La educación, la educación

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Por José Blanco

Hace algunas semanas escribí en este espacio un artículo que titulé Ahora o nunca. Decía entonces que tenemos hoy una oportunidad efectiva, y agrego ahora que si no hacemos las cosas bien, quedaremos a la vera de un camino por el que avanzan con velocidad creciente grandes contingentes de sociedades del mundo, hacia una sociedad –la sociedad del conocimiento y la información–, que no tiene estación de llegada y que inclusive a la science fiction le costaría hacer una leve descripción.

Frente al inmenso reto de la educación en todos los niveles, tenemos una sociedad ofuscada, aturdida, exaltada, ayuna en inmensa medida de lo que ha ocurrido en la educación en el mundo en el último medio siglo, con una cultura histórica, en el orden educativo, de espaldas a la posición que requeriría para incorporarse a tan deslumbrante como incierto camino por el que avanza una parte ya muy significativa de la humanidad, para hacer seres humanos pensantes, innovadores permanentes, dueños de conocimientos extraordinariamente variados y sobre todo dueños de los instrumentos para apropiarse del saber y del saber hacer, en una multiplicidad de ramas más o menos lejanas a los saberes centrales de una persona y que por cualquier motivo le interesaran.

Antes de intentar incorporarnos a las corrientes de transformaciones educativas a que he aludido, debemos darnos el tiempo necesario para que la crispación que se vive en amplios y diversos espacios sociales sea apaciguada por sus propios actores mediante los acuerdos necesarios. De otro modo, sólo haremos lo políticamente necesario para que las aguas se aplaquen, mientras la educación continúa en el siglo XIX, con los agravantes que le agregó el nacionalismo revolucionario.

Entre nuestros muchos problemas, tenemos las ficciones jurídicas. Hay algunas, como los contratos de trabajo que, en una sociedad como la nuestra, no tienen remedio. Dos partes, como iguales, contratan: uno se obliga a entregar su trabajo, a cambio del salario que paga la contraparte: lo normal. Desde Marx sabemos las realidades que encubre esta igualdad jurídica. Pero hay otras ficciones que deben poder ser resueltas: a trabajo igual, salario igual.

La ficción se encuentra en las palabras trabajo igual: en términos generalizados no existe tal cosa. Se hace equivalente atrabajo igual, el nombre de una plaza: profesor asociado B de tiempo completo, por ejemplo. Todos quienes posean esa plaza obtienen el mismo salario. ¡Pero cuán diferente es el trabajo que realiza cada profesor asociado B! La responsabilidad y la calidad del trabajo cubre una amplia escala: va de los cuasiaviadores, a excelentes profesores, centrados vivamente en su trabajo y que anuncian una brillante carrera académica.

En la UNAM (y muchas otras universidades) esta ficción jurídica referida se nivela mediante una evaluación a cada profesor por la cual alcanza una compensación adicional, hasta de cuatro niveles, según el resultado de esa evaluación (aunque como en todas partes, sobran los inconformes con las reglas de la evaluación, y esto tiene siempre demandas para ser rediscutido).

Es igualmente falso de toda falsedad que los profesores del primer nivel (primaria) o del segundo nivel (secundaria y bachillerato) lleven a cabo un trabajo igual. Sería adecuado un sueldo base general diferenciado por nivel, y que su ingreso se complemente con una parte significativa según su responsabilidad y el resultado de su trabajo, adicionado por un criterio temporal relativo a las condiciones en que se formaron o medio formaron los docentes.

Era indispensable eliminar a la brevedad esa infecta corrupción de los profesores practicada al interior del sindicato, de heredar, o comprar y vender plazas. Era indispensable empezar a minar el corporativismo donde autoridades responsables y bases docentes no tienen línea de separación. Es el colmo de los gobiernos de la revolución, sostenido por la derecha panista, que profesores fueran inspectores, supervisores, directores, subsecretarios, a las órdenes del sindicato.

Dicho lo anterior, la reforma educativa que necesita México no es una reforma, sino una transformación íntegra del sistema educativo. Es una confusión completa empezar, no a discutir, sino a declarar (las autoridades) o realizar marchas (los profesores), debido a los derechos históricos que los docentes sienten amenazados.

La transformación educativa empieza por innovar absolutamente lo que ocurre en el aula. Entender por qué la relación alumno-profesor debe ser invertida, para convertir al niño y el adolescente son agentes decisivamente protagonistas de su propia educación mediante las mil variantes de programas instruccionales que pueden hallarse en una amplia literatura y, sobre todo, en los mejores sistemas educativos del mundo.

Lo segundo son los contenidos de esos programas instruccionales. Lo tercero, definir el alance de cada una de las jurisdicciones de la organización educativa nacional: los criterios más generales en el nivel federal, algunos criterios generales, que tienen en cuenta lo regional, en el nivel de la autoridad de la entidad federativa. Lo tercero, las decisiones específicas que corresponden a las escuelas (autoridades y profesores –no representantes sindicales–), y la autonomía que debe quedar al profesor para convertirse en un docente innovador que reflexione sobre su propia práctica educativa permanentemente.

La definición detallada de un cuadro como el trazado, permitiría diseñar la reforma de las escuelas normales, la recapacitación de los docentes, y las formas y propósitos de su evaluación. El cuadro completo trazado aquí tendría que estar sujeto a evaluación y evolución permanente.

Fuente: La Jornada

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