Tres mentiras de los conservadores

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Por Epigmenio Ibarra

Con tres mentiras –comunes al conservadurismo y a los movimientos de derecha de los siglos XIX y XX– encubren su falta de propuestas la alianza opositora de PRI, PAN y PRD, los intelectuales que la sirven y apoyan y sus voceros en los medios de comunicación.

Como aquellos que, ante el “caos” del México Independiente, añoraban el “orden” imperante en los tiempos de la Colonia.

O los que, durante el torbellino de la Reforma, lamentaban haber perdido el paraíso que la religión de Estado y el poder combinado del clero y la milicia les garantizaban.

Los conservadores de nuestros días –a la usanza del grupo de “científicos” que sentía nostalgia por la paz de los sepulcros de Porfirio Díaz– idealizan el pasado y hablan del México neoliberal como si nuestro país hubiera sido Suiza: un ejemplo de libertades civiles, equidad, justicia y democracia.

Con la misma rabia con que otros trataron de revertir la Independencia, impedir la Reforma o derrotar a la Revolución hoy quieren frustrar la transformación de México.

Convertidos en fervientes defensores de una Constitución que reformaron a su antojo y cuantas veces quisieron para garantizar su permanencia en el poder y preservar sus intereses económicos y políticos, hoy los conservadores creen y quieren hacernos creer que las leyes de la República –esas mismas que violaban sistemática e impunemente– son verdades inmutables.

Hablan de la Constitución como si fuera obra divina y no el resultado de la acción de seres humanos con intereses concretos y que viven en determinadas circunstancias históricas.

Olvidan convenientemente que las leyes deben ser reformadas y adaptadas para que la justicia, que –con el tiempo– ha de ir adquiriendo un rostro cada vez más humano, sea convertida en ley.

Por ello, es un despropósito del mismo calibre defender la legislación colonial, los fueros del clero, la reelección en los tiempos de Díaz o las reformas constitucionales del régimen neoliberal.

La tercera mentira –la más palmaria– repite los dogmas del más rancio anticomunismo. Andrés Manuel López Obrador -según ellos- es un tirano que restringe libertades, fomenta la lucha de clases y quiere deshacerse de las leyes e imponer una dictadura.

Los hechos desmienten a los conservadores.

Miente quien idealiza un pasado que estuvo marcado por una monstruosa desigualdad social, corrupción generalizada, impunidad y violencia.

Miente quien afirma que modificar las leyes es un sacrilegio. Dice Montesquieu: “Una cosa no es justa por el hecho de ser ley; debe ser ley porque es justa”.

Miente quien finge que se le acota su libertad. Hoy a nadie se persigue por lo que piensa y dice, a nadie se censura, a nadie se reprime.

Miente quien afirma que hoy se busca el predominio de una clase sobre otras. Es cierto: “primero los pobres” pero no solo los pobres.

El 65% de las y los electores con estudios universitarios votaron por López Obrador mientras que el 20% del mismo segmento lo hicieron por el PAN y solo el 7% por el PRI. Otro tanto sucedió con los votantes con ingresos de entre $15,000 a más de $20,000 pesos: el 64% votó por el tabasqueño.

Las y los mexicanos -de muy distinta extracción social- respondimos en 2018, y responderemos en julio de este año a un llamado similar al que hiciera Benito Juárez en marzo de 1858, cuando convocó “a los demócratas de corazón… a las clases todas, confundiéndose y confraternizando en una aspiración a la libertad, a luchar en contra de la explotación infame de los muchos para beneficio de unos cuantos”.

@epigmenioibarra

Fuente: Milenio

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