Vázquez Mota: la República de la Autoayuda

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Por Gerardo Albarrán de Alba *

Esta es una campaña diferente de una candidata diferente. Pero no es porque Josefina Vázquez Mota se distinga de sus contendientes por la Presidencia de la República, sino porque el contraste es consigo misma: ella, que fue la eficaz operadora que armó los programas sociales en el sexenio de Vicente Fox, es la misma que no supo encajar en el círculo cercano de Felipe Calderón durante la campaña de 2006; es la que sucumbió ante Elba Esther Gordillo cuando estuvo al frente de la SEP para luego vencer al delfín presidencial y a la estructura partidista en la contienda interna del PAN; es la motivadora profesional devenida en líder de la fracción panista en la Cámara de Diputados que apenas subió una sola vez a la tribuna y que ahora suple el discurso político con los mismos lugares comunes de su best seller, gracejadas misóginas y sentimentalistas que convocan a la República de la Autoayuda.

Sus colaboradores la describen como workaholic, extremadamente disciplinada, alguien que sabe trabajar en equipo y obsesionada con su imagen personal, pero no pueden negar los desaciertos que han plagado a la campaña, junto con la mala suerte, como el congestionamiento vial que impidió el paso al vehículo en que se dirigía al IFE a registrar su candidatura, que la obligó a llegar en motocicleta, o las fallas técnicas en el foro de CNN con los cuatro candidatos, que ella abriría, y que la desplazó al final del ejercicio. Solitaria, tensa y errática, la describen reporteros que la han seguido casi diario durante poco más de dos meses.

En la recta final de la campaña, Josefina Vázquez Mota ha perdido la posición en que arrancó, cercana a los 30 puntos en las preferencias del electorado, que le daban un buen margen para disputar la Presidencia de la República. Relegada hoy en casi todas las encuestas al tercer lugar, recurre a la estrategia del miedo como la última esperanza de remontar.

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Cierro los ojos y trato de imaginar si yo fuera mujer. El ejercicio freudiano de política transgénero al que convoca Vázquez Mota en el segundo debate no me lleva muy lejos, apenas al atril desde el que la candidata panista a la Presidencia de la República intenta convencer a la nación de dejarle cuidar a sus familias, más por contraste con los defectos que ella caricaturiza en sus oponentes que por sus cualidades propias. Los Pinos como guardería. Ni feminista ni femenina, marca su participación en el segundo debate con un mal chiste misógino. Un desacierto que –ya le auguran– habrá de costarle ante al menos dos generaciones de mujeres que repelen el estereotipo sufridor a la Marga López al que apela en cada foro a modo que le preparan para mezclar la arenga electoral con párrafos enteros de su libro Dios mío, hazme viuda por favor.

Unos días antes y después de la noche del debate, Vázquez Mota refrendará a qué mujer le habla. Y aún más, develará qué mujer es la que les habla.

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La primera parte de la campaña fue un catálogo de calamidades: desde la batalla misma por la postulación, a contrapelo de delfines, hasta los desmayos de principios de abril que la llevaron a tener que desmentir que tiene anorexia o bulimia. Los golpes de timón no surtieron efecto y el fuego amigo la arrinconó de nuevo: Vicente Fox pronostica su derrota y no falta quien de plano le sugiera que decline a favor del priista Enrique Peña Nieto. Un despropósito que mina un liderazgo que nunca acabó de obtener dentro de las filas de su partido.

Sabedora de que el voto duro del PAN no le alcanza para ganar la Presidencia, Vázquez Mota ha intentado sin mayor éxito los eventos masivos, según testimonios del equipo y de los reporteros de la fuente. Muchos de esos mítines terminan en reuniones con la clientela fija. No son actos para convencer a potenciales votantes, sino encuentros autorreferenciales para convencerse de que la campaña avanza, para creer en su capacidad de convocatoria. Cada aplauso, cada voto, el optimismo como consigna.

