El castillo de naipes

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Por Epigmenio Ibarra
Durante décadas trabajaron en la construcción de una estructura compleja y monumental. Única quizá en el mundo moderno, por ser al mismo tiempo tan evidente como escurridiza y etérea. Pensaron que sería indestructible. Se acomodaron en ella, se sintieron seguros. Se olvidaron, sin embargo, de que, como un castillo de naipes, estaba cimentada en unas cuantas cartas y que bastaría con tirar una sola de ellas para que todo ese enorme edificio se viniera abajo.

Levantar al régimen neoliberal les llevó más de 30 años. Con la corrupción fueron apilando tabiques, levantando paredes, alzando la estructura. Fue la impunidad la argamasa. Los pactos transexenales e interpartidarios para cubrirse las espaldas y compartir el botín, les permitieron mantener el poder en unas cuantas manos. Hubo incidentes, claro; en toda pandilla los hay. Rencillas entre cómplices, ajustes de cuentas, venganzas personales y multitud de chivos expiatorios sacrificados para dar espectáculo y garantizar la continuidad del proyecto. Nada que, en realidad, cimbrara la estructura.

Se dieron cuenta que no podían levantar el edificio sin el concurso de otros, que había que ampliarlo para que esos que ayudaran a construirlo pudieran también habitarlo. Jueces, policías, militares, caciques, empresarios y periodistas hicieron su parte, se sintieron también en casa y tomaron la parte del botín que les correspondía. Así como el agua siempre encuentra su curso, la corrupción y la impunidad fueron permeando todos los órdenes de la vida pública; se convirtieron en la segunda piel de una sociedad sometida a la inexorable ley de “plata o plomo”.

A punta de represión —que la hubo siempre y de todo tipo—, de fraudes electorales y trapacerías —que fueron la norma desde 1988—, lograron —casi— hacer sentir a los más amplios sectores de la población que ya no había otro remedio, que era necesario acostumbrarse a la ominosa presencia de esa estructura que dominaba la vida nacional. La democracia —que manipulaban a su antojo— era una mera coartada. El poder económico, al que servían y con el que compartían el botín, era su sostén. El poder mediático, el instrumento para enmascararse, para venderse como una solución, como la única solución a los problemas de un pueblo al que, solo ellos, seguían creyendo sumiso e ignorante.

Hubo de producirse una suma de luchas, tuvieron que caer asesinadas, ser desaparecidas, torturadas, perseguidas, denostadas, censuradas, expulsadas decenas de miles de personas comprometidas con la democratización del país. Tuvo que producirse un proceso de acumulación de fuerzas para que en el 2018 comenzara a tambalearse esa estructura. Y, aun así, a pesar de haber perdido la elección, no se sintieron amenazados. Hasta ahora.

Solo perdimos el gobierno —se dijeron—, tenemos la plata y los medios, no va a poder contra ellos Andrés Manuel López Obrador. Aquí el que no tranza no avanza; la corrupción es cultural y la impunidad, la única ley. La estructura que construimos -pensaron- sigue en pie, seguirá en pie. Hay que tumbar a este hombre y ya, y en eso se empeñaron. Se olvidaron de que los cimientos de una organización criminal (porque en esencia eso es lo que construyeron, eso era el régimen neoliberal) son siempre tan débiles como frágiles y dispuestos a delatar son los cómplices que participan en un atraco, y que como Emilio Lozoya, Genaro García Luna, César Duarte y muy pronto Tomás Zerón, tienen el infortunio de caer en las manos de la justicia. El castillo de naipes se tambalea; a Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, habitantes privilegiados del mismo, se les vendrá encima.

@epigmenioibarra

Fuente: Milenio

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