La desesperada danza de los liberales

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Por Federico Navarrete*

En las últimas semanas ha circulado en las redes sociales un video muy representativo del pánico que cunde entre los sectores privilegiados de nuestro país ante la clara ventaja en las encuestas de Andrés Manuel López Obrador. En Madrid, una señora «bien», a juzgar por su vestido, su actitud prepotente y por el hecho mismo de que estaba de vacaciones en esa urbe europea, reaccionó con indignación ante una manifestación pacífica a favor de Morena y su candidato por parte de un grupo de mexicanos que eran claramente distintos a ella, tanto por su ropa como por su color de piel, como por que no parecían turistas. Después de bailar frente a ellos de manera tan desangelada como agresiva mientras gritaba «¡Anaya, Anaya!», se despidió con un exhorto, o más bien una orden: «Vete a chambear mejor».

Este deschongue de pena ajena me hace pensar en otro despliegue frenético de estos tiempos electorales: la retahíla de columnas periodísticas y entrevistas en que nuestros más destacados intelectuales liberales atacan a López Obrador y pretenden amenazar, aleccionar y disuadir a sus votantes. Estos autores, junto a la distinguida dama, exhiben su exasperación ante un público que se ha «salido de madre». Como ella, imaginan que repetir una y otra vez las mismas razones, en un tono más y más estentóreo, desplegar una y otra vez la misma prepotencia, regañar sin cesar al pueblo ignorante, logrará que los desobedientes regresen a su lugar y voten como deben, para preservar el estatus quo y confirmar la supremacía de la gente decente.

Los argumentos que reiteran son pocos y pobres: México va bien, se democratiza y avanza por el camino virtuoso de las reformas estructurales, por ello hay que preservar estos grandes logros en vez de aventarlos por la borda en una aventura absurda; AMLO y Morena solo pueden ofrecer una vuelta al pasado y la trágica cancelación de ese futuro brillante que desde hace treinta años de decepciones no dejan de prometernos, ahora sí, de a de veras, para mañana o para pasado; el candidato popular es un populista, es decir, enemigo jurado de los valores sagrados del (neo)liberalismo y un peligro para México, un dictador en potencia, un aspirante a venezolano, un amante de la inflación, un insolente; sus seguidores actúan cegados por la indignación y eso les impide escoger racionalmente lo que les enseñan sus superiores.

Llama la atención la unanimidad con que estos pensadores machacan sus perogrulladas. Decepciona que sean tan parecidas a las que ensayan los desesperados candidatos que se disputan el segundo lugar; también que repitan, sin aparente pudor, las que se inventaron hace doce años para arrebatarle esa elección a AMLO. Lo que no sorprende tanto es que sean retomadas por la furiosa cohorte pejefóbica y que se reciclen en las llamadas telefónicas ilegales de la campaña de miedo.

Claro que cada intelectual les imprime un matiz diferente, de acuerdo con sus reconocidos talentos. Para burlarse de los «insultos» de AMLO, Gabriel Zaid desplegó todo su poder sardónico contra ese vulgar provinciano; al proponer votar por «el segundo lugar, aunque sea Anaya» demostró su total carencia de ideas pertinentes para la situación actual de nuestro país. Enrique Krauze no deja de repetirnos su sempiterno catecismo liberal elitista e ignora, como siempre, que el liberalismo popular triunfó en México en las grandes guerras de 1847 a 1917, para bien y para mal, por lo que la fuerza del candidato que aborrece se debe en buena medida a su lealtad a esa tradición política. Roger Bartra define a los mexicanos que no piensan igual que él como ajolotes incapaces de modernizarse plenamente y adorna su caracterización racista con un toque de ciencia genética mal entendida. Más conmovedora es su solitaria defensa de Anaya como un hombre «inteligente» y un liberal de clóset, a quien solo la torpeza de los ajolotes y la maldad del PRI ha impedido florecer en su espléndida modernidad cosmopolita. Isabel Turrent pavonea su escasa bibliografía sobre el populismo europeo y estadounidense para presumir su desprecio hacia los votantes mexicanos. Para no aburrir, restrinjo esta enumeración a la crème de la crème.

La primera crítica que se puede hacer de estos desplantes es pragmática: con toda probabilidad han jugado más a favor de AMLO que en su contra; su repetición no hace más que sumar a su candidatura los votos de muchas personas ofendidas por tanta prepotencia. La fe irracional de estos autores en el poder de la reiteración no debe sorprender: es la misma que profesan los economistas neoliberales cuando nos someten a las mismas medidas que han impuesto durante treinta años sin producir jamás buenos resultados.

