Por Jorge Zepeda Patterson
En suma, la posibilidad de disputar a Morena la presidencia son mínimas o de plano nulas; y en tanto la oposición no reaccione y siga en el negacionismo, sus opciones para competir por el poder legislativo se empobrecen.
En política o en la vida misma no resulta fácil asimilar verdades que contradicen nuestros deseos o esperanzas. En este espacio he sostenido desde hace meses que la oposición política está condenada a perder, de nuevo, la presidencia. Algunos o muchos lectores han asumido que tal apreciación es resultado de una percepción sesgada por mis opiniones políticas. Nadie está exento de la subjetividad, desde luego, pero tampoco deberíamos estarlo del razonamiento. Si la oposición va a hacer algo útil por sus intereses, por ejemplo impedir el control de Morena en el Congreso del próximo sexenio, más le convendría entender las razones de su debacle en lugar de negarlas, y hacer algo por subsanarlas.
El partido oficial conservará la presidencia por cinco motivos, me parece. Primero, los niveles de aprobación con los que Andrés Manuel López Obrador terminará su gestión. El promedio de las encuestas mantiene esa cota alrededor o por encima del 60 por ciento de la población. A lo largo de todo el sexenio los críticos del presidente se han hecho ascuas sobre tal apoyo y han ofrecido distintos argumentos para despreciarlo. Al principio se dijo que era pasajero y que el desgaste del ejercicio de gobierno y los errores de la 4T lo dilapidaría rápidamente, que la realidad se impondría bajo el axioma “no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Tampoco ha sucedido. Finalmente se ha minimizado la popularidad de AMLO diciendo que otros mandatarios como Zedillo o Calderón también superaban un 50% de aprobación y que en mucho responde al respeto institucional que la presidencia inspira entre los mexicanos. Sin embargo, me parece que la “popularidad institucional” que recibía Zedillo no se parece en nada al extendido carisma que ejerce López Obrador, un líder que las mayorías siguen pensando que habla y actúa en su nombre, coincidamos o no con eso. 60% de aprobación no se convierte en 60% de los votos para Morena, es cierto, pero el liderazgo personalizado que caracteriza al obradorismo, sugiere que una porción destacada de los mexicanos se inclinará a votar por aquél que consideren el preferido de su presidente. Y este no ha sido el caso en los últimos sexenios.
Segundo, la pobreza propositiva de la oposición. Obsesionados con la figura de AMLO y convencidos de que él es el origen de la inconformidad de los votantes contra los partidos de antes, los adversarios del obradorismo se concentraron en una estrategia suicida: demostrar que el tabasqueño era una calamidad para México y que sus propuestas serían un fracaso. Nunca entendieron que López Obrador no generó la inconformidad en México porque en realidad él ya estaba allí y venía proponiéndose desde 12 años antes; lo que cambió fue el agotamiento del modelo ofrecido por los gobiernos del PRI, PAN y otra vez PRI que le precedieron. 56 por ciento de la población trabajadora se refugió en el sector informal ante la incapacidad del sistema para ofrecer un empleo digno a la mitad de la población. Nunca se les ocurrió que la desigualdad palpable o estancar el poder adquisitivo de las mayorías a lo largo de 35 años provocaría un malestar generalizado. AMLO fue la consecuencia, no la causa. Al equivocar el diagnóstico la oposición equivocó la medicina. No entendieron que algo había cambiado en 2018 y que no bastaba con decir que AMLO no era la respuesta; incluso asumiendo, sin conceder, que convencieran a la población de que la 4T no está logrando sus objetivos ni promesas, la gente dirá que al menos lo está intentando, mientras que los gobiernos anteriores no lo hicieron. En tanto la oposición no construya un programa viable y atractivo de cara a las necesidades de esas mayorías inconformes, el grueso de esos votos será destinado a quién, a su juicio, sí habla de y por ellos.
Tercero, resultado de los dos factores anteriores, Morena se ha convertido en una fuerza dominante en los comicios. Arrancó el sexenio con apenas 4 gubernaturas (incluyendo la de la capital) y terminará con 23. Si ha ganado 8 de cada 10 entidades en las que ha habido elecciones, ¿por qué la votación nacional habría de ser diferente? Y por lo demás, no podemos ser ingenuos: 23 gubernaturas es un efecto de lo anterior, que a su vez se convierte en causa: es más fácil ganar la presidencia cuando se tiene el control territorial de la mayor parte de la geografía nacional. La oposición afirma, con alivio, que lo más probable es que dentro de dos semanas en Coahuila gane la alianza del PRI y el PAN y pierda el Estado de México, como si eso anticipara una probabilidad de 50% para los comicios. Quizá en efecto, esos pronósticos se cumplan en unos días; lo que no se dice es que el Edomex representa una población de 17 millones contra los 3 de Coahuila, es decir cinco veces más, con todo lo que ello supone para efectos nacionales.
Cuarto, el descrédito adicional del PAN, del PRI y del PRD. Me parece que las dirigencias de los tres principales partidos de oposición pasan por sus horas más bajas de las últimas décadas. Lejos de recuperarse tras la derrota de 2018 han sido golpeados por escándalos de diversa índole. En el PRI, la denostada presidencia de Alejandro Moreno, Alito, convierte a los predecesores, en comparación, en personajes “decentes”. Y el bajo perfil de Marko Cortés el del PAN, también hace extrañar a líderes que, pese a todo, tenían alguna presencia. No solo se trata, pues, de que la astucia política de López Obrador haya conseguido goles, es que la oposición ha contribuido a meterlos en la propia portería.
Y quinto, si la intención de voto de Morena es superior a la de los tres partidos sumada, cuando la comparación es entre candidatos la diferencia se hace abismal. Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard versus Santiago Creel, Enrique de la Madrid, Claudio X o Lilly Téllez. Se trata en la mayoría de los casos, de figuras vinculadas al viejo régimen cuya presencia sugiere un regreso a las fórmulas reprobadas en el pasado. Los nuevos rostros no han surgido y difícilmente lo harán en los pocos meses que faltan: por un lado, porque construir una figura nacional toma mucho tiempo y, por otro, porque la mezquindad de las dirigencias de los partidos de oposición no lo favorece.
En suma, la posibilidad de disputar a Morena la presidencia son mínimas o de plano nulas; y en tanto la oposición no reaccione y siga en el negacionismo, sus opciones para competir por el poder legislativo se empobrecen.
Twitter @jorgezepedap