Armada de México la observaban confundidos, incapaces de apuntar sus armas hacia ella.

Despacio y apoyándose en una de sus empleadas, doña Consuelo se detuvo a poco más de 20 metros de la entrada, mirando de reojo a los marinos que no se atrevían a hacer preguntas ni a dar órdenes; era evidente que muchos sabían a quién tenían enfrente.

Un marino alto, de unos 45 años, vestido con uniforme verde camuflado y con chaleco negro antibalas, salió de la casa del rancho y fue a su encuentro. Iba escoltado por otros tres marinos que portaban fusiles de alto poder y que discretamente miraban a doña Consuelo.

“Vengo a que me diga por qué tomaron mi rancho”, disparó la mujer a quemarropa.

El marino preguntó entonces que con quién estaba tratando: “Mi nombre es Consuelo Loera Pérez”, respondió ella.

El marino agachó entonces la mirada, y apaciguando el tono en su voz dijo que era para él “un honor conocer finalmente a la madre de una leyenda”.

“No todo el tiempo se tiene este honor”, insistió. De la manera más clara, el marino trató de explicar que ellos fueron asignados por la Procuraduría General de la República (PGR) para asegurar el rancho debido a que encontraron drogas y armas en él, y que no dependía de ellos partir, sino que debían recibir la orden desde arriba.

“Yo, señora, soy sólo un empleado. Yo, como sus trabajadores, recibo órdenes. Pero si usted quiere recuperar su rancho, vaya a la PGR para que inicie el procedimiento legal, y así usted recupere su propiedad”, explicaba el marino.

Doña Consuelo agradeció la honestidad al marino, aunque ella no habría venido de tan lejos para escuchar una retórica que posiblemente ya esperaba, así que utilizando su última carta dijo al marino que le preocupaban “sus animalitos” que andaban regados entre barrancas y cerros en los alrededores del rancho, “sin comer ni beber”.

“¡Lléveselos, señora, son suyos!”, recomendó el marino. A doña Consuelo no le hicieron dos veces la propuesta, sino que volvió a agradecer al marino su gentileza y dijo que mandaría unos vaqueros para que recogieran y llevaran el ganado para su rancho en La Tuna, aunque pidió que no se los fueran a golpear, “porque si vienen por mis vacas es porque yo los mando, no por otra cosa”, explicó la señora Loera mientras se frotaba las manos.

“Por lo pronto –añadió– quisiera llevarme esos puerquitos que andan por ahí regados, sugirió la señora.” “¡Por favor, lléveselos!”, exclamó el marino. La mujer mandó llamar a dos de sus trabajadores para que agarraran a dos puercos grandes y cuatro crías que andaban ahí cerca, pero como los sierreños no podían alcanzar a los puerquitos fueron asistidos por los marinos que, entrenados en tácticas militares, armaron cercos de seguridad para cazar a los animales, que resultaron demasiado escurridizos, incluso para los marinos, quienes poniendo las armas de lado tardaron como 20 minutos para agarrarlos.

Ya para despedirse, doña Consuelo invitó al marino a que, cuando tuviera tiempo, pasara a su casa a comer enchiladas, las cuales serían preparadas especialmente para él, a lo que el marino aceptó de inmediato.

Todavía reviró: “Ojalá me permitiera ver a su hijo, aunque sea de lejos, para al menos presumir que ya vi a una leyenda”. Ni siquiera lo veo yo, oiga, menos lo va a ver usted.

Viernes negro

El viernes pasado amaneció el ambiente impregnado de la noticia sobre el arresto del Chapo.

Varios de los campesinos que acompañaron a doña Consuelo a recuperar sus animales apenas si lo podían creer. Y doña Consuelo, ¿cómo está? se le preguntó a una persona cercana a la familia.

Pues triste, oiga. ¿Cómo más puede estar? Es su hijo. Alguna vez, en una entrevista hecha por este reportero, Doña Consuelo dijo que, más que la figura que manejaban los medios y el hombre tan señalado por los gobiernos de México y Estados Unidos, El Chapo era su hijo. Y, sólo por eso, en su corazón deseaba que no lo agarraran. El amor de madre, dijo entonces, se impone.

