La hipocresía de “los campeones de la libertad de expresión”

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Por Rubén Luengas

La organización Reporteros Sin Fronteras (RSF), expresó su indignación por la presencia el pasado domingo 11 de enero en París de representantes de países que reprimen de hecho la libertad de información: “Reporteros sin Fronteras (RSF) expresa su indignación por la presencia en la “marcha de la república” realizada en París de dirigentes de países en los que los periodistas y los blogueros son constantemente reprimidos, como Egipto, Rusia, Turquía, Argelia y los Emiratos Árabes Unidos. Estos países se encuentran en los lugares 159, 148, 154, 121 y 118, respectivamente, entre 180 países en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa de RSF”.

Citando algunos casos concretos, en Turquía se realizaron el pasado diciembre detenciones de periodistas de medios de la oposición, en Hungría se votó en 2010 una ley que restringe el control de los medios sobre la información para pasarla a manos del poder político, en Jordania los monarcas Abdalá y Rania están detrás del cierre de una cadena de televisión, mientras en Egipto tienen más de un año encarcelados tres periodistas de Al Yazira por presuntamente haber prestado apoyo a los Hermanos Musulmanes.

Me pregunto ¿Por qué los líderes mundiales reunidos en París no han realizado alguna marcha de protesta contra la “masacre más mortífera”, según la organización Amnistía Internacional, perpetrada el pasado 3 de enero en el norte de Nigeria por terroristas de la milicia Boko Haram. Además de las autoridades locales, el arzobispo de Jos, Ignatius Kaigama ha acusado a los gobiernos occidentales de ignorar esta carnicería humana que podría sumar dos mil muertos, la mayoría niños, mujeres y ancianos que no pudieron moverse rápidamente para escapar de una ciudad que fue completamente devastada.

Sobran ejemplos cronológicamente cercanos que ilustran la hipocresía de los políticos que pretendieron mejorar su imagen pública exhibiéndose en la manifestación de París, pero miremos retrospectivamente los años noventa, un caso que aún hoy millones desconocen, cuando Clinton y Blair mantuvieron una zona de exclusión en Irak y un bloqueo que causó la muerte de cientos de miles de personas, principalmente niños, sin que el tema llenara las páginas de los diarios ni las pantallas de las televisoras del mundo y sin que esa tragedia provocada fuera denunciada por las voces indignadas que claman ahora por la preservación de la libertad de expresión. Tampoco recuerdo indignación y movilizaciones grandes en defensa de la libertad de expresión tras la detención arbitraria del
caricaturista palestino Mohamed Sabaaneh por parte de las autoridades israelíes, el 16 de febrero de 2013, cuando Sabaaneh regresaba a Cisjordania de una visita de cuatro días a Jordania.

O cuando el diseñador y caricaturista palestino, Nayi al Ali, célebre en Oriente Próximo, fuera asesinado en Londres el 22 de julio de 1987 cerca del periódico kuwatí Al Qabas, donde trabajaba. Un asesino profesional le disparó una bala a la cabeza, sin que la prensa occidental se hiciera eco de aquel atentado contra la libertad de expresión. Diez meses más tarde, Scotland Yard detuvo a un hombre que en el interrogatorio dijo haber sido reclutado por el Mossad.

Según Reporteros sin Fronteras, México sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas: “las amenazas y los asesinatos a manos del crimen organizado y de autoridades corruptas son cosa de todos los días. Ese clima de miedo, junto con la impunidad que prevalece, genera autocensura, perjudicial para la libertad de información”, afirma esa organización. De hecho clasifica a México como el sexto país con más periodistas asesinados y quinto en casos de secuestro a informadores, sin que este panorama aterrador provoque alguna protesta significariva entre los “campeones de la libertad de expresión” que han estado muy activos estos días aciagos y turbios del mes de enero que transcurre. Algunos de esos “campeones de la libertad de expresión”, representantes de la “mediocracia” mexicana, confabulados con las intenciones gubernamentales, despidieron 2014 propagando ante cámaras y micrófonos la “democrática” idea de pretender legitimar el uso de la fuerza pública para reprimir las protestas de los padres de los estudiantes normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, en septiembre pasado, sumándose luego en 2015 al coro de los entusiastas vocalistas “defensores” improvisados de la libertad, la igualdad y la fraternidad que en nombre de la “inmaculada” cultura occidental se pusieron a entonar La Marselleza. Son “candil de la calle y oscuridad de su casa”, igual que los protagonistas de “la marcha de la hipocresía”, refiriéndome a esos líderes políticos que se tomaron la foto del recuerdo en clara separación del pueblo que realmente marchaba y a quien le exigen de hecho sumisión y conformismo sin cuestionamientos al “orden mundial establecido”.

