Nadando con delfines en la 4T

0

Por Jorge Zepeda Patterson

Como la política no sabe de aritmética sino de sumas y restas de poder, el segundo trienio suele constar de dos años. Son los últimos en los que el mandatario en turno sigue siendo el personaje estelar de la escena pública y, consiguientemente, mantiene al 100 por ciento los poderes que le otorga la silla presidencial. Pero el último año la atención del respetable suele desplazarse de Palacio a los pasillos de las oficinas públicas donde despachan los precandidatos. Y una vez entrados en campaña los actores económicos y políticos detienen proyectos o toman decisiones en función de los humores, filias y fobias del que, presumen, será el próximo soberano.

En ese sentido, pese a las muchas peculiaridades del gobierno de AMLO, sus afanes durante el último año no serán muy distintos a los de sus predecesores: afianzar lo que se pueda para que resista en lo posible el tsunami que viene con cada nuevo sexenio y, sobre todo, concentrar esfuerzos para intentar dejar en el poder a su delfín.

Resulta irónico que ningún presidente después de Miguel de la Madrid, es decir hace 35 años, haya sido capaz de maniobrar con éxito para dejar en su lugar al “elegido”. Un dato que dice mucho sobre el enorme poder que tiene un presidente los primeros cinco años, pero lo poco que le queda en la recta final del sexenio. A Carlos Salinas se lo mataron; a Zedillo lo sacaron de Los Pinos con todo y partido; Fox quería con Santiago Creel pero Calderón le aplicó, a él también, su “haiga sido como haiga sido”, aunque luego no pudiera ni siquiera imponer a Ernesto Cordero como candidato de su partido; y de Enrique Peña Nieto no está claro, incluso, que realmente intentara colocar a José Antonio Meade en Los Pinos. Parecía más interesado en poner tierra de por medio a La Gaviota y pactar términos de rendición favorables a su persona con el vendaval tabasqueño que se venía encima.

¿Será distinto en el caso de López Obrador? ¿Tendrá éxito donde los demás han fracasado? Habría que decir que, a diferencia de los anteriores, el Presidente tiene una base de poder propia al ser líder de un movimiento construido en torno a su persona. Pero también cabría preguntarse si el obradorismo sobrevivirá a la presidencia de López Obrador; es decir, si el líder y un círculo de leales mantendrá las riendas sobre Morena, definiendo candidatos y posiciones ideológicas, o si los designios de este partido serán resultado de las luchas internas de las distintas corrientes y tribus que se disputen el poder. Si AMLO no quiere o no puede controlar desde Palenque a su organización, lo más probable es que Morena se convierta en una versión moderna del PRI, en el cual el presidente en turno era el jefe indiscutido del partido, al menos hasta que aparecía el siguiente.

Parecerían preguntas extemporáneas sabiendo que nos encontramos apenas a mitad de sexenio, pero no son tan ociosas si consideramos que el presidente ya está haciendo alusión a ellas. Este lunes aseguró que las acusaciones y filtraciones sobre la tragedia de la Línea 12 del Metro y de la investigación que está en curso tienen como telón de fondo la sucesión presidencial. Volvió a referirse a sus dos principales cartas, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, y aseguró que sus adversarios políticos están tratando de enfrentar entre sí a los dos funcionarios. Nada que no hubiera dicho antes, salvo que al rematar su observación añadió otros posibles candidatos de su propio equipo: Esteban Moctezuma, embajador en Washington; Tatiana Clouthier, secretaria de Economía, y Juan Ramón de la Fuente, representante ante la ONU.

Por lo general los presidentes evitaban hablar del tema de la sucesión con la misma determinación de aquellos que no hacen alusión a la parca para no invocarla. Todo mandatario sabe que eso es la antesala del exilio. Abrir las cartas a media docena de precandidatos era un recurso utilizado por los presidentes para quitar presiones y evitar el desgaste de su delfín. Pero no se había visto que alguien lo hiciera a mitad de su gobierno. En eso AMLO ha sido diferente, quizá porque desde que llegó ha estado obsesionado con la manera en que lo verá la historia y con frecuencia se entretiene construyendo posibles epitafios políticos de lo que habrá sido su paso por la silla presidencial.

Además del carácter anticipado, llama la atención la selección de nombres, todos ellos alejados del primer círculo del obradorismo; lo cual da pie para confirmar que no se trata más que de humo distractor. Y más significativo aún resultó que no mencionara a Ricardo Monreal, quien había sido considerado hasta ahora el tercero en la línea de sucesión de una lista no oficial pero muy consensuada en la conversación pública. Algunos considerarán esta ausencia como un tiro de gracia a las aspiraciones del senador; otros, por el contrario, dirán que no mencionarlo equivale a convertirlo en el caballo negro de la contienda, el verdadero tapado al que se está protegiendo. Lo dicho, la política no obedece a la aritmética, pero tampoco a lo lógica lineal.

Finalmente, habría que destacar una mención que a primera vista parecería intrascendente, pero no lo es: no hay dirigentes del conservadurismo, dijo, “a lo mejor surjan, pero en el flanco izquierdo hay para tirar para arriba, hasta para prestar”. AMLO hace mucho que había dejado de hablar de izquierdas y derechas, y en más de una ocasión criticó tales nomenclaturas. Prefiere considerarse a sí mismo como un liberal a la usanza del siglo XIX o simplemente alguien que difiere de los conservadores. Sin embargo, ahora se situó en el flanco izquierdo. No me parece casual. En los últimos días se ha estado hablando de la ruptura con la izquierda moderna y con los sectores progresistas de la Ciudad de México, luego del voto adverso en tantas delegaciones de la capital. Este fin de semana, para restañar heridas luego de su embate en contra de la clase media, mencionó los aportes de este sector a la vida nacional. Ahora hace este guiño a la izquierda, a pesar de que la noción había dejado de formar parte de su léxico político. Parecerían constituir las primeras evidencias de una estrategia de control de daños; un cambio de señales respecto a la primera actitud tras las elecciones, cuando parecía dispuesto a abrir el abismo de una vez y para siempre con estos sectores. A ver si se confirma los próximos días.

@jorgezepedap

Fuente: Milenio

Comments are closed.