El presidente que explica todas las mañanas

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Por Fabrizio Mejía Madrid

Todo el que gobierna comunica y todo el que comunica gobierna. Esta máxima fue entendida desde la creación del Estado moderno en el siglo XV. Lo que se notificaba inicialmente eran sólo tres asuntos: los impuestos, la leva del Ejército y la obligación de poner por escrito el derecho consuetudinario de los pueblos. Pero el Estado se afianza como idea cuando empieza a hablar de “utilidad pública”, unas décadas después. Ahí es cuando deja de ser sólo una estructura que demanda de su población y empieza a jugar a la creación de un imaginario en el que reparte la crueldad y equilibra las injusticias.

En México ese Estado es ultramarino durante tres siglos y, después, a la independencia, ya no se muere por los dioses o Cristo, sino por la patria. El águila devorando la serpiente deja de ser el mito que fundó una ciudad lacustre para ser lo que representa a una entidad abstracta. Del Estado absolutista al liberal y al democrático, el poder cambia con el medio que usa para hacerse imagen: del emblema impersonal al retrato, al anuncio televisado y, ahora, a la conferencia por internet.

Uno de los cambios que ha realizado el presidente en estos 100 días es el de la imagen del poder: desaparecen los retratos que cada oficina burocrática tenía de su persona faraónica; los escritores de discursos y la idea de la propaganda de lemas, colores, diseños del marketing; el águila “mocha” o el “Mover a México”. Ahora ya no existe el presidente inalcanzable ni el que se oculta en una palabrería legaloide de donde Cantinflas extrajo su personaje de barandilla. Ahora existe una imagen del poder que explica todas las mañanas sus intenciones, sus cálculos, sus aspiraciones. Quien se refiere a ello como una “misa” no entiende la transformación: ya hubo grey acarreada –la que nunca chifla– con los Presidentes Todopoderosos; ya hubo grey abismada por no entender los términos legales o las fórmulas de la econometría. Ahora hay una audiencia. El presidente educa, seduce, dialoga. El Estado recupera para sí la capacidad simbólica de comunicar. A tal grado, que los medios de comunicación dependen de ello para informar, cuestionar y creer que la conferencia de prensa es la fuente inagotable de todo dato.

Nadie ha visto nunca al Estado. No es algo que pueda verse en el rostro del presidente ni en un papel membretado del gobierno. Es una relación entre los hombres y las mujeres por el cual el derecho a mandar es independiente de la persona que manda. El Estado es un principio de obediencia despersonalizado y por eso es un arreglo institucional. El Estado es la estructura del poder. Su forma es tan sólo el gobierno. El Estado requiere, por tanto, legitimidad y continuidad. Lo que ha hecho la Cuarta Transformación en 100 días es separar el poder del Estado de otros poderes: los arreglos de adjudicación directa para hacer crecer artificialmente a las corporaciones; los arreglos con las organizaciones de asistencia privada; los arreglos con las empresas ilegales, como las que roban hidrocarburos; los arreglos con las calificadoras; los arreglos con los medios de comunicación. En 100 días se ha instruido sobre los límites del poder del Estado separándolo de lo privado, de lo ilegal, de lo concupiscente. Sólo el espectáculo del Estado es lo que hace al Estado. Lo que el presidente ha cambiado es la modalidad y el sentido de ese espectáculo.

¿Cuál es esa nueva modalidad? De entrada, una que cree en la intersubjetividad social y no en una racionalidad instrumental que no puede discutirse. Por eso el ataque a “los expertos” y la insistencia en el diálogo. Hay una intención educativa más que seductora, si pensamos que la seducción nos acarreó al anterior presidente, con todo lo fársico que, al final, resultó. Se muestra y se demuestra en la forma de comunicar; se seduce y se convence. Al menos esa ha sido la apuesta política de contar, cada mañana, con el presidente que explica. El mito de la izquierda siempre fue la educación; el de la derecha fue la publicidad. Aquí, ambos están mezclados. Hay seducción en las fórmulas del presidente pero también instrucción cuando toma el papel del educador de su audiencia. Con esa mezcla ha remodelado la forma de la autoridad.

