Ser radical

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Por Epigmenio Ibarra

Hoy, en este país, basta con ser decente para ser revolucionario, para ser radical, y es que nadie puede andarse con medias tintas si de condenar y combatir la corrupción se trata. Nadie tampoco necesita coartada ideológica alguna para pronunciarse contra la impunidad. No se trata de ser comunista, socialista o populista, se trata de actuar con integridad y patriotismo, con conciencia y un sentido real y profundo de lo humano.  

No podíamos permitir (no lo tolerábamos más) que asesinos y ladrones nos siguieran gobernando, que ensangrentaran y saquearan a nuestra patria impune y descaradamente. Por eso, después de 36 años de sumisión y de lucha tenaz, en 2018 la mayoría de las y los mexicanos tomamos una decisión tan revolucionaria como radical y nos pronunciamos en las urnas por un cambio de régimen.

No le ordenamos al Presidente con nuestros votos: hazlo a medias, negocia, contemporiza, cuida tu imagen, queda bien con todos, conserva lo existente, haz concesiones a los poderes fácticos, sométete a ellos.

Le ordenamos, por el contrario, que atacara de raíz la corrupción y lo hiciera respetando la división de poderes y garantizando las libertades de los ciudadanos, que demoliera “la presidencia imperial” y su guardia de corps (el Estado Mayor Presidencial), se liberara de la corte mediática y separara —a cualquier costo— al poder político del poder económico.

No fuimos —como insiste la derecha conservadora— víctimas de engaño alguno. Escuchamos sus propuestas, conocimos a la perfección sus planes, reflexionamos sobre ellos, lo discutimos y luego de todo eso, en un acto de soberanía individual que nos hermanó a 30 millones de personas, cruzamos la boleta para convertirlo en presidente.

Fue tan abrumador y contundente este acto de liberación colectiva que, quienes creían haber encontrado la coartada bipartidista perfecta para el sometimiento perpetuo de la nación, se vieron obligados a entregar el poder. No fue el INE —esa es una falacia más de la derecha— quien lo hizo presidente, fuimos nosotras y nosotros, los votantes.

Llevamos así a López Obrador a Palacio Nacional, en un acto de rebeldía consciente, para que cumpliera su promesa central: cambiar de régimen y conducir la 4ª transformación de la vida pública, sabiendo todas y todos que esa transformación había de ser, necesariamente, democrática, pacífica y radical.

Ni las, ni los votantes le pedimos, ni él ofreció a nadie, limosnas ni subsidios. Exigimos justicia social y eso precisamente son las becas para estudiantes de todos los niveles, las pensiones para los adultos mayores y personas con discapacidad; eso son los programas sociales como Sembrando Vida o Jóvenes Construyendo el Futuro. Este país ya no aguantaba más; al borde del estallido nos habían llevado 36 años de neoliberalismo.

Indecentes y suicidas me parecen aquellos que, apegados al dogma conservador, pontifican y se oponen a estos programas sociales. ¿Qué quieren, perpetuar en la condición de “condenados de la tierra” a quienes han sido históricamente marginados? ¿Qué buscan al cerrarles la puerta en la cara a quienes tienen derecho a una vida mejor?

De abrir, de desbrozar el camino para todas y todos, se trata y para eso —y aunque les duela y porque eso les va a salvar también la vida a quienes se oponen a la transformación— hay que arrancar de raíz la mala yerba. “De escultores y no de sastres es la tarea”, decía Miguel de Unamuno. Revolucionar, transformar no es transigir.

@epigmenioibarra

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