El misterio de la muerte de Arafat

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Por Robert Fisk

Al fin lo exhumaron. Ironía de ironías. Toda su vida, Yasser Arafat temió ser asesinado y con justa razón. Los israelíes intentaron bombardearlo desde el aire en Beirut en 1982, pero alguien alertó al señor Palestina, y la bomba israelí mató, como ocurre con tanta frecuencia, a todos los civiles que estaban en el edificio impactado. Muchos de sus colaboradores más cercanos fueron asesinados, como Abu Jihad, por ejemplo, muerto a manos del Mossad. ¿Pero en verdad habrán querido matarlo los israelíes hace ocho años? ¿Con polonio 210?

Algunas ideas. Atrincherado en el asediado edificio de la Muqata en Ramalá, Arafat no se cuidaba. Diplomáticos que lo visitaron durante sus últimos días quedaron sorprendidos por la falta de higiene del lugar, cuyos inodoros estaban tapados, y el deterioro físico de Arafat. Un diplomático europeo me describió cómo durante una conversación, Arafat, como distraído, se arrancaba con los dedos pellejos resecos que tenía en los pies.

Después vino el vuelo a París y el hospital militar de Bercy, donde murió. En sus últimas horas, los franceses no dijeron nada sobre las causas de su muerte, pero el personal médico militar sí hizo denodados esfuerzos por saber las causas por las que murió ese viejo tan resistente y no encontraron ningún indicio. En Ramalá, Arafat siempre compartía sus alimentos con colegas en las oficinas de la Muqata y ellos sobrevivieron.

Sin embargo, los confidentes más cercanos han hablado de que todas las mañanas Arafat tomaba una poción herbal para su salud y, al parecer, nadie sabe su procedencia ni qué contenía y nunca nadie la probó. ¿Por qué Arafat tomaba esta misteriosa medicina? Los israelíes, por supuesto, niegan cualquier involucramiento (no éramos sus cocineros, dijo hace unos meses un funcionario de Tel Aviv), pero ¿habrán tratado de liquidarlo con veneno para evitar asesinarlo públicamente? En todo caso, para entonces ya era una fuerza desgastada; un fantasma del nacionalismo palestino quien fue engañado con el acuerdo de Oslo, lo que lo destruyó políticamente de manera tan terminante como cualquier polonio 210.

Pobre viejo Arafat. Había sido un súper terrorista que lideró a la OLP de Beirut, un súper estadista que estrechó la mano de Yitzhak Rabin en los jardines de la Casa Blanca, luego volvió a ser un súper terrorista cuando, con toda razón, rechazó entregar la soberanía del Monte del Templo a Israel. Nuevas investigaciones sobre la reunión de 2000 en Campo David demuestran que eso es exactamente lo que se esperaba de él. Pero la vieja mentira sobre Arafat, de cómo rechazó 99 por ciento de lo que él exigía porque prefirió lanzar otra intifada ha sobrevivido más de lo que sobrevivió el líder palestino. No hace falta decir lo que muchos comentan en Medio Oriente, aunque sea de mal gusto reproducirlo: Sólo Dios sabe cómo se ve el pobre tipo ahora.

Su viuda, Suha Arafat, dijo desde un principio que su esposo fue envenenado, y corresponde sobre todo a Al Jazeera el hecho de que se haya presionado para que el gorro y las manchas de orina en los pantalones del líder hayan sido analizados en Suiza. Así fue como se descubrieron los rastros de polonio 210 y las locas reclamaciones de Suha se tomaron finalmente en serio. Lo que nadie ha explicado es cómo la confirmación de la causa de la muerte va a señalar al culpable del asesinato. ¿Habrá sido la KGB, que mató a uno de sus ex agentes de la misma forma, el que proporcionó el veneno a palestinos que detestaban a Arafat o a israelíes que detestaban a Arafat?

Es poco común exhumar los restos de un presidente, si bien pasamos mucho tiempo acusando a mandatarios y reyes muertos. Los revolucionarios franceses destruían las tumbas de los monarcas; ahora va a resultar que Ricardo III ha resucitado. El cuerpo de Salvador Allende ha sido enviado para ser examinado para ver si fue ejecutado. Arafat está bien acompañado.

© The Independent/ Traducción: Gabriela Fonseca

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