Cambiar a fondo

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Por Luis Javier Valero Flores

A muy pocos podría sorprender que la señora Tania Mora, madre del niño Christopher Márquez Mora, victimado en la ciudad de Chihuahua la semana anterior, y a su familia se les ocurriera pensar que el equipo de Laura Bozzo -la titular de uno de los programas estrella del canal de “las estrellas”, el 2, de Televisa, pues se transmite diariamente a las 3 de la tarde (hora de la ciudad de México)- era el único que les podía ayudar, y además, seguramente y pecando de una honda especulación que podría generar algunos dividendos económicos, además de la muy natural intención de buscar “justicia”, como lo han dicho reiteradamente en estos días a partir de la tragedia, y que encubre el ánimo de venganza simple y llana.

Tampoco nos podíamos llamar a sorpresa que en la manifestación realizada ayer sábado, en la que se exigía el castigo carcelario a todos los presuntos asesinos del niño Márquez, algunas decenas de personas exigieran el regreso de Laura Bozzo “porque ella sí cumple”.

Triste y espantosa paradoja que una de las causantes de la tragedia, no sólo buscara la exclusividad de las imágenes y la voz de la señora Mora, sino que, encima, pretendiera lucrar con el infanticidio.

Porque al detenerse en ello, sí se señala a la conductora televisiva, pero fundamentalmente nos referimos a Televisa, la formadora y creadora, no sólo de una especial forma de pensar, sino que se trata de la empresa que más ha influido en los patrones de conducta de decenas y decenas de millones de mexicanos (y de otras latitudes); la empresa que acapara la atención televisiva de los mexicanos y que está convertida en la mayor propietaria de estaciones de radio en todo el país y cuyos propietarios son los más grandes y poderosos empresarios de México.

Sí, la que apareció con la pretensión de convertir el asesinato de Christopher en su espectáculo exclusivo, fue la señora Bozzo, pero para transmitirlo en el canal que, a través de, por ejemplo, los programas de El Chespirito, denigró durante décadas a los pobres y a los minusválidos (“es que Chespirito es muy tonto”) y que ahora se desgarra las vestiduras por la existencia del “bullying”, pero que en ese programa adquirió carta de naturalidad.

Bueno, pues esa empresa y aquel programa tienen, ante ciudadanos muy pobres, mayor credibilidad que las instituciones del Estado Mexicano. “Laura sí cumple” es la lapidaria frase que corrobora tal juicio.

¿Pero cómo no llegar a las conclusiones de los manifestantes sabatinos si en las Laderas de San Guillermo de todo el país no existe justicia, no hay empleo, si los salarios -cuando los hay- son de hambre; si no hay escuela, si no hay quien pueda suplir a las madres -y también a los padres, cuando los hay- que deben, en la práctica, abandonar a sus hijos para ir a cubrir extenuantes jornadas laborales y las empleadas en el traslado a los centros de trabajo?

¿De dónde podemos sacar las trilladas frases de “cultivar los valores familiares”, pues esa es responsabilidad de los padres, dicen las “buenas conciencias”  -y nadie puede sostener lo contrario- si en esas casas falta lo necesario para sobrevivir?

¿Qué se puede hacer si, en el mejor de los casos, esa familia tiene un ingreso de 3 salarios mínimos mensualizados, equivalente a poco más de 6 mil pesos y en esa situación se encuentran 65 de cada 100 trabajadores en Chihuahua?

Así, qué fácil es criticar a los padres de familia de los niños y adolescentes abandonados diariamente en sus casas, o en sus barrios y colonias, a causa de un régimen económico planeado para elevar la competitividad, la competencia comercial, el crecimiento desmesurado de las ganancias y el abandono del Estado Mexicano de todas sus responsabilidades sociales.

¿A quién le importan esos miles de niños que deambulan, durante largas horas, diariamente, en las calles, a la espera del regreso de la mamá, o del papá?

¿Cuál es su familia, es decir el lugar y las personas con las que vive? Pues la “tele” y los amigos del barrio, con todas las características que nuestra sociedad ha acumulado a lo largo de los últimos años.

¿Cuáles los ejemplos de “los valores de la familia”?

Ah, pues los que difunde Laura Bozzo…… y las novelas que le siguen en la programación de ese canal, y las de la realidad cotidiana.

¿Servirá, como medida preventiva para el resto de la sociedad, aplicarle a los acusados del asesinato la peor y más severa de las penas para prevenir que haya más crímenes como el que ahora nos acongoja?

¿Podremos evitarlo? ¿Nos imaginamos, siquiera, el número de niños como Christopher y sus asesinos? ¿Cómo hacer para que las causas -o los factores- que precipitaron tal tragedia, cesen o se atenúen?

No faltarán las voces llamándonos a asumir, todos, nuestra parte de la culpa y sí, podrán tener la razón, o una parte de ella, pero las dimensiones y la complejidad de la sociedad actual hace que la responsabilidad mayor, inmensamente mayor, es la de quienes dirigen al Estado Mexicano.

La tragedia del asesinato es, a pesar de todo, una de las seis tragedias; estas son, la de Christopher y la de sus presuntos asesinos.

