Llorar, reír o votar

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Por Carlos Murillo González

En 2013 se realizarán elecciones locales en varios estados de la república mexicana, donde Chihuahua renovará 67 gobiernos municipales, el mismo número de síndicos (una especie de fiscal ombudsman, que no sirve para mucho si gana el mismo partido) y 33 diputaciones para el congreso estatal. Nótese la ausencia de la convocatoria a participar o elegir regidores de los ayuntamientos, jefes(as) de policía, de bomberos, limpieza, etcétera. Quienes ya ganaron (por las buenas o por las malas) un puesto de elección popular, estarán compitiendo por otro puesto más, pues tampoco existe la rotación de poder.

Las/los político(a)s profesionales actuales son aquellas personas que trabajan compitiendo por puestos y posiciones políticas como su principal modus vivendi, tanto sucede en partidos burgueses democráticos, como en los socialistas y comunistas. Son parte de la compleja burocracia moderna, estrato social presente sobre todo en los países donde se realizan procesos electorales periódicos. El ethos del burócrata es sobrevivir hasta la pensión o escalar hasta donde pueda en la estructura del partido-gobierno y los hay desde trabajadores(as) eventuales hasta dueños de partidos. También existen movimientos, manifestaciones y vida política fuera de los partidos, pero la gran diferencia es el abrumador trabajo voluntario y de resistencia característico de estos últimos, pero es en el primer caso donde conviene conocer más a quienes finalmente detentan buena parte del poder político-económico-ideológico y mantienen el monopolio del poder político.

La economía y supervivencia del estrato burocrático depende de la victoria electoral. Es en las elecciones donde se arriesga todo para poder vivir otros tres, seis años del presupuesto o saltar, ahora sí que como grillo, de un puesto público o popular a otro. Las elecciones se convierten pues en farsa y pretexto para legitimar gobiernos y políticos, como el triunfo del antipático Héctor “Teto” Murguía, en su segundo periodo como alcalde de Ciudad Juárez (2010-2013) con menos del veinte por ciento de votos (dos de cada diez posibles electores(as)) del total de la Lista Nominal. La credibilidad de las instituciones políticas, incluidos los institutos y tribunales electorales, está también por los suelos. Vota mayormente quien tiene interés particular, más que público y esto refiere casi automáticamente a un ejercicio de egoísmo, un juego de números, de huestes y mercenarios(as) del voto.

El PRI se perfila a arrollar electoralmente, siempre buscando el “carro completo”. A nivel estatal su principal competidor, el PAN, está desfigurado e igual que los partidos restantes, con pocas posibilidades de ganar si no es en alianza. Por eso el gran aliado del PRI es el abstencionismo, pues tiene más estructura de voto duro, controlado y comprable que sus rivales; no se diga además de sus grandes dotes para todo tipo de artimañas y trucos electorales. El PRI gana lucrando entonces con la ignorancia, necesidad y apatía de la gente, siendo su peor enemigo él mismo.

Para la ciudadanía no hay oferta política real; la totalidad de oferta de partidos (PAN, PRD, PVEM, MC) tiende marcadamente a la derecha y el perfil de las/los candidatos es también marcadamente pro-empresarial (neoliberal). No importa quién gane, el discurso, las promesas y el modelo político-económico girará hacia el ya clásico “más inversión y más empleo” sin importar el desarrollo social, la contaminación ambiental o los derechos humanos, resolviendo en teoría a partir de este eje, el problema de la seguridad. A final de cuentas Chihuahua lleva más de 30 años de gobiernos neoliberales, por eso, entre otras cosas, la gente no sale a votar: no hay oferta.

El gran peligro del PRI es su reconsolidación como partido de Estado, presente en los tres niveles de gobierno, con los grandes empresarios como sus aliados y los partidos políticos a su subordinación. El peor escenario, el viejo escenario, está de nuevo vigente y por ahora se siente ya la tendencia conservadora de un fascismo todavía light, pero in crescendo: primero en la policía; luego en la prensa y los medios; falta el ingrediente religioso, que ya ha de estar cocinándose. Ningún partido, incluso si hubiera de izquierda, puede ofrecer soluciones a nuestras sociedades mexicanas actuales porque necesariamente al menos tendrían que ser matriarcales y no lo son; no existen todavía en el mundo partidos no patriarcales (antiautoritarios).

Las elecciones no convencen a nadie. El camino de la democracia electoral no satisface las necesidades reales de la sociedad. Los partidos se han convertido en un problema, los órganos electorales en una calamidad y ambos cuestan. ¿Pero qué hacer, jugar con sus reglas? El ejercicio político de la persona no se puede reducir a votar y nada más. ¿No votar? De todos modos con el abstencionismo alguien se beneficia y suelen ser aquéllos que menos merecen el voto. El camino electoral está agotado por que no ofrece respuestas democráticas, sino reproduce un mecanismo de legitimidad de un régimen patriarcal e injusto. Tal vez sea hora de que los políticos dejen la política y empiece una rotación del poder para empezar, con la revocación de la pirámide electoral: del “votar muchos para que ganen pocos” al “botarlos a todos para que ganen muchos(as)”.

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