La entrevista del 31 de diciembre

Consuelo Guzmán Loera, mamá del Chapo, abrió las puertas de su casa en La Tuna, Badiraguato, una semana antes de que la Marina recapturara por tercera ocasión a su hijo Joaquín Archivaldo Guzmán Loera.

Doña Consuelo, como le dicen en el pueblo, es una mujer entregada a Dios. Apostólica de religión, cree firmemente que Dios no quiere tener a su hijo Joaquín El Chapo en la cárcel, y que por eso ha logrado fugarse dos veces, con la ayuda de Dios.

“Mi Dios no lo quiere tener preso, así que ¿qué más quieren?”, dice la madre del capo, quien en entrevista con Ríodoce habló sobre la cacería que mantenían las fuerzas federales para encontrar a su hijo.

A mediados de diciembre, la búsqueda del Chapo Guzmán llevó a la Secretaría de Marina Armada de México (Semar) hasta las cercanías de su madre, incautándole un rancho que, según reclamó Consuelo Loera, ha pertenecido a ella desde su infancia, y exige que le sea devuelto. Las autoridades aseguran que es propiedad de otro de sus hijos, Aureliano Guzmán, El Guano, y que se encontró droga en ese inmueble.

“Hace dos semanas que llegaron esas personas (marinos) y, por lo que veo yo, quieren recogerse mi rancho, y pues deseo que no se les conceda, no tienen por qué. Desde mi infancia yo poseí ese rancho y hasta la fecha, para que ellos lleguen sin tener razón a poseerse de él, pues no se me hace justo… yo quiero que nos dé garantías el gobierno porque eso no se me hace justo a mí, que se quieran hacer dueños de lo que no deben de hacerse”, dice Loera Pérez.

¿Había tenido problemas con la Marina antes? se le pregunta. No, nunca. Hasta ahora que van llegando ahí. Ellos tienen muchas garantías, a algo se atienen seguramente, porque andan haciendo cosas injustas, muy injustas.

¿Y qué era lo que tenía usted ahí? Pues hay de todo lo que se necesita, usted sabe, en un hogar, y de todo se han adueñado ahí y destruyendo lo que han podido. Tengo ganado que se necesita estarlo mirando, dando vueltas, y pos el vaquero que manda uno lo golpean. Pos ya no quiere ir nadie.

“Ahí al muchacho (un joven identificado como Luis Armando, que fue torturado y amenazado de muerte por la Marina), tuvimos que mandarlo inmediatamente a Culiacán porque lo dejaron muy golpeado, por poquito nos lo matan…

“No sé con qué acuerdo el gobierno lo hará, pos porque ellos traerán mucho poder para hacerlo, pero tengo un Dios de poder que es en el que confío, es el que nos está defendiendo y es el que nos va a defender.”

El gobierno, la Marina le atribuyó el rancho a Aureliano (El Guano), su hijo. Pero es mío… ahí crié a todos mis hijos y, como digo, ya ellos se salieron de mí, ya ellos buscaron su vida aparte, y quedé yo.

Algunos de sus empleados que estaban cuando llegaron los de la Marina dicen que les preguntaron por sus hijos. Usted dice que se casó y se fue hace mucho, ¿no sabe nada de Joaquín Guzmán?

Pues no, yo no sé dónde se encuentra ¿Tiene muchos años que no lo ve?

–Pues hace como dos años.

–¿Le parece duro estar tanto tiempo sin verlo?

–Pues sí, pero yo sé que mi Dios me lo protege. Porque mire, mi Dios no quiere que esté preso, por eso él pone los medios para que él salga, y el gobierno no entiende eso: hay un ser poderoso que está encima de todo y él es el que manda.