¿Cómo funciona? De entrada, no existe un lema, sino un símbolo que nos transporta en el tiempo: “Cuarta Transformación”. De “La solución somos todos” a “Mover a México”, el lema se agota en el producto a vender. Delinear el presente como una transmisión entre pasado y futuro resulta muy distinto. Para comunicar algo basta con interesar al otro, mientras que, para transmitir, es necesario convertir. En las conferencias de la mañana, el presidente usa las palabras casi estratégicamente para generar alianzas, filtrar asuntos, excluir, jerarquizar, convencer, delimitar y hasta minimizar. Usa el internet pero no depende de él. Por eso no es un gobernante normal, como Salinas, Fox o Peña: su nombre y sus dichos repetidos en mítines no se difundieron principalmente por los medios de comunicación, sino que fueron resultado de una mediación casi sin medios. Una cadena de sentido existe sólo si se repite, y eso fueron los 12 años de campaña: la lucha contra la corrupción es una lucha por los bienes públicos. Resultó coherente: una vez iniciado el combate al huachicol, los directivos de Pemex, los expresidentes, las gasolineras como Hidrosina, el dinero para campañas electorales salía como una cuerda que se jala y emerge, tensa, por debajo de la arena.

Mucha de la gente que escucha al presidente seguido por las mañanas me repite la misma idea: “Me tranquiliza saber que hay alguien haciéndose cargo”. La demostración es también el simple mostrarse ante la audiencia. El presidente que explica todas las mañanas es lo contrario del Presidente-estatua, el Presidente-entrevista-a-modo; el Presidente-logotipo-comercial. No innova. Utiliza las metáforas en uso común, las palabras folclóricas (“machuchón”), el lenguaje ambiental porque sabe que cualquier sinuosidad obstaculiza la recepción.

Voltaire decía que “lo propio de la unidad es excluir”. El discurso matutino del Ejecutivo –en el que participan los demás miembros del gabinete– construye de esa misma forma un territorio que hace sólido un conjunto, traza las fronteras entre aceptable e inaceptable, defiende sus puntos de vista y, por supuesto, excluye. Esa es la forma del nuevo gobierno para unir lo simbólico con lo político. Como en todo territorio, existe un centro –el presidente– y una periferia –quienes ya no serán los principales beneficiarios de los recursos públicos– y es político. Las redes carecen de centro y, por ello, la ciberdemocracia no será nunca más que una utopía tecnocrática. El uso que lo político hace de la técnica es que le dota de un centro a lo que, por definición, es una red. Y hay mucha gente desconcertada por ello.

A 100 días de gobierno, hay que hablar un poco de la ciudadanía que sostiene al presidente. Es ella la que cambió en 2018, no el candidato que ya llevaba dos campañas durante la década. Es una ciudadanía que critica todo. Se presenta un fenómeno curioso: después de décadas de aguante, ahora se quiere que todo cambie hacia “como debería de ser”. Hay un ánimo virtuoso entre los millones que votaron, a favor y en contra –la elección fue un referéndum que el neoliberalismo perdió por mucho– y que implica que cada punto sea debatido. Nunca antes supimos qué era la CRE o sabíamos qué decían los informes de la Auditoría Superior ni mucho menos que el Congreso puede bajar las comisiones que nos cobran los bancos. Hay, pues, un ánimo que democratiza la ciudadanía.

La oposición no lo entiende. Depende de los errores del presidente o de inventarlos, magnificarlos, sacarlos de contexto. En 100 días ha sido incapaz de reformular algo que no sea: antes, con el PRI y el PAN, estábamos mejor. Han dejado de pensar el porvenir, entre otras razones, porque el neoliberalismo no tiene idea de transmisión temporal: todo es inmediato, consumible y dese-chable. Si acaso proponían un “presente mejorado”. En 100 días, el apoyo al presidente ha crecido con respecto a la propia elección presidencial porque plantea, todas las mañanas, una idea para los que apenas están naciendo: un país donde el presidente explica.

Fuente: Proceso

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