Con los días accederemos a la de éstos últimos, por lo pronto ya pudimos asomarnos a la de una de ellos, la de una niña de 13 años, rarámuri, que apenas entiende el español, huérfana de padre y madre. Ante esas ausencias ¿Quién debería inculcarle los valores cívicos, es decir, los necesarios para poder formar parte, asimilada, de la sociedad?

Paradójicamente, de ser encontrada corresponsable, podrá encontrar, en la aplicación de la pena -cualquiera que sea- la vigilancia y cobertura del Estado que antes no tuvo.

Y ese es el fondo del problema, la ausencia de políticas públicas que sustituyan la ausencia de los padres, o permitan que éstos puedan cumplir de mejor manera con sus responsabilidades familiares y societarias.

Ante tragedias como ésta, luego del ánimo vindicatorio, sobreviene, o el olvido o la impotencia. No es raro escuchar que son situaciones -las de la pobreza y la marginación- imposibles de cambiar.

Nada más falso, en manos de la sociedad, y por ende, en manos de las capas gobernantes, se encuentran las soluciones, no son fáciles, ni los políticos mexicanos están tan dispuestos a asumir sus responsabilidades en la generación de tragedias como las que vivimos.

Por supuesto no es por la vía asistencial -que el Estado mexicano ha practicado en los últimos 40 años- sino por el cambio, profundo, de la política económica, parte central de la cual debiera ser la imposición del salario mínimo a los niveles marcados por la norma constitucional, es decir, que sea suficiente para sufragar los gastos de una familia, en todos los aspectos, lo que lo llevaría a niveles no menores a los 500 pesos ¡diarios!

Proponer una medida de esa magnitud mueve al escándalo -¡Nadie vendrá a invertir!; ¡Ningún negocio puede soportarlo!; ¡Quebrarían todas las empresas!

Pues no, incrementar a tales niveles los ingresos familiares podría convertirse en el mejor revulsivo de la economía mexicana; al incrementarse el poder adquisitivo de una parte sustancial de la sociedad (ni más ni menos que la mayoritaria, y por mucho) una buena cantidad de las empresas existentes incrementarían sus ventas, la producción nacional se elevaría, mejorarían los niveles de captación fiscal, por ende los recursos federales, y disminuiría la dependencia de México de la economía norteamericana.

Pero ese factor incidiría, casi de manera inmediata, en los niveles de mayor pobreza, no por la vía de la despensa o de la beca (que no deberían de desaparecer), sino de los niveles salariales. Muchas mamás ya no irían a trabajar, se podría recuperar, en parte, la estructura familiar, y no porque coincidamos en que las mujeres deben quedarse en la casa, al contrario, deberíamos encontrar la manera de permitir la realización personal, profesional de ellas y la armonización con su papel de madres.

Y para mejorar el entorno y contribuir a la construcción del entramado social son necesarias ingentes cantidades, millonarias, procedentes del erario federal para la construcción de toda la infraestructura necesaria, para hacer de las colonias, barrios y fraccionamientos el centro de esa comunidad; es decir, la construcción de la infraestructura deportiva y la de los centros de convivencia social, en cada una de las unidades habitacionales.

Pero fundamentalmente con la participación de los profesionales, especialistas de cada materia, sostenidos por el Estado Mexicano. Y, además, con la implementación, universal, de las escuelas de tiempo completo, las que disminuyeron, para este año, en el municipio juarense, casi en un 25%. (Nota de Francisco Chávez, El Diario, Juárez, 20/V/15).

¿Que no hay dinero?

Bastaría con destinar a ello los dos tercios de lo que hoy gastamos en la seguridad pública, no hay mejor instrumento para mejorarla que elevando los estándares sociales, es decir, aplicando cifras mayores a las de 200 mil millones de pesos al año y desapareciendo el oprobioso régimen de consolidación fiscal, mediante el cual los más poderosos le esquilman al país más de 300 mil millones de pesos anualmente (cifra conservadora) pues les permite declarar al fisco que sus empresas, todas, o pierden, o alcanzan mínimas ganancias, pero que a ellos, los propietarios, les permite ubicarse entre los más ricos del planeta.

Pues que les avisen, el negocio de las gallinas de oro se está incendiando y se está convirtiendo, a pasos agigantados, en ingobernable, no sólo por la aparición de conflictos como los de Guerrero, Michoacán, Jalisco, Tamaulipas y Baja California, más los que se acumulen en la semana, sino porque tragedias como la ahora abordada se repetirán.

Que alguien les diga que la matazón del sexenio anterior, y la del presente, es posible porque existen miles y miles de niños y jóvenes cuya existencia es semejante a la de Christopher y sus asesinos.

Los ejércitos de sicarios los hemos formado, generado, paso a paso, y sólo cuando la tragedia toca nuestras puertas, entonces gritamos, enloquecidos, que los linchen, ¡Quémenlos con leña verde! ¡Cometieron el crimen como adultos, senténcienlos, castíguenlos como adultos! ¡Y también a los padres! ¿Pues qué se han creído?

Y entonces nos topamos con dos de las caras del mismo problema, la de los asesinos y la de la sociedad que quiere venganza, no justicia.

Es decir, la intolerancia extrema.

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