El aguafiestas estuvo en la ONU

0

Por Uri Avnery/ zope.gush-shalom.org

Benjamín Netanyahu me provocó compasión. Desde la experiencia que me dan mis 10 años como miembro de la Knesset sé lo desagradable que es hablar ante una sala vacía.

Sus más acérrimos seguidores —un patético residuo de magnates de casino y quemados sionistas ultraderechistas— se sentaron en la galería y una inflada delegación israelí tomó asiento en la sala, pero su presencia solo consiguió aumentar la sensación de vacío general. Deprimente.

¡Qué diferencia si lo comparamos con la recepción del presidente Hassan Rouhani! La sala repleta de gente, el Secretario General y los demás dignatarios saltando de sus asientos para felicitarlo al final, los medios internacionales abordándolo en masa.

Gran parte de la desgracia de Netanyahu fue sólo mala suerte. Era el final de la sesión, todo el mundo estaba ansioso por regresar a su casa o ir de compras, nadie estaba de humor para escuchar otro discurso sobre historia judía. Todo tiene un límite.

Peor aún, el discurso [de Natanyahu]quedó completamente eclipsado por un acontecimiento que está sacudiendo al mundo: el cierre del gobierno federal. El colapso del celebrado sistema de gobierno estadounidense —algo así como un 11/S administrativo— constituía un espectáculo fascinante. Netanyahu —Netanya… ¿qué?— simplemente no podía competir.

Es posible que hubiera también una pizca de alegría malsana en la reacción de los delegados ante la intervención de nuestro Primer Ministro.

En su discurso ante la Asamblea General el año pasado Netanyahu asumió el papel de maestro de escuela primaria del mundo, empleando en la tribuna materiales didácticos primitivos para dibujar una línea roja sobre una presentación de parvulario de la Bomba.

La propaganda israelí lleva semanas diciéndole a los líderes mundiales que son puerilmente ingenuos o simplemente estúpidos. Es posible que no les haya agradado escucharlo. Quizá eso reforzó su creencia de que los israelíes (o, peor aún, los judíos) son prepotentes y condescendientes. Tal vez fue sólo una expresión arrogante más, la gota que colmó el vaso.

Todo eso es muy triste. Triste para Netanyahu. Invirtió tanto esfuerzo en este discurso. Para él un discurso ante la Asamblea General (o ante el Congreso de EEUU) es el equivalente de una gran batalla para un general de renombre —un acontecimiento histórico. Netanyahu vive de discurso en discurso, sopesando de antemano cada frase, practicando una y otra vez el lenguaje corporal, las inflexiones, como corresponde al consumado actor que es.

Y allí estaba él, el gran shakesperiano, declamando “Ser o no ser” ante una sala vacía, rudamente perturbado por los ronquidos del único señor de la segunda fila.

¿Pudo haber sido nuestra línea de propaganda algo menos aburrida?

Por supuesto que pudo.

Antes de poner pie en suelo estadounidense Netanyahu sabía que el mundo suspiraba de alivio ante las señales de la nueva actitud iraní. Aunque él pueda estar convencido de que los ayatolás engañan (“como hacen siempre”, diría él), ¿fue prudente que apareciera como un aguafiestas de manual?

Pudo haber dicho: “Damos la bienvenida a las nuevas voces que surgen de Teherán. Hemos escuchado con gran simpatía el discurso del señor Rouhani. Al igual que el resto del mundo, aquí representado por esta augusta asamblea, albergamos grandes esperanzas de que el liderazgo iraní sea sincero y de que podamos alcanzar una solución justa y eficaz a través de negociaciones serias.

“Sin embargo, no podemos descartar la posibilidad de que esta ofensiva de encanto no sea más que una cortina de humo tras la que los enemigos internos del señor Rouhani sigan construyendo la bomba nuclear que nos amenaza a todos. Por lo tanto, confiamos en que todos ejerzamos la máxima precaución a la hora de conducir las lnegociaciones…”

Es el sonido lo que hace la música.

En cambio, nuestro Primer Ministro volvió a amenazar —más fuertemente que nunca— con un ataque israelí contra Irán.

Estaba blandiendo un revólver del que todo el mundo sabe que está descargado.

Esa posibilidad, como ya he señalado en repetidas ocasiones, en realidad nunca ha existido. Tanto la geografía como las circunstancias económicas y políticas mundiales hacen que un ataque contra Irán sea imposible.

Pero incluso si tal hipótesis hubiera sido real en algún momento, lo cierto es que ahora está completamente fuera de lugar. El mundo está en contra. El público en EEUU está rotundamente en contra.

Que Israel ataque en solitario [a Irán]enfrentándose a la oposición firme de EEUU es tan probable como un asentamiento israelí en la luna. Tirando a inverosímil.

