Para vivir en libertad

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Por Epigmenio Ibarra
Y en esa, su caída, su traición, los medios de comunicación masiva arrastraron al país y se convirtieron en el lastre más pesado para la democracia y aún, me temo, lo siguen siendo.

Tiene razón Paulo Freire, autor de “La Pedagogía del oprimido”, cuando afirma que “decir una palabra verdadera es transformar al mundo” y es que; callar, mentir, simular, evadir la confrontación de las ideas, guardar una aparente corrección política, eludir el debate y ejercer el control hegemónico de los medios de comunicación masiva, es la mejor manera de detener la marcha del mundo, la marcha de un país como el nuestro, de conservarlo atado al pasado y a sus dogmas y subyugar así a sus habitantes.

No solo con plata y con plomo sometió a México el viejo régimen; fueron también los medios de comunicación masiva, en especial la radio y la TV, los que le permitieron mantener su dominio sobre vidas y haciendas durante tantas décadas.

Para vivir en libertad -eso lo sabían entonces y lo saben ahora los jerarcas del PRI y del PAN y los oligarcas que sobre ellos mandan- es preciso vivir informado, enterado de lo que realmente sucede, expuesto a otras ideas, abierto a otras experiencias y ese derecho, sin el ejercicio del cual la democracia es inviable, nos fue negado a las y los mexicanos precisamente por aquellos cuya obligación era garantizarlo.

Que los medios de comunicación masiva y, en ellos, los más destacados líderes de opinión -salvo honrosas y contadas excepciones- callaron ante los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el Estado o bien alzaron la voz con tibieza y miedo ante los mismos, es algo que hoy nadie puede negar.

Que muchos de esas y esos que, hoy dicen plantarse valientemente frente al poder, terminaron por avalar los fraudes electorales de 1988 y 2006 y cerraron los ojos, los oídos y la boca ante el saqueo generalizado y ante la guerra, que Felipe Calderón nos impuso, tampoco.

Más que indispensable contrapeso ante un poder corrupto; fueron apoyo irrestricto para el mismo. Más que testigos; cómplices. Más que arietes de la libertad ciudadana; instrumentos de dominación. Más que espejo de la realidad; perpetuadores de la mentira. Más que garantes de la paz; solo una más de las armas de la guerra.

Y en esa, su caída, su traición, los medios de comunicación masiva arrastraron al país y se convirtieron en el lastre más pesado para la democracia y aún, me temo, lo siguen siendo.

Contra los medios que daban flagrantemente la espalda a la realidad y al país y se sometían al control gubernamental es que, quienes luchaban por la democracia, tuvieron que alzarse muchas veces.

No se trataba, sin embargo, solo de negarles la palabra a los opositores, de impedirles que entraran en contacto con las capas más amplias de la población, de impedir sus triunfos democráticos; se trataba de destruirlos, de aniquilarlos mediáticamente.

Contra y a pesar de los medios es que se ganó en el 2018 y es que hoy ha de gobernar Andrés Manuel López Obrador AMLO y ha de hacerlo así porque la mayoría de los concesionarios, de los líderes de opinión, de los columnistas e intelectuales se rehúsan a aceptar que aquí se produjo una verdadera revolución de las conciencias y que la mayoría de las y los mexicanos decidió quitarse la venda de los ojos y liberarse de esa tutela mediática impuesta por el viejo régimen.

Guardar, en estas circunstancias, la hipócrita compostura de los viejos inquilinos de Los Pinos, no decirles a los medios sus verdades cuando mienten, ni exhibir los prejuicios con que actúan, sería tanto como rendirse. “La libertad, que es una conquista y no una concesión -dice Freire- exige una búsqueda permanente” y en esa búsqueda, con la palabra que transforma y que por tanto confronta, es que está empeñado López Obrador.

@epigmenioibarra

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