La contrarreforma de Peña Nieto

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Por Jorge Zepeda Paterson

Como dicen del matrimonio en segundas nupcias, el regreso del PRI al poder en México es el triunfo de la esperanza contra la experiencia. Enrique Peña Nieto reconquistó Los Pinos para el viejo partido luego de doce años frustrantes e ineficaces de gobiernos panistas y rápidamente insufló expectativas entre la población: si bien ganó las elecciones con un magro 39% en el verano de 2012, para la primavera de 2013 alcanzaba niveles de aprobación de 61%. Fueron los días en que la prensa internacional hablaba del Mexico´s moment, del arribo de un presidente joven y de un partido con el oficio necesario para generar las ansiadas reformas estructurales que el país requería para crecer.

Un año más tarde, en el verano de 2014, los niveles de aprobación de Enrique Peña Nieto apenas rebasan el 40%, el más bajo de los últimos veinte años, y los círculos empresariales locales y externos expresan su descontento por el famélico y desesperanzador comportamiento de la economía: en 2013 el PIB creció apenas 1,1% contra el pronóstico original de 3,5% y en 2014 la proyección oficial de 3,9% ya ha sido reducida a 2,4% por el Banco de México.

Ciertamente Peña no está en camino al despeñadero. Pero comienza a extenderse la sensación de que el momento de México se quedó apenas en momento Kodak, una imagen feliz aunque congelada (la portada de la revista Time proclamando a Peña Nieto como el salvador de México). Una foto que no ha podido transformarse en película. O quizá apenas en un par de imágenes afortunadas: al anunciar su Pacto por México al arranque de su gobierno según el cual la oposición se comprometía a apoyar sus reformas y al meter en prisión a Elba Esther Gordillo, líder del poderoso y corrupto sindicato de maestros.

Por desgracia, la realidad se desempeña muy por debajo de la narrativa. Las reformas que Peña Nieto ha puesto en movimiento son, en efecto, las correctas para sacudir a las viejas estructuras: reforma de apertura energética para eliminar el monopolio del Estado, reforma política para propiciar la transparencia, reforma fiscal para sanear las finanzas públicas, reforma de telecomunicaciones y de antimonopolios para favorecer la competitividad, reforma educativa para mejorar la calidad de la enseñanza primaria y secundaria.

No obstante, hay dos circunstancias que impiden que estas reformas se hayan convertido hasta ahora en el detonante que busca la presidencia. Por una parte, fueron aprobadas por la oposición y toleradas por los grupos afectados gracias a que estaban enunciadas de una manera relativamente vaga. Los puntos sustanciales y más polémicos quedaron pendientes de discutir hasta que se legislaran las leyes secundarias que aterrizan dichas reformas. Y es ahora cuando los poderes fácticos han sacado los dientes. Los monopolios cabildean para deslactosar las leyes que los afectan, el sindicato de maestros ya logró neutralizar parte de la ley de educación, la izquierda se moviliza para limitar la apertura en la explotación del petróleo, la derecha intenta modificar a su gusto la reforma política a cambio de un voto favorable en los otros ámbitos. Y todos, empresarios y clase media, han emprendido una batalla de opinión pública en contra de los nuevos impuestos (reforma fiscal).

El segundo factor es aún más preocupante. El propio PRI es en buena medida el mayor obstáculo para las reformas priistas. Peña Nieto quiere los cambios pero no todos sus resultados: transformar a México implicaría desmontar las bases que hacen posible la existencia del PRI que conocemos. Sanear a Pemex sin tocar al sindicato; introducir reformas económicas sin afectar a los monopolios que gobiernan en alianza con el partido; fortalecer al ejecutivo sin castigar los excesos de los poderosos gobernadores que soportan la base territorial priista. En suma, gobernar sin molestar a los intereses creados porque necesitan de ellos. El mandatario quisiera pasar a la historia como un presidente modernizador, pero él y los grupos que lo rodean están anclados en la premodernidad y en ella encuentran el sustento y las posibilidades de su reproducción.

En más de un sentido el PRI constituye el principal obstáculo para las reformas del presidente. Artífices de su propia contrarreforma. Una batalla interna de pronóstico insondable.

@jorgezepedap

Fuente: El País

 

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