La segunda crítica concierne a su convicción absoluta de que un triunfo de Morena significaría por necesidad una vuelta al pasado. Para convencernos de ello no dejan de contarnos una fabulilla moralista disfrazada de lección de historia: había una vez en nuestro país un rey muy, muy malo que alimentaba a un ogro aún más malvado, llamado el Estado corporativo, gastaba mucho dinero, no sabía hacer las cuentas y practicaba el populismo, es decir, engañaba al ingenuo pueblo haciéndole creer que podía prosperar por medio de sus artes negras. Por fortuna, hace treinta años los paladines de la democracia y el neoliberalismo nos rescataron de ese tirano e impusieron el reinado de su verdad absoluta y su pensamiento único, librándonos para siempre de la ilusión de que podemos vivir mejor e inculcándonos a cambio las virtudes cardinales de la resignación y la paciencia, que debemos seguir practicando en este 2018. Moraleja: si no los obedecemos nos precipitaremos de vuelta en esos tiempos tenebrosos y seremos devorados por el ogro. Claro que tamaño espantajo no ha hecho eco en un electorado que no conoció a Echeverría, pero que sí ha crecido entre los incesantes fracasos, las infinitas crisis y las descaradas corruptelas del (neo)liberalismo.

A nivel epistemológico, podríamos proponer que nuestros liberales han mostrado su total incapacidad para comprender el avance de AMLO. Esta deficiencia cognitiva se debe a que la base de su hegemonía cultural y política ha sido precisamente el monopolio que han ejercido sobre el futuro, desde hace treinta años, cuando se convencieron, y convencieron a muchos, de que solo podía existir para México la democracia «sin adjetivos» y el neoliberalismo sin cortapisas. En ese futuro que inventaron, México se convertiría por fin en un país «normal» que ya nos los avergonzaría cuando viajaran a Europa y sus privilegios se confirmarían por los siglos de los siglos, legitimados por el brillo de la razón que emanaría siempre de ellos mismos. El hecho de que en el 2018 tantas mexicanas y tantos mexicanos parecen dispuestos a imaginar un futuro diferente les parece por completo irracional (de ahí el tono paternalista de sus lecciones), provoca su indignación (de ahí la creciente exasperación de sus regaños) y sobre todo pone en peligro su cómoda, y lucrativa, posición (de ahí su terror al regreso del rey malo, malo y de su ogro devorador).

La tercera crítica es de índole moral y se refiere a la ceguera selectiva que practican con tanto denuedo estos bailarines. La afirmación de Bartra de que los mexicanos, o más bien esos ajolotes tan distintos a la gente decente, votarán por AMLO para provocar trastornos que los rescaten del tedio de su melancolía resulta en verdad asombrosa en el contexto actual del país. Solo se me ocurren dos explicaciones: quizá hace mucho que el antropólogo no sale a campo y por ello no se ha enterado de que nada más en este sexenio han sido asesinadas más de cien mil personas y en esta elección varias decenas de candidatos; quizá estas cifras no le importan, lo que sería mucho peor. En el primer caso, tamaña ignorancia lo desautorizaría como comentarista responsable; en el segundo, pavonearía una desvergonzada indiferencia ante el destino de esos mexicanos, tal vez porque sabe bien que no son para nada como él o porque se ha convencido de que se trata de criminales que merecen ser asesinados, desaparecidos y ultrajados. De manera similar, cuando Krauze alaba nuestras instituciones democráticas elige ignorar que los partidos han capturado los órganos autónomos electorales, de transparencia y de derechos humanos y que los poderes económicos han avasallado a las agencias encargadas de regularlos, por no hablar de la ineptitud y la parcialidad de las instituciones judiciales, y tampoco de los muertos, las violaciones de derecho humanos y un larguísimo etcétera. O tal vez, le parece que así es como deben funcionar las democracias «sin adjetivos».

En todo caso, lo que es evidente es que nuestros liberales han perdido la sensibilidad para imaginar que existen millones de mexicanos que no comparten sus privilegios y que viven en situaciones por completo diferentes a las suyas. Tampoco han logrado comprender y respetar que estas personas puedan definir su voto en función de sus realidades y no de las lecciones intemperantes que les propinan. Y es por esa razón que han perdido la capacidad de hacerse escuchar y respetar por ellos, no importa cuánto se contoneen y griten.

Federico Navarrete, historiador y escritor, trabaja en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Entre sus libros más recientes están «México Racista» (Grijalbo 2016) y «Hacia otra historia de América» (UNAM, 2015). En breve será publicado su «Alfabeto del racismo mexicano» (Malpaso, 2017), basado en el «Alfabeto mexicano racista» publicado por Horizontal el año pasado.

Fuente: Horizontal.mx

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