Ignoro si un ataque semejante es militarmente viable. ¿Es posible llevarlo a cabo? ¿Podría nuestra Fuerza Aérea ejecutarlo sin la asistencia y el apoyo de EEUU? Incluso si la respuesta fuera afirmativa las circunstancias políticas lo prohíben. De hecho, nuestros jefes militares parecen singularmente desinteresados en tal aventura.

El punto culminante del discurso fue la grandiosa declaración de Netanyahu: “¡Si tenemos que estar solos, estaremos solos!”

¿A qué me recordó eso? A finales de 1940 apareció en Palestina —y supongo que en todo el Imperio británico— un magnífico cartel de propaganda. Francia había caído, Hitler todavía no había invadido la Unión Soviética, EEUU aún estaban lejos de intervenir. El cartel mostraba a Winston Churchill impávido, y un lema: “¡No hay problema, lo haremos solos!”

Netanyahu no podía recordarlo por mucho que su memoria parezca prenatal. Yo lo llamo “Alzheimer a la inversa”: la capacidad de recordar vívidamente cosas que nunca sucedieron. (En cierta ocasión contó en detalle cómo de niño sostuvo una discusión con un soldado británico en las calles de Jerusalén, aunque el último soldado británico abandonó el país más de un año antes de que él naciera.)

La frase que Netanyahu buscaba data de 1896, año en el que Theodor Herzl publicó su trascendental obra Der Judenstaat. Un estadista británico acuñó el lema “Splendid Isolation” [Espléndido Aislamiento] para caracterizar la política británica bajo Benjamin Disraeli y su sucesor.

En realidad, el eslogan lo acuño en Canadá un político que hablaba sobre el aislamiento de Gran Bretaña durante las guerras napoleónicas: “Nunca la ‘Isla Emperatriz’ se había mostrado tan magníficamente grandiosa: se irguió por sí sola y un resplandor peculiar irradió de la soledad de su gloria!”

¿Se verá acaso Netanyahu a sí mismo como la reencarnación de Winston Churchill, orgullosamente erguido sin temor frente a un continente devorado por los nazis?

¿Y en qué lugar deja eso a Barack Obama?

Sabemos dónde. Netanyahu y sus seguidores nos lo recuerdan constantemente.

Obama es el moderno Neville Chamberlain.

Chamberlain el Apaciguador. El hombre que agitó un pedazo de papel en el otoño de 1938 y proclamó la “paz para nuestro tiempo”. El estadista que casi provocó la destrucción de su país.

En esta versión de la historia ahora estaríamos siendo testigos del Segundo Munich. Una repetición del infame acuerdo entre Adolf Hitler, Benito Mussolini, Edouard Daladier y Neville Chamberlain en virtud del cual los Sudetes, una provincia checoslovaca habitada por alemanes, fue entregada a la Alemania nazi dejando indefensa a la democrática Checoslovaquia. Medio año después Hitler invadió y ocupó Checoslovaquia. Unos pocos meses más tarde invadió Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial.

Las analogías históricas son siempre peligrosas, sobre todo cuando las manejan políticos y comentaristas con un conocimiento histórico superficial.

Veamos el caso de Munich. En la analogía, el lugar de Hitler lo ocupa Ali Khamenei, o tal vez Hassan Rouhani. ¿En serio? ¿Poseen acaso la maquinaria militar más poderosa del mundo como Hitler la tenía ya en aquel momento?

¿Acaso Netanyahu se parece a Eduard Benes, el presidente checo que temblaba ante Hitler?

¿Y acaso el presidente Obama se parece a Chamberlain, el líder de una Inglaterra debilitada y prácticamente indefensa, desesperadamente necesitada de tiempo para rearmarse? ¿Acaso se está entregando Obama a un fanático dictador?

¿O será más bien que es Irán la que está renunciando —o pretendiendo renunciar— a su programa nuclear después de haber sido puesta de rodillas por la presión de la asfixiante maraña de sanciones internacionales dictadas por EEUU?

(Por cierto, la analogía de Munich fue aún más disparatada cuando se aplicó recientemente en Israel al acuerdo ruso-estadounidense sobre Siria. Allí, Bashar al-Assad asumió el papel de un Hitler victorioso y Obama era el inglés ingenuo con el paraguas. Sin embargo, fue Assad quien renunció a sus preciosas armas químicas mientras que Obama no le dio nada a cambio excepto un aplazamiento del ataque militar. ¿Qué clase de “Munich” es ese?)

Volviendo a la realidad: el actual aislamiento de Israel no tiene nada de espléndido. Nuestro aislamiento significa debilidad, pérdida de poder, disminución de la seguridad. La tarea del estadista consiste en hallar aliados, construir alianzas, reforzar la posición internacional de su país. Últimamente a Netanyahu le ha dado por citar a nuestros antiguos sabios: “Si yo no soy para mí, quién lo será?” Pero se olvida de la siguiente parte de la misma frase: “¿Y si yo soy para mí, ¿qué soy? “.

Fuente originalhttp://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1380902925/

Comments are closed.