Entre héroes y traidores

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Por Epigmenio Ibarra

Plagada de traiciones y traidores está la historia de México. Una y otra vez los sueños de libertad, justicia y bienestar de las grandes mayorías empobrecidas se vieron truncados por la acción de aquellos que se valieron del poder —al que unos llegaron por las malas y otros por las peores— para someter al país, saquearlo y enriquecerse.

Muchos asesinos y ladrones, se sentaron en la silla presidencial; desde Santa Anna, pasando por Porfirio Díaz y Victoriano Huerta, hasta Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto se marcharon impunes, con las manos manchadas de sangre inocente y los bolsillos llenos con dinero del pueblo.

Así como en estas fiestas patrias se recuerda a los héroes y se les rinde homenaje, es preciso también no olvidar a los traidores. No olvidar sus crímenes. No cesar de exigir, de luchar para que, al menos quienes entre ellos siguen con vida, sean llevados ante la justicia y paguen con cárcel su traición. “Seamos —les propongo y parafraseando a Ernesto Che Guevara— la pesadilla de quienes nos arrebataron los sueños”.

La impunidad y la traición van siempre de la mano. Cuando se perdona a un traidor, cuando se olvidan o peor aún se justifican sus crímenes o se les trivializa, se crean las condiciones para que otro como él llegue a ocupar su lugar; las traiciones siempre se encadenan y siempre terminan encadenando al país. Solo la justicia, cuando empujada por el pueblo actúa de manera implacable y ejemplar, puede poner fin a este ciclo de sangre, humillación y saqueo.

¿Queremos —les pregunto— a otro charlatán como Vicente Fox en el poder? ¿A un megalómano sanguinario como Calderón capaz de robarse la presidencia, arrodillarse y someter al país a los designios de Washington e imponer una guerra? ¿Queremos, otra vez, a un hombre corrupto y banal, invento de la tv, como Peña Nieto, sentado en la silla?

Si nada hacemos para llevar a los expresidentes a juicio, hombres o mujeres como ellos van a volver a ceñirse la banda presidencial. Once veces fue presidente Santa Anna, quien terminó autonombrándose “Alteza serenísima”; 34 años duró la dictadura de Porfirio Díaz, quien ordenaba “mátenlos en caliente”; 36 años, el régimen neoliberal al que debemos la violencia criminal que aún padecemos y la monstruosa desigualdad social que apenas ahora por fin se combate de raíz.

Si olvidamos, si perdonamos a quienes juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución, abriremos las puertas de nuestros hogares, expondremos a nuestras familias y a las de nuestros hijas e hijos, de nuestros nietos, les fallaremos a las víctimas; entregaremos al mismo atajo de pillos nuestra libertad, la paz que merecemos, la justicia que a tantos millones de mexicanas y mexicanos nos fue sistemáticamente negada.

Conviene tomar conciencia plena de que ahí siguen, de que ahí están, listos para volver por sus fueros de nuevo, con su enorme poder corruptor prácticamente intacto. En traidor se convierte quien se deja seducir, quien consiente y tolera la traición.

Seamos, les propongo, esa nación que les demanda a quienes nos traicionaron que respondan por sus crímenes, y a las instituciones del Estado que obren en consecuencia, cumplan con su deber, integren las carpetas de investigación, presenten las denuncias correspondientes y pongan fin a la impunidad. Para que Viva México, seamos la voz de un pueblo que —sin sed de venganza— manda sobre los que mandan y no está dispuesto a ver truncados, de nuevo, sus sueños de paz, justicia, democracia y transformación.

@epigmenioibarra

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