La inexistente libertad

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Por: Darío Ramírez

Mi jefe inglés vino de visita a México hace unas semanas. Durante días intentaba explicar lo complejo que es la realidad de nuestro país. No entendía por qué siendo un problema tan serio la violencia contra la prensa, y habiendo varias instituciones de estado encargadas para parar la violencia, estas era completamente inútiles y los casos de violencia siguen apilándose en los anaqueles de la impunidad. O bien cómo explicar la portada de la revista Time y al mismo tiempo el informe de Amnistía Internacional dónde se advierte del uso de la tortura en México. El inglés simplemente no entendía nuestra endémica dicotomía.

Su conclusión fue que alguien está mintiendo, porque ningún país puede avanzar cuando la tortura es una realidad en su país. Las reformas económicas aunque importantes quedan sin efecto cuando el número de detenciones arbitrarias es cada vez más común, o por lo menos, según el inglés, así debería ser. Se negaba reconocer que en México al parecer nos hemos acostumbrado a actos de violencia desde el estado como si la importancia fuese menor. Según él nuestra capacidad de asombro es inexistente.

Su pregunta final fue muy sencilla, ante una ardua explicación de nuestra realidad, dijo: “México es un país donde claramente hay muchas versiones de la realidad. El gobierno está ganando el cómo contar la historia y es gracias a su alianza con los medios de comunicación. Pero el contar una historia de una manera no cambia la realidad de la violencia contra la prensa y defensores de derechos humanos. Entonces, ¿porqué pueden presumir que hay una relativa libertad de expresión en México?” Según él, o se tiene o no se tiene la libertad. Que algunos la gocen más que otros no invalidad el hecho de que a unos (por ejemplo 76 periodistas asesinados) los matan por ejercer esa misma libertad.

Siempre que afirmo que la libertad de expresión en México está bajo ataque o en crisis, siempre sale un valiente a decir que en Cuba y Venezuela están peor. O, inclusive, que hace unos años era mucho peor porque prácticamente nadie podía publicar ningún contenido crítico. Sería mezquino reconocer que los tiempos han cambiado, hoy es cierto que los caricaturistas pueden mofarse del presidente (excepto si lo haces en Veracruz, por ejemplo). A lo que voy es que el contexto ha cambiado, cierto, pero no quiere decir que la libertad sea para todos. López Dóriga podrá decir lo que guste y seguramente no le pasará nada (y qué bueno), pero si un reportero de Coatzacoalcos escribe que parecería inocuo, su vida corre peligro. Entonces la libertad es para algunos, simplemente para algunos.

El ejercer la libertad de expresión en México pasa por dónde lo hagas, con quién lo hagas, sobre qué te expreses, cómo lo hagas y un sin fin de variables. Ese es el punto fino del análisis sobre el ejercicio de la libertad de expresión en México. ¿Por qué nos sentimos tan cómodos afirmando que hemos avanzado si el contexto, aunque diferente, es sumamente adverso? Aquellos, como el gobierno, que afirmen que no es así, simplemente o mienten u omiten.

La libertad de expresión se enfrenta ante tres grandes obstáculos:

1. La violencia física contra comunicadores y periodistas por parte de las autoridades. Ayer leíamos el editorial del periódico Noroeste en dónde describían cómo la policía municipal había detenido ilegalmente a un fotógrafo de ellos por el simple hecho de fotografiar cómo la policía dispersaba una manifestación disparando tiros al aire. Lo detuvieron arbitrariamente y una vez dentro de la patrulla el mismo oficial le puso una bolsa de plástico en la cabeza para amedrentarlo. O bien, hace unas semanas la policía municipal de Orizaba detenía arbitrariamente a un reportero que documentaba un desalojo, apareció horas después con señales de tortura. Cinco de cada 10 agresiones provienen directamente de algún funcionario público. El crimen organizado y la violencia que conlleva no son el principal factor de ataque y vulnerabilidad, sino es el mismo estado. Y por ese hecho inconcebible un inglés no puede comprenderlo. Son las autoridades mismas quienes con su inacción, silencio y ataque directo merman e inhiben el derecho a la libertad de expresión.

2. La cooptación de los medios de comunicación por el poder. Desde hace años hemos advertido sobre la tóxica relación entre medios de comunicación y el poder a través del gasto público discrecional en la compra de publicidad. La cooptación de las líneas editoriales pasa forzosamente por el criterio comercial. El dinero público tiene sometido al periodismo crítico e independiente. A ese periodismo que tanta falta le hace a este país para poder entender esa compleja realidad de la que pocos hablan. Mientras se gaste dinero público con amplia discrecionalidad, la prensa seguirá a la merced de los dueños de ese dinero: el poder público. Hace pocos días se conocía que el gobernador de Veracruz invitó a desayunar a algunos periodistas y hasta tuvo el detalle de darles un cachito de lotería (el humor negro no tiene fronteras). A lo que voy con este ejemplo es que la prensa no es víctima del dinero público. La prensa está acostumbrada a esa relación perversa. La falta de ética por parte de los periodistas hace que un día Duarte sea el enemigo y al día siguiente departan en la misma mesa.

3. Simulación de las instituciones garantes. Desde hace mucho tiempo un grupo de organizaciones impulsamos la creación de una fiscalía especializada para la atención de delitos contra la prensa. Al parecer nos equivocamos en la solución propuesta, porque 8 años después tenemos una fiscalía que no tiene a ningún responsable en la cárcel. Tenemos un programa de agravios a periodistas que más allá de buscar un impacto en prensa después de cada asesinato de un periodistas su impacto real de protección es ínfimo. Tenemos un mecanismo de protección a periodistas, de más o menos reciente creación, que cuando hay agresiones en Sinaloa o Veracruz o en cualquier otra parte, decide guardar silencio. Institución tras institución y la realidad sigue siendo la misma. Es inaudito que ante dicha estructura burocrática la prensa cada vez tenga más miedo y el estado siga simulando.

Los problemas para ejercer la libertad de expresión son generalizados. No son hechos aislados. Aunque el discurso oficial triunfalista busque imponer una narrativa, lo cierto es que la realidad es diferente. Ya sabemos que la solución no está en más instituciones y más leyes. La solución está en hacer que estas funcionen como debería funcionar el estado. Se llama rendición de cuentas.

Fuente: Sin Embargo

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