La campaña más bien ha estado concentrada en cúpulas empresariales, de asociaciones civiles, de iglesias y de mujeres. Las mujeres. La mayor cantidad de eventos han sido con mujeres, su principal apuesta, la única diferencia evidente. Mujeres como las que la reciben en Guadalajara, en vísperas del segundo debate. Mujeres la habrán escuchado –algunas lo presumen– en alguna de las conferencias de automotivación que Josefina impartía hace unos cuantos lustros. Mujeres que ahora exploran eso de ejercer la ciudadanía.

El discurso de Vázquez Mota no es para todos. ¿Dónde están en esta campaña los nuevos marginados: los nacos, los homosexuales, los ninis, los emos, los chemos, los subempleados y desempleados, los vieneviene, los jóvenes (la categoría trasversal más peligrosa), los vendedores de cuanto pirateable sea, los lavacoches y franeleros, las putas y los putos, los viejos sin pensión, la gente sin futuro? Vázquez Mota hace campaña en el pasado, en los fantasmas del populismo de un priismo satanizado por aquellos empresarios que engordaron sus carteras gracias al doble rasero institucional.

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Esto no es un mitin, es un desfile de moda. La inmensa mayoría de las cerca de 2 mil mujeres que se han reunido para escuchar a Vázquez Mota, el pasado 8 de junio en la Cámara de Comercio de Guadalajara, se han vestido para la ocasión.

Avanzan altivas por los pasillos, lucen bolsas Louis Vuitton, Chanel, Gucci, Carolina Herrera, Hermes, Fendi. De algunas correas cuelgan los dijes del auto en que llegaron: Mercedes y BMW no faltan. Las más discretas llevan del brazo Michael Kors, Guess, Tous, Tommy Hilfiger, Coach.

Ante tal auditorio (esposas de empresarios y de funcionarios públicos, la mayoría; algunas integrantes de asociaciones civiles, emprendedoras también), Vázquez Mota echa mano de sus dotes de motivadora, las mismas que desplegaba hace casi 20 años con grupos ultraconservadores que la acercaron a Carlos Medina Plascencia en 1997, quien le ofreció presentarla con el entonces presidente del PAN, Felipe Calderón Hinojosa, y tres años después la convenció de apuntarse para una candidatura a diputada federal. Ahí empezó todo, porque fue la última vez que le pidió permiso a su marido para hacer algo, presume ante las mujeres que la escuchan y le celebran tamaño atrevimiento, (“la mejor de todas las lecciones”, habrá de asegurarles). “Y aquí estoy, en la boleta electoral para ser presidenta de México”, se envanece. Ellas la vitorean. Es una de nosotras.

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De la propuesta a la denostación, la campaña ha virado según los vientos de las encuestas y de los tumbos de su equipo. Así lo hizo casi nada más arrancar, con un golpe de timón que pasó por un pretendido cambio de imagen: de Chepina a La Jefa hay varios asesores de distancia. Las disputas al interior del PAN y los roces con Los Pinos la obligaron a incorporar a un grupo de operadores cercanos a Felipe Calderón, entre quienes están Juan Ignacio Zavala, Luisa María Calderón (cuñado y hermana del presidente), Max Cortázar, Juan Molinar Horcasitas (de quien habrá de deslindarse ante la crítica generalizada y la presión de los jóvenes del #YoSoy132), Alejandra Sota y Javier Lozano Alarcón, entre otros. Antonio Solá Reche, autor de la campaña “un peligro para México”, dio el giro definitivo: va de nuevo la campaña del miedo.

Ya en 2006, Vázquez Mota reconoció el riesgo de haber polarizado aún más al país con tal de hacer ganar a Calderón, anatemizando a Andrés Manuel López Obrador y comparándolo con Hugo Chávez. Seis años después, agobiada desde la precampaña y arrastrando enormes lastres, se declaró dispuesta a todo con tal de ganar. “Bueno, a casi todo”, corrigió de inmediato el lapsus que tuvo ante el rector del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas, el 23 de abril. Mes y medio después ya no se mide.

