100 millones de pobres en México

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Por Carlos Murillo González

No es una nota relevante comparada con los grandes escándalos tipo el último chisme de Peña Nieto y Angélica Rivera, pero si usted no es parte de los 100 millones de pobres, tampoco tiene nada que festejar, pues, ¿quién cree que ayuda a los pobres de este país?, ¿el Estado?, ¿los ricos? No. La clase media: quienes pagan impuestos.

Hace unos días aparece el último reporte de la Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) donde expone, entre otros aspectos, el incremento de la pobreza alcanzando la cifra de 100 millones de mexicanos y mexicanas. La evaluación operada con aportes metodológicos del prestigiado economista antropólogo Julio Bolvitnik, hace pedazos el espejismo propagandístico del gobierno actual, impotente al esconder tanta pobreza. Cierto es, no sólo es responsabilidad del actual, nocivo y ladrón gobierno priista de todos y todas conocido, sino de 33 años de aplicación del modelo neoliberal en México.

Una generación de mexicanos(as) desconoce la democracia, particularmente la electoral, por falsa; pero desconoce también, por ignorancia, sus derechos y todas las prerrogativas que por ende le han sido negadas: alimentación, salud, educación, trabajo, vivienda; menos aún comprende todavía conceptos más abstractos como justicia, seguridad o laicismo. Esta sociedad despolitizada en búsqueda de una felicidad burbujeante y simplona, no construye nada hacia su libertad o emancipación; no se da cuenta incluso, de su pobreza, aunque la huela.

Peor aún, la capacidad de una sociedad más justa va en detrimento a favor  de una sociedad teledirigida (es decir, donde un pequeño grupo o élite ejerce el poder sobre el resto) los gustos se democratizan en base al poder económico, atomizando a la sociedad hacia un individualismo egoísta extremo, donde precisamente el Leviatán se hace misántropo. La cultura o superestructura en acción sirve igual para liberar o, como en este caso, para enajenar.

Minicracia

El Estado neoliberal es minicrático: hace el trabajo suficiente para “facilitar” el libre mercado (ablanda leyes,  privatiza paraestatales, rescata bancos…) y deja la “mano invisible” smithiana al poder económico, llegando incluso a la violencia para proteger intereses de grandes empresas nacionales y transnacionales.  No hay una política ni visión sociológica o interés por ello, y cuando la hay, se traduce en apoyos altruistas raquíticos, apoyo a empresas “filantrópicas” como Televisa (Teletón) y programas de combate a la pobreza mal armados, maquillados y utilizados vilmente como favores políticos a cambio de votos.

Mercancía-consumidor-consumido

El estado capitalista neoliberal se ha encargado de minar las esperanzas y expectativas de vida de las sociedades donde se establece. En este sentido, no hay diferencia entre una granja de gallinas y las sociedades humanas de economía y cultura neoliberal: en ambos casos se convierten en mercancía, más el valor agregado del perfil consumista humano,  que hace una dialéctica en su contra: ahora vive más tiempo, pero también más enfermo y atado a medicamentos, por ejemplo, entonces el/la humano no deja de ser explotado hasta el último momento de su existencia.

El imán capitalista

La gran ilusión capitalista, la gran meta, es ser rico. Absortos por el gran estímulo psicológico al esfuerzo individual, el héroe neoliberal es emprendedor, masculino, irresistible, exitoso. Para el idealista capitalista, tan común en estas épocas, no hay nada que se le oponga o atraviese, ningún obstáculo capaz de privarlo de su(s) objetivo(s). Claro es, pocos, muy pocos, alcanzan sus objetivos, ¡y qué bueno!

El problema con este tipo de filosofía, esta forma de ver la vida, es que se adueña del mundo literalmente y se concentra en sus objetivos ignorando todo lo demás. Lo mismo le da al burgués capitalista, romántico o pragmático, resolver el problema de la escasez de agua, que rociar cultivos alimenticios con glifosato. Aunque más común el segundo ejemplo, cabe señalar la mentalidad del culto a sí mismo como algo propio de los patriarcados, de reyes y militares, pero democratizado y adaptado para el posmoderno siglo XXI: todos podemos ser reyes, ricos, famosos. Ahí el problema de este pensamiento: es retrógrada.

“El cambio está en uno mismo”

¿Así que estás convencido(a) del cambio de actitud para vencer adversidades; de la pobreza como sinónimo de malos hábitos, etcétera? El espejo de la realidad dice del desprecio hacia la pobreza no por que se tenga que pagar por ella o ello (tanto la caridad como el crimen van y vienen de la mano de la pobreza material y de espíritu) sino por que el propio sistema enseña a odiarlo (y a odiarse) a pesar de ser el encargado de reservar parte de los impuestos (dinero de todos y todas) para evitar el desequilibrio económico y la desigualdad social.

La pobreza no es sólo un asunto personal-individual, es también un asunto de la colectividad. Haber nacido pobre o ser víctima de una crisis económica mundial es un asunto sociológico. Perder el patrimonio por desastres naturales o caer enfermo a tal grado de no poder trabajar, es una situación circunstancial ajena también a la persona, pero atrae lo colectivo. Tomar decisiones equivocadas o ser estafado, son asuntos personales, pero aún así, existen tribunales o formas de resolverlo.

Como quiera que sea, la pobreza es un asunto que nos afecta a todos, pero tiene solución.

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