Los negros aún sufren odio y pobreza

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Esperaban más del primer presidente afronorteamericano en Estados Unidos. Igual volverán a votar por él en noviembre.

Por Paula Lugones/ Clarín

Parece extraño que en el jardín de la imponente mansión de Miss Daisy no asome un Hudson o un Cadillac de los 60. Tras las cortinas de voile parece incluso adivinarse a la anciana malhumorada regañando a Hoke, su chofer de raza negra, con quien al final de la película alumbra una relación entrañable. Pero nada de eso sucede esta mañana en la casa de ladrillos enclavada en un bosque con ardillas de un barrio coqueto de Atlanta. Un lujoso convertible BMW sube raudo la rampa de la mansión y rompe con su rugido cualquier atisbo de intentar volver al pasado.

El hombre que baja del auto se llama Jim Roberts. Es un profesor de cine de la Universidad de Georgia y cuenta que fue el sueño de su vida comprar esta mansión en Druid Hills, donde en 1989 el director Bruce Beresford rodó la película “Conduciendo a Miss Daisy”, protagonizada por Jessica Tandy y Morgan Freeman, que narraba la relación entre una anciana judía y su chofer afronorteamericano, en el duro contexto del racismo de los años 60. Casi medio siglo después de los tiempos de Miss Daisy, la mansión sigue intacta, como también perduran otros dramas.

En Atlanta, como en muchas otras ciudades, sobre todo en el sur de EE.UU., aún se vive el odio y la discriminación. Más aún: desde que llegó Barack Obama al poder, los grupos racistas se han multiplicado: pasaron de 149 a 1.274, según el Southern Poverty Law Center.

Todavía es posible viajar al horror del pasado. Cuando uno llega al Georgian Peach Oyster Bar, unos 100 kilómetros al oeste de Atlanta, un cartel a la vera de la ruta ya advierte el submundo al que habrá que adentrarse luego. “Demos a Obama su cambio… vote por expulsar su culo negro”, reza sin sutilezas. Lo que sigue es aún peor. Los menúes del restaurante, que tiene una desvencijada rockola que vomita heavy metal, alfombras gastadas impregnadas de nicotina y una mesa de pool, son una colección de estampas racistas. Entre los platos del día se ven dibujos de dos afronorteamericanos ahorcados, colgando de dos árboles, y un encapuchado del Ku Klux Klan recostado sobre ellos, leyendo el diario. También un árbol lleno de negros en sus ramas. Y otro con la foto de un viejo con una leyenda: “En mis tiempos no había video games. Nos divertíamos saliendo a moler a palos a los negros”.

Pero el dueño del restaurant, Patrick Lanzo, muestra a esta enviada su rincón preferido: sentados en un banco yacen un muñeco de Hillary Clinton (con el cigarro de Monica Lewinsky en la boca), otro de Obama y otro de un miembro encapuchado del Ku Klux Klan. “Quise mostrar que Hillary, Obama y el Klan tienen el derecho de poder convivir, quizás puedan disentir uno de otro. Yo puedo estar en contra de los métodos de Obama para conducir el país”, dice Lanzo, remera negra, barba candado, y dueño de su negocio desde hace 26 años.

Como era de esperar, Lanzo niega ser racista y se escuda en la libertad de expresión: “Tenemos el derecho de opinar libremente mientras no matemos a nadie. No soy políticamente correcto con mis carteles, pero es mi posición. No estoy en la calle buscando gente para decirle lo que tiene que pensar. Aunque algunos se sientan ofendidos por el lenguaje que uso, es sólo mi pensamiento político”. Odia a Obama, votará a Mitt Romney.

“El Ku Klux Klan todavía existe”, dice a esta enviada Akinyele Umoja, director del Instituto de Estudios afronorteamericanos de la Georgia State University, sobre la organización creada en 1865, que solía ahorcar o quemar a los negros que habían sido liberados de la esclavitud . “Estamos preocupados por el crecimiento de estas organizaciones, sobre todo desde el triunfo de Obama”, agrega.

La llegada del primer presidente negro en la historia de EE.UU., en 2008, reivindicó a una comunidad castigada por siglos. Los afronorteamericanos votaron masivamente por Obama hace cuatro años, pero ahora esa enorme energía que los movilizó se ve algo apagada. Si bien casi ninguno elegiría al republicano Romney, es probable que el 6 de noviembre una buena parte no vaya a votar porque creen que poco ha cambiado con la llegada de uno de los suyos al poder.

“Este año hay menos entusiasmo”, dice Patrice Hall, que vende remeras con el nombre del presidente bordado en strass a 20 dólares, en Little Five Points, un barrio multirracial de Atlanta. “Pero creo que igual tiene chances de ganar”, agrega. Patrice tiene su tienda justo enfrente de Piggly Wiggly, el negocio donde Hoke llevó a Miss Daisy, una vez que por fin ella aceptó que fuera su chofer. El lugar hoy cambió de nombre y vende objetos que horrorizarían a la anciana: una mezcolanza de ropa usada, juguetes sexuales, sugestivos disfraces, plataformas brillantes, pelucas y camisas psicodélicas de los 70.

Patrice, de 43 años, cuenta que el barrio y las relaciones entre blancos y negros han cambiado desde los tiempos de Miss Daisy. “Ahora hay más intercambio”, señala, aunque aclara que “todavía hay racismo”. “Cuando yo era chica había más tensión, pero probablemente menos de la que había cuando mi mamá era joven”.

El 54% de los habitantes de Atlanta es de raza negra, mucho más que el promedio del país, que es un 13%. Su nivel de pobreza también supera la media: el 22% de la población de esta capital es pobre. Lejos de la casa de Miss Daisy está Eastpoint, en las afueras de Atlanta, con inmensa mayoría de afronorteamericanos, y uno de los barrios donde más se sufre la crisis.

A media mañana se ve a los vecinos desempleados charlando en las calles rotas, basura acumulada y ancianas con las miradas perdidas. “Aquí hubo más remates de casas que en cualquier otro lugar de Atlanta”, dice Stephan Kanu, vecino de Eastpoint.

El profesor Umaja señala que el nivel de pobreza de los afronorteamericanos supera la media nacional. Y que también sufren más el desempleo. Pero que a pesar de que no han tenido demasiados progresos desde que uno de los suyos está en la Casa Blanca, muchos irán igual a votar. “Algunos están desilusionados con Obama, pero tienen miedo de que un gobierno de Romney los haga retornar a las políticas de George Bush, que fueron devastadoras para ellos”.

Umaja es optimista y cree que sólo la organización de los afronorteamericanos hará que esa comunidad progrese. Señala que, a pesar de los avances desde los 60, hay aspectos sutiles de “Conduciendo a Miss Daisy” que aún perviven.

“A pesar de que en un momento ella lo reconoce como su amigo, siempre está en una relación de poder. Los blancos tienen generalmente más posiciones de poder que los afronorteamericanos”.

Fuente: Clarín

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