El sacerdote y los muertos vivientes

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Por Alejandro Páez Varela

La denuncia del vicario de Apatzingán, Gregorio López Gerónimo, es muy precisa y casi le cuesta la vida. De las entrevistas que dio la semana pasada, quizás la más fuerte es la de Red Noticiero. Le basta un párrafo para resumir de qué se trata, de acuerdo con su experiencia, el asunto Michoacán:

1. Que Nazario Moreno, el fundador de La Familia y jefe de Servando Gómez Martínez (líder de Los Caballeros Templarios), está vivo y sigue dando órdenes.

2. Que militares acantonados en la XXI Zona Militar están en la nómina de las cabecillas del cártel, y que incluso les brindan protección en sus actividades.

3. Que Apatzingán, en donde el gobierno federal tiene la mayor presencia de fuerzas castrenses y policiales, sigue en manos de los narcotraficantes: allí se reúnen, desde allí operan.

4. Que el Gobernador Fausto Vallejo es visto como “un decrépito”. Decrepitud, de acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, significa: “1. f. Suma vejez. 2. f. Extrema declinación de las facultades físicas, y a veces mentales, por los estragos que causa la vejez. 3. f. Decadencia extrema de las cosas.”

Textual:

“Nazario Moreno ayer comió con ‘La Tuta’ [Servando Gómez Martínez] en un rancho que se llama La Cucha, aquí, a unos kilómetros de Apatzingán, y el gobierno lo sabía. Pero había que enfocar, focalizar la mirada en Fausto Vallejo [Gobernador de Michoacán], ese decrépito que vino a visitarnos cuando los jefes más nocivos de la reunión estaban reunidos allá, tal vez hasta con seguridad del gobierno mismo, de la XXI Zona Militar, que recibe nómina de Los Templarios”.

Con razón el sábado pasado por la noche, según él mismo, quisieron matarlo.

Y si las autoridades no hacen algo contundente para salvaguardar su vida –bueno, se supone que lo están haciendo–, el sacerdote católico Gregorio López Gerónimo estará muerto dentro de poco tiempo.

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Nazario Moreno González, llamado “El Más Loco”, “El Chayo” o “El Doctor”, fue dado por muerto públicamente por el gobierno de Felipe Calderón el 9 de diciembre de 2010. Genaro García Luna, quien estuvo a cargo del operativo, nunca mostró una sola evidencia.

Moreno González es, quizás, el más grande criminal de todos los tiempos en Michoacán. Es fundador de La Familia y de Los Caballeros Templarios. Y declararlo muerto es no buscarlo más. Declararlo muerto es dejar de rastrearlo. Declararlo muerto es, entonces, permitirle operar con libertad.

Lo extraordinario es que no sólo el de Calderón: también el gobierno de Enrique Peña Nieto lo da por muerto, de acuerdo con lo que publicó Milenio el viernes pasado en una nota que cita un reporte de seguridad nacional:

“El gobierno federal está a la caza de seis ‘blancos prioritarios’ de la organización criminal Los Caballeros Templarios, liderados en la estructura de primer nivel por Servando Gómez Martínez, ‘La Tuta’ o ‘El Profe’; Dionisio Loya Plancarte, ‘El Tío’, (a quien por un error se ubicó como fallecido durante el sexenio pasado y que inclusive llegó a proponer una tregua a las policías comunitarias en Michoacán), así como Enrique Plancarte Solís, ‘La Chiva’ o ‘Kike’”.

“Debajo de estos hombres están Ignacio Rentería Andrade, ‘El Nacho’ o ‘El Cenizo’; Samer José Servín Juárez y Pablo Magaña Serrato, ‘La Morsa’ (a quien la PGR dio incluso como detenido en la administración pasada), según un informe de inteligencia del gabinete de seguridad nacional obtenido por Milenio”.

“Aunque integrantes de los grupos de autodefensa de Michoacán aseguran que Nazario Moreno, ‘El Chayo’, jefe ‘máximo’ de La Familia michoacana que devino en Los Caballeros Templarios, no fue abatido por la Policía Federal durante un enfrentamiento en diciembre de 2010 [continúa Milenio], autoridades federales dijeron que ‘oficialmente’ falleció en un tiroteo, por lo que versiones contrarias ‘podrían también apuntan a la difusión entre la comunidad de reportes de contrainteligencia para desviar la búsqueda hacia un muerto, en lugar de los seis dirigentes del grupo delincuencial’”.