Doña Consuelo Loera no quiso dar detalles de la última vez que se reunió con su hijo, ni dónde lo había visto. Sólo aseguró que esa vez se encontraba bien. En julio del año pasado, cuando Guzmán Loera se fugó por segunda ocasión del penal de máxima seguridad del Altiplano, algunos esperaban ver un espectacular despliegue militar en la zona conocida como El Triángulo Dorado. Pero eso no ocurrió. Fue apenas el mes pasado que se supo que personal de élite de la Marina se había adentrado en la sierra y mantenía varios retenes por la carretera que conduce a Bacacoragua, en Badiraguato.

Según una fuente extraoficial, la Marina le dio vacaciones a la mitad de los elementos de las Fuerzas Especiales, que fueron llamados y concentrados unos días antes de que se montara el operativo que concluyó con el objetivo de capturar a Joaquín Guzmán Loera.

El operativo y labores de inteligencia en la búsqueda del Chapo Guzmán dejó un costoso saldo en Sinaloa. En octubre pasado, elementos de la Marina se trasladaron a la sierra en los límites de Durango y Sinaloa, donde según los informes federales estuvieron a punto de recapturarlo.

De ese operativo resultaron cientos de familias desplazadas de las comunidades Palos Verdes, El Verano, El Águila, Lagunitas, Los Laureles, El Ranchito y Las Iglesias. Los habitantes salieron huyendo de los ataques de la Marina y se resguardaron en Cosalá. Después de este hecho, los operativos de la Armada se intensificaron por todo el estado.

Para llegar a la tierra que vio nacer al Chapo, líder del Cártel de Sinaloa, hay que seguir la carretera de Badiraguato hacia Bacacoragua. Al llegar ahí se tiene que tomar una desviación y continuar por un camino de terracería.

Las comunidades están dispersas y las condiciones de los caminos propician que parezca que está más lejano un poblado de otro. Subir y bajar cerros, entre lugares que aparentan estar solitarios, pero donde se siente estar vigilado.

Me los fajaba

Era el último día del año y la mamá del Chapo Guzmán estaba sentada en el jardín de su casa, en La Tuna, donde los mayores lujos que hay son las flores de nochebuena que adornan el patio.

Desde ahí, Consuelo Loera no sólo habló de la presencia de la Marina en la sierra de Sinaloa; también abrió las puertas de su hogar para contar de su familia y la crianza de sus hijos.

–¿No considera que la presencia de la Marina sea para ejercer presión para la recaptura, luego de la segunda fuga de su hijo?

–Pues si él se ha salido es porque Dios lo ha permitido, oiga. Y eso no lo entienden ellos. Dios ha puesto todos los medios para que él salga. Claro que mi Dios no lo quiere tener preso, el que meramente manda lo ha echado juera.

Afirmó que sólo sus hijas son apostólicas y que su hijo Miguel Ángel, actualmente preso, se convertirá a esta religión una vez que salga. Consuelo es una mujer amable que, tras 37 años de ser apostólica, hace referencia a Dios en todo momento.

Hoy, la mamá de los Guzmán Loera tiene 87 años y habla pausado, pero sus palabras son firmes. Tiene una mente lúcida y una mirada profunda que esconde lo que piensa.

–¿Cómo era su familia cuando tenía a sus hijos chicos, cuando usted era joven?

–Ya que ellos pudieron trabajar me ayudaban a navegar los animales y a trabajar lo que en el campo trabajaban, a ver mis vaquitas.

–La Marina dijo que estuvieron a punto de detener a su hijo en la sierra de Cosalá, que se había lesionado, que estaba golpeado de la cara ¿Cómo se enteró de todo eso? ¿Usted cree que sí estuvieron a punto de detenerlo aquella vez?

–Fíjese que no, pues como yo no veo la tele. Oigo decir así por los que se dieron cuenta, por medio de la televisión, que habían ido los marinos por allá, por ese lugar. Pero yo no pierdo mi tiempo en ver tele. Me gusta mejor ponerme a estudiar la Biblia.

Consuelo contó que su parte favorita de la Biblia son los salmos, “tres salmos me sé de memoria”, inmediatamente después recitó:

“Nunca se aparte de la boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él y harás conforme en todo lo que en él está escrito. Entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente. No temas ni desmayes porque Jehová tu Dios estará contigo donde quiera que vayas.”

Fuente: Proceso

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