El nuevo sismo

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Por Sergio Sarmiento

“Cada terremoto es distinto. La simple magnitud no nos dice todo. La ubicación y profundidad del epicentro, la cercanía o lejanía de las placas tectónicas, la suavidad o dureza de los suelos, y la manera en que se propagan sus ondas. son factores que tienen mucho que ver con los daños en la superficie.

El sismo del 7 de septiembre fue de 8.2 grados, el de mayor intensidad en el país en cuando menos 100 años. El epicentro se ubicó en el mar, a unos 130 kilómetros de Tonalá, Chiapas. La distancia a la Ciudad de México era mayor a los 1,700 kilómetros. Los daños más importantes se registraron en Oaxaca, en el istmo de Tehuantepec, debido a la forma en que se expandieron las ondas. Este movimiento telúrico dejó un centenar de muertos, pero era una cifra que parecía pequeña en comparación con los sismos de 1985, en los que se calcula murieron entre 3,192 y 20 mil personas.

Mucha gente se congratuló de los pocos daños que el terremoto del 7 de septiembre había causado. Claro que se referían a daños en la Ciudad de México. Escuché decir con arrogancia que ya habíamos aprendido y podíamos resistir cualquier sismo.

La naturaleza, sin embargo, tiene siempre formas de darnos lecciones. El sismo de 7.1 grados de ayer nos recordó nuevamente nuestra fragilidad. El epicentro se registró a sólo 120 kilómetros de la Ciudad de México y esto hizo que se sintiera con mayor fuerza. En redes sociales algunos cuestionaban la medición del Sismológico Nacional y afirmaban que el terremoto tenía que haber sido mayor a 9 grados. La ignorancia científica es enorme.

En redes sociales circularon mensajes irracionales. Uno decía que la ONU había alertado de un megaterremoto que tendría lugar en 48 horas y desplegaba una sarta de tonterías en lenguaje seudocientífico. Se difundieron también mensajes, menos peligrosos, que afirmaban que el sismo y los huracanes eran un castigo de Dios, que mostraba así su enojo por el daño que los humanos le causamos al planeta. Sólo faltó que dijeran que el eclipse del 21 de agosto había sido también una expresión de la molestia divina.

En realidad, el mensaje es que tenemos que mejorar nuestro conocimiento de la naturaleza. Buena parte del territorio nacional está sujeto a movimientos telúricos y se encuentra en el paso de los huracanes del Atlántico y del Pacifico. Vamos a tener sismos importantes cada determinado tiempo, así como tormentas e inundaciones.

La lección no es que Dios esté enojado, sino que debemos dejar atrás la autocomplacencia. Ni el sismo del 7 de septiembre ni otros anteriores demostraban que ya somos invulnerables. Si un sismo de 8.2 grados, como el del 7 de septiembre, hubiera tenido lugar no a 1,700 kilómetros sino a 120 de la Ciudad de México estaríamos lamentando quizá una destrucción mayor que la de 1985.

Sí hemos aprendido. Tenemos mejores códigos de construcción, pero los edificios del pasado ahí están. La destrucción en Juchitán, Oaxaca, del 7 de septiembre fue enorme porque las viviendas y el Palacio Municipal eran construcciones viejas y frágiles. Los edificios que se derrumbaron en la ciudad de México ayer eran también, en buena medida, anteriores a los nuevos códigos de construcción.

Debemos aprender a convivir con terremotos y huracanes, y prepararnos siempre para lo peor. ¿Quién habría pensado que el día que recordábamos con un macrosimulacro el sismo del 85, un nuevo terremoto nos recordaría nuestra fragilidad? No sé si Dios está enojado, pero quizá haya querido darnos una lección. con un toque de ironía.

Asentamientos. Así como los huracanes refrescan a la Tierra cuando se acalora, los sismos liberan las tensiones de placas y suelos. Los reacomodos permiten que el planeta se asiente. Es mejor tener una Tierra que se acomode a una que se fracture.

Twitter: @SergioSarmiento

Fuente: El Diario

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