¿A quién le sirve la violencia en México?

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Por Epigmenio Ibarra

¿Hubiera podido gobernar Felipe Calderón sin imponernos, por órdenes de Washington, además, su cruenta y absurda guerra? ¿Y Carlos Salinas de Gortari se habría instalado tan cómodamente en esa presidencia, que como Calderón también se robo, sin derramar sangre? ¿Hubiera podido permanecer el PRI, tantas décadas en el poder, sin hacer uso, de la fuerza represiva del estado?

No; de ninguna manera.

Aquí, a plata o plomo, nos gobernaron hasta el 2018. Aquí, a plata o plomo, quieren volver por sus fueros. Corrupción, autoritarismo, violencia e impunidad van siempre de la mano. La plata abrió, en nuestro país en 1988 y en el 2006, el camino a los usurpadores. El plomo les permitió mantenerse en el poder.

La letal combinación de la plata y el plomo les ha garantizado, desde entonces, la impunidad, no solo para mantenerse libres, sino también, para conservar la influencia y el poder suficientes para intentar destruir al gobierno democrático.

Tanto Salinas como Calderón deberían, desde hace mucho tiempo, estar en la cárcel. En lugar de eso, están ahí, sin que nadie les moleste ni les llame a cuentas por sus crímenes, actuando -casi como próceres de la República- contra la paz social, alimentando a la guerra.

¿A quién le sirve la violencia en México?

¿Al provocador que lanza la molotov?

¿Al sicario que aprieta el gatillo?

No. Les sirve a ellos, a los que mandan sobre ellos, a los que nada temen, porque rodeados de sus guardias pretorianas, no corren, ni han corrido jamás, ningún peligro.

A los mismos que, con brutal desparpajo mandaban, desde el poder, a otros a matar y a morir y hoy promueven y esperan ansiosos a que, de nuevo, se derrame sangre en las calles.

A la plata se rindieron, la plata del estado usaron para someter a otros. Con el plomo siempre fueron y siguen siendo, pródigos.

No, la élite periodística miente, México no era Suiza.

No vivíamos una democracia imperfecta.

Estábamos sometidos, es preciso reconocerlo, a uno de los regímenes más corruptos, autoritarios, perversos, represivos y longevos de la historia moderna.

Crucial para la sobrevivencia de ese régimen eran tanto la desmemoria colectiva, la complicidad mediática, la resignación y la simulación, como la amenaza siempre presente de una represión fulminante.

Democracia en apariencia, dictadura en el fondo; el sistema fomentaba el odio y se nutría del miedo. Monstruos eran los opositores, los maestros, los estudiantes, los campesinos, los periodistas que no se plegaban a su mandato.

Si no barría la policía con ellos; barrían los medios.

Tan hondamente se arraigó ese régimen, que hoy, que lo nuevo no termina de nacer, sigue lo viejo, que no termina de morir; dominando en muchos órdenes de la vida pública e imponiendo sus prácticas y sus dogmas.

¿Y el narco?

El narco que nació de ese régimen, donde capos y funcionarios y gobernantes corruptos eran dos caras de la misma moneda, se volvió, desde Calderón el enemigo imprescindible.

Un enemigo -hoy la élite periodística parece haberlo olvidado por completo- que, además de convertirse, debido precisamente a la guerra, en una sanguinaria fuerza de combate, ascendió, desde los sótanos más oscuros del estado, hasta las oficinas donde Calderón y Genaro García Luna, conducían la guerra.

¿Quién se atreve a ser libre si siente miedo?

¿Quién a exigir que se ataquen las causas de la violencia y no solo sus consecuencias si teme por su vida?

Y aunque mano dura piden siempre quienes tienen miedo, yo tengo confianza en este pueblo que optó por la libertad, en libertad vive y la libertad habrá de defender; sin violencia, sin odio, con la razón y contra la fuerza.

@epigmenioibarra

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