Entre zombis y vampiros

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Por Gustavo Esteva

Tiene razón Zygmunt Bauman: la noticia de que el capitalismo murió parece algo exagerada, dada la extraordinaria capacidad de resurrección y regeneración que ha mostrado este régimen. Pero es útil, para orientar la lucha social actual, explorar si esa capacidad de naturaleza parasitaria, que se alimenta de otros organismos vivos, no sería hoy causa de su extinción.

Para explorar esta hipótesis habrá que recordar algunas boberías de todos conocidas. El capital no es un bien, sino una relación. El modo capitalista de producción acumula relaciones sociales de producción. La ganancia que obtiene el capitalista, al apoderarse del plusvalor que extrae de la fuerza de trabajo, se invierte en la contratación de nuevos trabajadores para continuar el ciclo de expansión del capital.

Por una variedad de factores que han sido objeto de amplio análisis en los últimos años, ese patrón de expansión del capital habría llegado a su límite. No es el límite que anticipó Rosa Luxemburgo, cuando imaginó el momento en que ya no habría economías precapitalistas como tierras vírgenes por someter al dominio del capital. Es que la posibilidad misma de la acumulación ampliada se habría agotado, rompiéndose así la tregua de clases que permitía la estabilidad relativa del sistema, basada en que los trabajadores generen ganancias para el capital y éste empleos para ellos. Los trabajadores generan más ganancias que nunca, pero el capital no puede ya cumplir su parte.

Ante el deterioro de su tasa de ganancia (Keynes anticipaba que para estas fechas estaría acercándose a cero), los capitalistas empezaron a escapar de la esfera productiva, en la cual predominan las relaciones sociales que definen al sistema, buscando en otras esferas ganancias iguales o mayores a las que tenían.

Nada nuevo hay en esto. El fenómeno se ha producido periódicamente en la historia del capitalismo. Tampoco es novedad que en este régimen se recurra al despojo directo, privando a otros de sus bienes. La acumulación originaria que constituyó la propiedad privada consistió en ese tipo de despojo: la palabra privada viene de privar. Esta forma de acumulación nunca ha dejado de existir. Lo novedoso no está solamente en la escala en que ahora ocurre o en algunas formas relativamente novedosas de la operación, sino en el hecho de que se ha trasladado a este tipo de despojo la dinámica misma del sistema, su capacidad de expansión, lo cual cambia su naturaleza y lo agota.

Se ha estado aludiendo a este proceso con el término extractivismo, relacionándolo explícitamente con la extracción de materias del subsuelo. Zibechi lo aplicó recientemente al ámbito urbano y mostró cómo opera en las ciudades la acumulación por desposesión ( La Jornada, 3/5/13). Hay también extractivismo financiero, sobre todo por instrumentos creados recientemente que cumplen una función distinta a la que tiene el crédito en la economía capitalista. Los despojados y las formas del despojo tienen características muy diferentes, pero en todos los casos no se trata ya de la producción de capital. La categoría pertinente para analizar este proceso es la renta.

Las ganancias exorbitantes que se han estado generando con esa gama de procedimientos diversos que llamamos extractivismo, con la extensión que aquí estoy dando al término, proceden en su inmensa mayoría de la esfera productiva, a la que se le arrebatan. Contribuyen así a su agotamiento. En estricto rigor, se estarían empleando procedimientos precapitalistas en una condición poscapitalista. Aunque el sistema en su conjunto seguiría estando basado en la apropiación de plusvalor en la esfera productiva, su dinámica estaría cada vez más en manos de quienes la parasitan. Estaríamos viviendo en un mundo de zombis dominados y controlados por vampiros, y éstos, en rigor, ya no podrían ser llamados capitalistas, a pesar del carácter de la fuente de acumulación de la que se apropian.

El despojo que caracteriza este estilo de operación enfrenta siempre resistencia y debe recurrir, para imponerse, a procedimientos precapitalistas de estilo colonial basados en el uso de la fuerza. Aunque zombies y vampiros se unen para despojar a los trabajadores en activo de sus logros en 200 años de lucha social, sus intereses y comportamientos se separan y confrontan, cada vez más, como se observa hasta en quienes mantienen de modo esquizofrénico la doble calidad. En todo caso, se ha estado provocando así la destrucción del estado-nación, el régimen político que nació con el capitalismo, y se abandonan aceleradamente sus formas democráticas.

Si de esto se trata, si esta hipótesis resulta válida, los movimientos sociales necesitan adoptar formas radicalmente diferentes de lucha. Muchos de ellos lo han empezado a hacer; sus intuiciones políticas se orientan también al poscapitalismo.

gustavoesteva@gmail.com

Fuente: La Jornada

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