El rifle bueno

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Por Pedro Miguel

Durante más de siglo y medio, los gobernantes de Estados Unidos han enseñado a sus ciudadanos que la violencia y el asesinato (con fusiles, pistolas, bombas o misiles) son formas correctas y aceptables de resolver problemas

La obviedad: mientras más licuadoras haya en un sitio, mayor será la probabilidad de que allí se produzcan licuados. Estados Unidos es el país con mayor número de armas de fuego en manos de civiles (casi la mitad de las que existen en el mundo) y aunque en su gran mayoría sean usadas para defensa residencial, tiro deportivo o cacería, bastaría con que una de cada 10 mil cayera en manos de alguien con impulsos homicidas para tener un ejército de 400 mil asesinos en potencia. En los estados con mayores regulaciones para la adquisición de armas de fuego hay menos muertes causadas por ellas (como California, con 8.5 por cada 100 mil habitantes) que en aquellos en los que rifles, pistolas y revólveres pueden adquirirse en cuestión de minutos (como Misisipi, con 28.6). Es significativo también que en el país vecino, donde hay más de 1.2 armas de fuego por habitante, 79 por ciento de los homicidios se cometan con estos medios, en tanto que en Canadá, donde el primero de esos indicadores es de poco más de 0.3, el segundo sea sólo de 37 por ciento.

A raíz de las recientes masacres en escuelas de Buffalo, Nueva York, y Uvalde, Texas, cometidas ambas con fusiles de asalto tipo AR-15, se ha señalado a la generalidad de esta clase de armas –que originalmente son concebidas en versiones automáticas para los militares, y que luego son fabricadas en modelos semiautomáticos para los civiles– como las responsables del horror en curso en el país vecino. Se ha mencionado la incongruencia de que en Texas se permita a mayores de 18 años comprar rifles de asalto, pero se limite la venta de armas cortas (con menor poder mortífero, en general, por los tipos de munición y la capacidad de los cargadores) a mayores de 21.

Un fusil de asalto es una buena herramienta para un multiasesino, pero de ninguna manera le resulta un requisito indispensable. El 16 de abril de 2007, en el campus de la Universidad Estatal de Virginia, el estudiante coreano-estadunidense Seung-Hui Cho (23 años) mató a 32 personas e hirió a 29 armado sólo con dos pistolas: una Walther .22 y otra Glock 9 milímetros. Para adquirirlas legalmente en una armería de ese estado le bastó con presentar una identificación oficial y una tarjeta de crédito, esperar unos minutos a que el dependiente se conectara a la base de datos del FBI para verificar que no tuviera antecedentes penales y resolver un cuestionario en el que respondió “no” a todas las preguntas: no era drogadicto, no había estado recluido en una institución de salud mental y no había sido dado de baja de las fuerzas armadas en forma deshonrosa. Es el mismo procedimiento que debió seguir 15 años y muchas masacres después, Salvador Ramos para estrenar su mayoría de edad adquiriendo dos AR-15 unos días antes de perpetrar la carnicería de niños en la localidad texana de Uvalde.

El problema es que ni Cho ni Ramos estaban en condiciones mentales aptas para usar con un mínimo de sensatez un arma de fuego, cualquiera que ésta fuese, y ni siquiera un rifle de municiones. ¿Usar con sensatez? Bueno, hay rifles y escopetas de caza y hay fusiles y pistolas especialmente concebidas para el tiro deportivo. Aunque puede usarse para esos roles, la vocación principal de un fusil táctico es en cambio matar personas. Varias. Muchas, de ser posible.

Una semana antes, el racista Payton Gendron, también de 18, asesinó a 10 personas y dejó heridas a tres en un supermercado de Buffalo, Nueva York. Los tres, Cho, Gendron y Ramos, dejaron en Internet abundantes testimonios de sus propósitos, y el segundo incluso transmitió en vivo la carnicería: una cámara corporal captó una escena que parecía recrear un videojuego, con la punta del arma del protagonista en primer plano y disparos a blancos móviles, sean monstruos, enemigos o seres humanos.

En cuanto a la preferencia por el AR-15 (usado en las masacres de Colorado, Connecticut, San Bernardino, Las Vegas, Florida y Orlando, entre muchas otras), tal vez se explique porque esa clase de fusiles son un símbolo nacional estadunidense, tan importante, aunque no sea oficial, como el águila calva y las barras y las estrellas. Sólo de la versión militar de Colt se han producido y distribuido más de 8 millones, y los sucesivos gobiernos de Washington, de Johnson en adelante, los han empleado para matar a los malos en decenas de países de África, Asia y América Latina. La Casa Blanca, Hollywood y la CNN se han encargado, durante cinco décadas, de la glorificación moral del arma: el AR-15 es el rifle bueno, en contraposición a los satánicos AK soviéticos, rusos y chinos, empleados primordialmente por los comunistas, los terroristas y los narcos.

Y lo más importante: durante más de siglo y medio, los gobernantes de Estados Unidos han enseñado a sus ciudadanos que la violencia y el asesinato (con fusiles, pistolas, bombas o misiles) son formas correctas y aceptables de resolver problemas.

Twitter: @Navegaciones

Fuente: La Jornada

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