La calma antes de la tormenta

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Por Alejandro Nadal

La relativa estabilidad del presente es una referencia inútil para prever el futuro. Desgraciadamente la tendencia natural es proyectar hacia el futuro incierto los datos conocidos y usarlos como una guía para tratar de predecir el curso de los acontecimientos. No es un procedimiento certero, pero parece que los humanos así sienten que pueden enfrentar la angustia de la incertidumbre.

La economía mundial atraviesa una fase de relativa tranquilidad. Lejos parecen los días de 2009 cuando el colapso terminal parecía inminente. Entre las señales positivas que se mencionan con insistencia en los medios se encuentra la relativa estabilidad en los mercados financieros y hasta la evolución de los precios de bienes raíces en Estados Unidos. Un análisis más detallado revela que la calma relativa no proviene de una recuperación sostenible y que han aparecido nuevas amenazas en el horizonte.

Casi todas las principales economías del planeta (la excepción es Japón) han escogido una estrategia anticrisis basada en la expansión de la oferta monetaria en lugar de recurrir a mayores déficit fiscales. La efectividad de esta opción estratégica deja mucho que desear.

En Estados Unidos los salarios siguen sin restablecer su poder adquisitivo. El crecimiento sigue siendo mediocre y el desempleo real se mantiene en niveles inaceptables. La política monetaria es la única que se mantiene en una postura expansiva. Pero al interior de la Reserva federal existe un intenso debate sobre este tema. Por un lado están los que piensan que la inyección de liquidez debe cesar porque es necesario controlar las presiones inflacionarias. Frente a esa posición se encuentran los que sostienen que la flexibilización debe mantenerse porque la recuperación es frágil.

En Europa las medidas de austeridad han tenido un efecto depresivo. Y si los saldos negativos en las cuentas externas de algunos países se han comenzado a reducir, eso no se debe a una recuperación sana del sector externo, sino a que en la contracción las importaciones se han reducido de manera drástica. Por otra parte, la política de austeridad no ha permitido mejorar la relación deuda/PIB. La política del Banco Central Europeo permitió mantener cierta estabilidad en los mercados financieros, pero no ha resuelto ninguno de los problemas que dieron lugar a la rápida transmisión de la crisis. Aunque existe presión en varios frentes para reorientar la política macroeconómica hacia el crecimiento, no es claro cuándo se podría aplicar este viraje.

En China las perspectivas de una recuperación no son nada buenas y entre más información sale a la luz más claro queda que esa economía enfrenta serios desafíos, por no decir peligros. China también recurrió al crédito bancario para financiar el crecimiento y mitigar los efectos de la crisis. El sistema de comando centralizado le permitió dirigir el crédito de manera precisa a proyectos que fueron considerados prioritarios. Los más favorecidos están en el sector de la construcción por su impacto en la tasa de crecimiento general. Los bancos no debían frenar estas inversiones, así que las garantías de los créditos fueron relegadas a un lugar secundario. Los promotores (constructoras del sector privado y público) son los grandes ganadores, pero la vulnerabilidad de los bancos aumentó. Así surgieron ciudades enteras que están deshabitadas porque nadie puede adquirir los cientos de miles de departamentos vacíos que adornan sus bulevares desiertos. La otra cara de la moneda es una cartera vencida de magnitudes astronómicas y un futuro incierto en el que la tasa de crecimiento será menor, con todo lo que eso implica para algunos países ‘emergentes’.

Japón es el único país que ha desplegado una política macroeconómica en la que la expansión fiscal es importante. El enfoque adoptado tiene la ventaja de coordinar los dos pilares de la política macroeconómica alrededor de un objetivo común. Seguirá manteniendo una postura de política monetaria para revertir el proceso deflacionario (la meta es alcanzar una tasa de inflación de 2 por ciento) y reducir así la tasa real de interés. Un efecto será la depreciación del yen, lo que promete alimentar la guerra de divisas (y es la respuesta a la depreciación del dólar inducida por la Reserva federal). Sin embargo, no es claro que la política fiscal permita recuperar los días de alto crecimiento. En la década de los años 90 el déficit fiscal creció enormemente y sin embargo la economía se mantuvo estancada.

Muchos insisten en que lo peor de la crisis ya pasó. Quizás es mejor decir que estamos en un momento de calma antes de la tormenta. Muchos factores que desataron la crisis ya agotaron su energía, como un huracán que se extingue a fuerza de derrochar su bravura. Pero la crisis no ha desaparecido y hoy han surgido nuevos problemas que anuncian mayores peligros en el futuro. Los economistas del sistema no pueden verlos, como tampoco pudieron ver venir la crisis actual. Los marineros que sólo tienen instrumentos meteorológicos para el buen tiempo son incapaces de prever las tormentas.

Fuente: La Jornada

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