Las comillas y los paréntesis son de Milenio. Sólo los corchetes son míos.

Curioso que otros líderes del narco en Michoacán hayan causado “baja anticipada” en el sexenio de Calderón. A Magaña Serrato lo dieron por detenido, y no era cierto; a Loya Pancarte lo dieron por muerto, y no era cierto.

Declararlos muertos es ya no buscarlos, como dice el reporte de Milenio. Declararlos muertos es dejar de rastrearlos, aunque estén vivos y sigan operando. Declararlos muertos es, entonces, permitirles operar con libertad.

Con razón el sábado por la noche quisieron matar al vicario de Apatzingán, Gregorio López Gerónimo. Qué incómodo debe resultarle a varios.

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Pero el vicario López Gerónimo no está solo en su reclamo. Le acompaña, por lo menos, el obispo de la diócesis de Apatzingán. Apenas el miércoles, don Miguel Patiño Velázquez lanzó una carta poco difundida en la que exhibe la extraña estrategia de permitir a Los Caballeros Templarios amenazar mientras los soldados permanecen como observadores, acuartelados, o salen a desarmar a los grupos de autodefensa. Lea:

“Las palabras distan mucho de los hechos”, dijo el jerarca católico en su carta dirigida a la grey, pero con dedicatoria al gobierno. “Apatzingán está desde el viernes pasado hundida en el miedo y la zozobra. La quema de carros, negocios y hasta la presidencia municipal por parte del crimen organizado, que actuaron impunemente, mientras dos batallones de soldados estaban acuartelados. En la autopista  Apatzingán–Nueva Italia, los enviados del crimen organizado quemaron autobuses, tráileres y camiones de carga sin que los federales ni los militares lo impidieran”.

Y más directo aún, dijo: “Les pedimos a los políticos, al gobierno y al Secretario de Gobernación [Miguel Ángel Osorio Chong] que den a los pueblos de nuestra región signos claros de que en realidad quieren parar a la ‘máquina que asesina’”.

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“No puede seguir hablando a un pueblo de Dios cuando están matando a sus fieles. Yo mismo no puedo seguir hablando de Dios cuando aquí, apesta a muerte”, dijo el padre López Gerónimo el mismo sábado en el que sufrió el atentado en el que, según los informes poco claros, seis personas murieron en manos de agentes de la Policía Federal.

Y sí, lo vientos soplan raro en Michoacán desde hace tiempo. Es un olor a muerte, por supuesto. Pero también apesta a impunidad.

Cuando las fuerzas de autodefensa entraron a Nueva Italia hace poco más de una semana, de inmediato se dirigieron a dos símbolos del gobierno establecido: uno era la Presidencia Municipal; otro, la casa de Enrique Plancarte Solís, conocido como “La Chiva” o “Kike”. Las imágenes difundidas por algunos medios muestran una mansión de dimensiones que no podrían pasar desapercibidas por nadie: ni por autoridades locales, ni por las estatales y por supuesto tampoco por las federales. ¿Cómo ocultar una casona con varias albercas en medio de pueblos modestos, por llamarlos de alguna manera? Pero los comunitarios sí sabían perfectamente en dónde estaba. La tomaron. El capo y su familia ya no estaban allí; estaban vacíos los guardarropa y no lucía como si hubieran escapado despavoridos: se notaba que se habían dado el tiempo para sacar sus pertenencias.

Resulta francamente inexplicable que el Ejército tenga cuarteles en Michoacán. Es inexplicable, también, que la Policía Federal esté desde hace años en la zona. ¡Decenas de ranchos en manos de los Templarios fueron devueltos por las guardias comunitarias a sus verdaderos dueños en menos de una semana! ¿Cómo se justifica, entonces, que desde años estén “operando” en la zona las fuerzas federales?

“Así están las cosas aquí”, dijo el sacerdote Gregorio López Gerónimo. “Aquí es un lugar sin ley. Aquí mandan Los Templarios. Aquí mandan, deciden y hacen lo que les da su regalada gana…”

Sí, pero, ¿con ayuda de quién?

Fuente: Sin Embargo

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