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Los zapatos combinan en colores, diseños y marcas. Aquí ya es verano y se imponen las cuñas que permiten lucir el derroche de pedicure, dedos y uñas perfectamente arreglados. Compiten los diseños de tacón, lo mismo en corcho, rafia, madera o esparto, y se imponen los colores llamativos y los lazos y flores que dejan atrás las zapatillas sosas de otras temporadas. El ojo no da para tener certeza de algunas marcas, pero seguro han pasado Nine West, Castañer, Mustang y Cuplé. De accesorios ni hablemos. Cual más cual menos, todas llevan un toque que resalta los peinados, las luces, el maquillaje. La sencillez domina sobre quienes no saben de límites.

La propia Josefina tiene debilidad por las marcas. Gusta de Carolina Herrera y Salvatore Ferragamo, según contó ella misma a Quién. No se le ha visto el bolso Louis Vuitton que le regaló Elba Esther Gordillo.

Pero ha sido difícil, muy difícil, repite cada vez que toma la palabra. Ciertamente, aunque no sepa de carencias, casi nada le ha sido regalado. De la cultura del esfuerzo a la autoayuda como forma de vida, Vázquez Mota logró hacerse de la candidatura del PAN a la Presidencia de la República, y desde entonces recorre el país contándole a todos que a ella le ha costado 20 veces más llegar a donde está, por ser mujer.

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En el primer debate, la estrategia se reduce a un impulso amoral que niega la realidad a toda costa, al precio incluso de la autoinmolación. Para el segundo, la urgencia marca cada intervención. Rijosa, agarra parejo: El candidato del PRI representa el retorno del autoritarismo, de la rendición frente al crimen organizado y del abuso del poder (le asesta a Peña Nieto). El rostro del otro PRI es el de la intolerancia, el rencor, la confrontación, el populismo y las crisis económicas (le suelta a López Obrador).

En el ánimo de confrontación, Vázquez Mota difumina algunas propuestas que le vendrían bien a nuestra incipiente democracia: reducción de diputados y senadores, reelección de legisladores y alcaldes, eliminación del fuero a toda la clases política “sin excepción”.

Descentrada, Vázquez Mota parece disputar el tercer lugar y se lanza con tino a la yugular de Quadri: es un peón de la dirigente eterna del SNTE. El político embozado de ciudadano sonríe, esperaba ese momento para restregarle un video donde se les ve a ambas mujeres como queridas amigas. Josefina toca la lona.

Al final, la mayoría de analistas coincidirá: la candidata panista tuvo el mejor desempeño. Paradójicamente, perdió el debate.

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La ropa es ligera. Vestidos de grandes vuelos, lino y algodón, seda. Pocas mangas. Purificación García y Burberry se destacan. “Todo el outfit está perfecto, hasta la actitud”, me dice una colega que se ha rendido en su afán de pescar a alguien en falta: aquí no hay una sola prenda pirata.

Hasta para la más experimentada, arreglarse como lo hicieron para el encuentro de mujeres toma no menos de una hora, si no es que dos. ¿Cuántas habrán ido, además, a peinarse hoy? Y ya en esas (¡mira nada más qué manos traigo!), de una vez el manicure. Unas reporteras locales nos escuchan viborear, y aclaran: vestir y lucir así es algo muy común en Guadalajara (ni modo, no es que seamos chilangos fachosos, somos reporteros en gira).

Ante ellas, Vázquez Mota deja aflorar la culpa por dejar de lado a sus hijas desde que se metió de lleno a la política, pero también el resentimiento hacia aquellos maridos que minusvalúan la necesidad de trabajar de sus consortes, “como si esa necesidad fuera meramente económica”, puntualiza ante una audiencia que sabe de lo que les habla. Pero las ideas que cruzan por la mente de esas mujeres ante tal situación les generan sentimientos de culpa:

“Es como si una mujer casada niega que de vez en vez, cuando volteamos en la noche a ver a nuestra pareja si no se portó muy bien, pues entran ciertos instintos, así como muy violentos ya cuando los vemos dormiditos. Y al día siguiente decimos: Bueno, pues ya me casé con él, vamos a seguir adelante.”

