Falsificadores de la historia 

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(Villa, un asesino desquiciado)

Por Pedro Salmerón Sanginés

Para los falsificadores de nuestra historia Pancho Villa era un asesino sin ideología. Dice Villalpando: en cuanto a Villa, quizá en el fondo no tenía bandera ideológica y por eso fue tan popular: sólo destruía (Batallas por la historia, p. 327). Además, un demente, como dice Zunzunegui rizando el rizo de una ocurrencia de Enrique Krauze (quien la toma de algunos intelectuales que detestaban al centauro del Norte): Villa era maniaco-depresivo, o de plano bipolar. Pero lo que nos interesa es la lapidaria frase del mismo Zunzunegui (que podría ser de Catón, Pazos, Schettino o González de Alba): no hay ideología en Villa (La historia de una matanza por el poder, pp. 69-71). Sólo puede afirmarse eso absteniéndose de leer las pruebas aportadas por Friedrich Katz, Paco Ignacio Taibo II (o en mi libro La División del Norte).

Así como el Plan de Ayala es apenas la primera manifestación programática del agrarismo, también el programa revolucionario villista se fue construyendo sobre la marcha. Pero eso es común a todas las revoluciones: cuando se reunieron los Estados generales en Francia, en 1789, sus miembros no sabían que proclamarían la Declaración de los Derechos ni que proclamarían la República ni que degollarían a Luis Capeto… y así en todas.

Igual en el norte de México: los dirigentes agraristas y obreros, los campesinos sin tierra, los rancheros que exigían la devolución de recursos usurpados por las haciendas, los mineros que luchaban por condiciones laborales justas –y que juntos construyeron la División del Norte–, diseñaron su proyecto al calor de tres campañas guerrilleras. Proyecto que empezaron a llevar a cabo en diciembre de 1913, cuando ocuparon Chihuahua y los generales nombraron gobernador a Pancho Villa.

Tras resolver las necesidades más apremiantes de una población que estaba al borde de la hambruna, Villa publicó un documento de hondas repercusiones: elDecreto de confiscación de bienes de los enemigos de la Revolución, que entregaba al gobierno revolucionario las inmensas riquezas de la oligarquía agrupada en torno a los gobernadores porfiristas Terrazas y Creel. Desde ese momento, el gobierno villista administró cerca de 4 millones de hectáreas, fábricas y fundidoras que constituían el grueso de la riqueza del estado. Al triunfo de la causa, decía el decreto, una ley reglamentaria determinaría lo relativo a la distribución de esos bienes que, mientras, financiaron el aparato militar villista y su política social (escuelas, pensiones, reparto de carne y harina a los pobres, etcétera).

En el texto de ese decreto y en el sueño que por esos mismos días le contó Pancho al periodista John Reed, están las líneas del proyecto agrario del villismo, que habría de ser complementado por documentos posteriores que alcanzarían su expresión más acabada, luego de la confluencia del villismo con el zapatismo, en el Programa de reformas políticas-sociales de la Convención. La legislación villista daba forma al ideal de la pequeña propiedad agraria, productiva e independiente, como base de la riqueza del país, ideal constante en los clásicos del liberalismo mexicano.

Pero no se proyectaba repartir las tierras y dejar a los nuevos propietarios a su suerte, pues se creó el Banco del Estado, que debía otorgar créditos de avío a estos agricultores e impulsar las obras de irrigación y otras mejoras. El gobierno también se comprometía a construir escuelas en los núcleos rurales y dar vida a escuelas agrícolas y a laboratorios de experimentación. Según las leyes agrarias, las adjudicaciones de tierras no serían gratuitas, sino en módicos pagos, y la venta o enajenación de las tierras adjudicadas (como patrimonio familiar) encontraba innumerables obstáculos o prohibiciones.

Este programa agrario era uno de los dos pilares del proyecto villista. El otro era la democracia política. La democracia universal y directa, la restauración del orden constitucional, la división de poderes, el federalismo y la autonomía municipal, que conjuntaban tanto los ideales de Madero (muchos de cuyos colaboradores y parientes militaban en las filas villistas), como la vocación de autonomía pueblerina y democracia plebeya de los jefes populares del villismo, fueron los grandes temas articuladores de este ideal democrático, que por hoy sólo dejaremos así enunciado.

Posteriormente, en la confluencia con el zapatismo, se desarrolló y decantó lo relativo a la redistribución de la propiedad raíz y la restauración del orden constitucional, se añadieron proyectos sobre la conducción económica del Estado, el federalismo y el municipio libre; sobre las condiciones de vida de los obreros y el carácter del Estado como árbitro entre las clases.

psalme@yahoo.com

Fuente: La Jornada

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