Esos hipócritas que simularon encabezar la marcha de París, me hicieron recordar a P. Botha, quien fuera presidente de Sudáfrica y a favor de la segregación racial quien decía “leer todas las noches la Biblia para conciliar el sueño”. Ahí estaban los fariseos del siglo XXI, los fundamentalistas radicales que defienden a ultranza su violenta y terrorista dictadura de los mercados. Esos que suelen ser vistos orando en público bendiciendo sus guerras, bombardeos e invasiones, apelando a diferentes cultos y textos religiosos para tranquilizar sus conciencias y llamar al mundo a la dócil aceptación de sus planes y designios y en pocas palabras, al sueño colectivo. Son justo los Estados quienes en el nombre de la seguridad, como la ya mencionada “Ley de Seguridad Ciudadana” en España, pretenden de hecho ciminalizar el legítimo derecho a la protesta en sociedades realmente democráticas junto a la cancelación de libertades civiles. Para garantizar que bien o mal la gente termine aceptando los designios de los controladores del oligopolio internacional, llevan mucho tiempo construyendo el cableado de la psique social con un “cálido abrazo de entretenimiento multinacional”, hasta lograr el triunfo más contundente del comercio sobre la conciencia rebelde de la humanidad.

El escritor estadounidense Neil Postman escribió en su estupendo libro, Divertirse hasta morir: ” Cuando una población se distrae con lo trivial, cuando la vida cultural es redefinida como una perpetua ronda de entretenimientos, cuando el discurso público serio se vuelve una especie de balbuceo, cuando, en breve, la gente se convierte en una audiencia y su involucración en lo público en un acto teatral, entonces una nación se halla a sí misma en riesgo; la muerte cultural es una clara posibilidad”.

Analizar lo que hay de fondo en el contexto del enero trágico de París, obliga a intentar salirse del paradigma consumista- receptivo que nos impone la perpetua ronda de entretenimientos descrita por Neil Postman y optar en su lugar por la reflexión y el discernimiento, conscientes y distanciados de la teatralidad hipócrita de los “campeones defensores de la libertar de expresión”. En ese sentido, bien vale la pena leer completo el valiente artículo del periodista Glenn Greenwald quien tanto ha luchado por la defensa de la libertad de expresión y quien diera a conocer al mundo las revelaciones sobre programas de vigilancia masiva del antiguo empleado de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), Edward Snowden, en el que entre otros puntos, Greenwald escribe: “En el activismo por la libertad de expresión, siempre ha sido central la distinción entre defender el derecho a diseminar la idea X con tener que estar de acuerdo con la idea X “. Dice también: “Algunas de las caricaturas publicadas por Charlie Hebdo, no fueron únicamente ofensivas, sino intolerantes como la que se burla de las esclavas sexuales africanas de Boko Haram como reinas del bienestar u otras con claro contenido de burla hacia los musulmanes en general“.

En esa lógica, defiendo también sin fisuras el derecho a la libertad de expresión de aquellos que, condenando los asesinatos en París y defendiendo el derecho de los caricaturistas a publicar libremente lo que gusten, puedan igualmente, sin tener que ser estigmatizados, expresar sus sentimientos y sus críticas hacia algunas de las caricaturas publicadas por Charlie Hebdo, sobre quienes “los campeones de la libertad” de expresión han apuntado sus fusiles por ejercer su derecho a disentir en tiempos en los que ciertamente, la involucración en lo público es para muchos, incluidos periodistas, sólo un acto teatral.

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