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Nadie puede regatearle a Vázquez Mota su dominio del escenario, trasladado ahora a los templetes. Camina de un lado a otro (“estoy chaparrita, así los veo mejor”, suele decir incluso desde los entarimados a metro y medio por sobre las cabezas de su audiencia), las manos en movimiento perpetuo, retórica de la mímica. La voz se modula en tonos narcotizantes. No busca convencer, sino hipnotizar. El tarjeteo de sus asistentes como recurso oratorio, el dato repetido hasta el cansancio, la anécdota como primero y último recurso, así sea inventada, la cita embozada de su libro de autoayuda.

Aun así, un par de falacias marcan los dos eventos más importantes de las últimas semanas: el encuentro con estudiantes de la Universidad Iberoamericana (donde un pequeño grupo de jóvenes evoca a Javier Sicilia al señalarla como representante de la continuidad de una administración que ha dejado al país hecho un camposanto), y el debate presidencial más visto en nuestra historia.

En la Ibero, Vázquez Mota hará creer que fue testigo presencial de la matanza aquel 10 de junio de 1971. “Usaban guantes blancos”, dice de los Halcones. Falso. En realidad, ese fue el distintivo del Batallón Olimpia, en la masacre del 2 de octubre de 1968.

En el debate del pasado 10 de junio (oh, paradoja), reprocha que el candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador no hubiera renunciado al PRI precisamente tras el asesinato de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Pequeño detalle, en 1968 el peligro para México reloaded tenía 14 años de edad. Para el del Jueves de Corpus, tres años después, todavía no era mayor de edad.

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Desde hace mucho, la edad ya no les da para la pasarela, pero sí para la personificación del catálogo. El promedio de las mujeres que escuchan a Josefina rebasa el medio siglo a cuestas, y vaya usted a saber cuántos hijos (acá en Jalisco no se andan por las ramas: el candidato panista a gobernador, Fernando Guzmán, nada más tiene 11). Pero es cierto. Hay algo en el porte que las pone más allá de las masas (y eso que hoy es lo más cerca que estarán de serlo). La campaña se viste de Prada.

Seis días después, en Mazatlán, llegará al extremo. Vázquez Mota pide a las mujeres ir a votar el 1 de julio, pero no solas, sino con 10, 15, 20 o 30 personas más. Familia incluida, empezando por el marido, el único sobre el que caerá la maldición si se resiste: “¡Y ay de aquella pareja que no vaya porque no le hacemos cuchicuchi en un mes!”.

* Gerardo Albarrán de Alba es miembro del Consejo Directivo de la Organization of News Ombudsmen (ONO) y ha sido miembro del Consejo Editorial de la edición mexicana de Le Monde Diplomatique y de los consejos directivos o asesores del Centro de Periodismo y Ética Pública, de la Fundación Información y Democracia, de la Fundación Libertad de Información, del Centro de Periodistas de Investigación, de México Abierto, del consejo regional del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS, con sede en Lima, Perú) y del Committee to Protect Journalists (CPJ, con sede en Nueva York). Ha publicado capítulos en los libros: Croniques de la Gouvernance, Explorando el ciberperiodismo iberoamericano, Internet, el medio inteligente, Los Presidentes en su Tinta, Crónica de una campaña, Hasta siempre, Heberto, y La Muerte del Cardenal.

NOTA: Las crónicas presentadas en esta sección corresponden a la visión de los cronistas. Como toda crónica, constituyen una descripción periodística en la que tienen lugar apreciaciones personales.

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– Fuente: Notimex

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