La culpa es nuestra

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De la muerte del indígena chihuahuense José Sánchez Carrasco en las afueras de un hospital de Guaymas, donde no fue atendido porque no tenía dinero para pagar. Murió de hambre luego de cinco semanas sin comer.

Por Alejandro Páez Varela

El viernes pasado, durante una buena parte de la tarde, la mayoría de la prensa nacional destacó una “maravillosa noticia”: que el Presidente Enrique Peña Nieto anunció una inversión de 4 mil 800 millones para el IMSS. Notición bárbaro: ¡4 mil 800 millones para el IMSS! Toda una “conquista de los trabajadores”, decían las notas.

Al mismo tiempo, el mismo viernes, se dio a conocer un video: el de don José Sánchez Carrasco, un jornalero de Chihuahua que acudió al Hospital General de Guaymas, Sonora, a buscar que lo atendieran de su terrible mal: el hambre. Fue entrevistado por un periodista sobre la banqueta del patio del hospital. Esa fue la última vez que hablaría: horas después, tras haber sido rechazado por los médicos porque no tenía dinero –y después de cinco semanas apenas probando algún alimento–, murió.

En algún momento, don José Sánchez Carrasco se descubre el pecho y muestra las costillas; y los brazos, reducidos a huesos. Los ojos están ya perdidos, el campesino desvaría. La muerte está a punto de abrazarlo y finalmente lo hace.

En pleno siglo XX, don José Sánchez Carrasco, de 38 años de edad, murió de hambre.

Qué rabia y qué coraje. Qué vergüenza, honestamente, ser mexicano.

Porque todos somos culpables, en parte, por esa muerte. Hemos construido un país donde el saqueo, la desigualdad y la injusticia son el pan de diario. Una nación petrolera donde un trabajador muere de hambre, ¿cómo justificarlo, si no es en nuestra propia indolencia? Las últimas cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) están allí: 53.3 millones en situación de pobreza, 11 millones que, como don José, literalmente no tienen en dónde caerse muertos. No tenemos abuela, de verdad. ¿Cómo lo permitimos?

Todos somos igualmente culpables: ¿Cómo aceptamos, ciudadanos, una nación con el hombre más rico del mundo mientras otros mueren de hambre? ¿Cómo, si no por nuestra estupidez? ¿Alguien puede justificar que dejáramos a Carlos Slim Helú secuestrar a la mayoría de los mexicanos para amasar una fortuna inmoral (que no se gastará su descendencia en cientos de años) a base de monopolios? ¿Cómo permitimos que Carlos Romero Deschamps ocupe espacios en el Senado y en la Cámara de Diputados una y otra vez desde hace tres décadas, sólo por darle votos al PRI? ¿Cómo aceptamos, con qué hígado, que Elba Esther Gordillo desviara fondos de la Secretaría de Educación Pública para hacerse cirugías y vivir como una reina? ¿Cómo? ¿Cómo permitimos a Joaquín Gamboa Pascoe vivir del trabajo de miles y miles de obreros agrupados por la fuerza en la CTM?

Todos somos culpables, en una u otra forma, por la muerte de este pobre hombre. No estábamos con el doctor del Hospital General de Guaymas tomando la decisión de dejarlo agonizar en un patio, pero dejamos que, por ejemplo, Vicente Fox Quesada perdonara a Roberto Hernández y a Alfredo Harp Helú tres mil millones de dólares en impuestos por la venta, en 2001, de Banamex Accival. Ahora permitimos que estos señoritos estén en las paredes de todos nuestros museos porque estos últimos años se han dedicado a lavar su nombre dando migajas a través de fundaciones… que tampoco pagan impuestos. ¿Cómo justificamos tantos y tantos años de abusos sin abrir la boca?

¿Cómo permitimos que los gobiernos del PAN y del PRI otorguen “trato especial” a los grandes corporativos, que no pagan miles de millones de pesos al año en impuestos que debieron ser repartidos, con justicia y sin chantaje, entre los más pobres y entre ellos don José? ¿Cómo justificamos tanta idiotez? No tenemos perdón. Elegimos a ladrones y los dejamos hacer con nosotros lo que quieren y, claro, los más vulnerables pagan las consecuencias.

No tenemos, de verdad, vergüenza. Don José Sánchez Carrasco murió de hambre mientras Enrique Peña Nieto se compra un avión de 400 millones de dólares.

Don José Sánchez Carrasco murió acostado en la banqueta de un hospital público mientras Gamboa Pascoe usa un Rolex de casi 100 mil dólares. Don José Sánchez Carrasco murió sin fuerzas ni para escupir mientras Romero Deschamps le compra a su hijo un Ferrari Enzo de dos millones de dólares. Don José Sánchez Carrasco murió abandonado por todos mientras dejamos durante años a Elba Esther Gordillo presumir en cadena nacional sus cirugías de miles de dólares y sus trapos de mal gusto por cantidades similares.

Perdone, don Don José Sánchez Carrasco. De verdad, perdone usted nuestra indiferencia.

Todos somos culpables de su muerte.

Qué dolor, y cuánta vergüenza.

Fuente: Sin Embargo

 

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