El dilema del voto… nulo

0

Por Francisco Ortiz Pinchetti

Mucho más interesante –y útil— que las insulsas campañas proselitistas de todos los partidos políticos que hemos padecido a lo largo de dos meses ha resultado la polémica acerca del ya famoso voto nulo que se ha dado en los medios y sobre todo en las redes sociales. Pienso que a final de cuentas ese debate aportó más a nuestro atolondrado proceso democrático que los 30 millones de spots llenos de denuestos, injurias, mentiras y promesas ramplonas con la que los políticos y sus publicistas nos han bombardeado impunemente. Sobre todo, me parece que la discusión en torno a la conveniencia o no de sacrificar nuestro derecho al sufragio como un acto de inconformidad, hartazgo y protesta tiene mucho más que un sentido meramente terapéutico, o un desahogo fútil.

Aunque no han faltado las descalificaciones y los epítetos malintencionados, la verdad es que tanto anulistas como antianulistas –que de algún modo tenemos que llamarles— han demostrado en términos generales un sano interés en debatir las alternativas que se ofrecen al elector al momento de decidir frente a la boleta con una crayola en la mano. He observado con gusto que al margen de la diatriba y la posición inamovible está en la mayoría de los casos un afán de dar razones para apoyar determinada posición.

Claro, no han faltado quienes evidentemente en seguimiento de una postura partidista someten su criterio al apoyo incondicional a un personaje determinado, Andrés Manuel por ejemplo, y en vez de argumentar descalifican. El único argumento que esgrimen, si acaso, es que la anulación del voto sólo favorece al PRI, pues le da mayor peso a su voto duro. Mero lugar común. Esa reacción fue muy evidente cuando hace varias semanas me atreví en este mismo espacio a considerar como una opción digna de tomarse en cuenta la idea de anular nuestro voto, fundamentalmente como una manera de manifestar nuestro repudio –cuando no nuestro asco – ante la realidad que la llamada clase política mexicana nos restrega todos los días en los medios. La lluvia de mentadas que recibí no me dejó lugar a dudas que entre los antianulistas hay no pocos ultras cuya opinión no merece ser tomada muy en serio, toda vez que como ya dije obedece más a una filia personal o partidista que a un verdadero empeño democrático.

En cambio, hemos conocido en estos días razonamientos muy serios y objetivos sobre una cuestión tan necesariamente subjetiva como la decisión de utilizar el voto, al ejercerlo como una herramienta de participación democrática real o, en la otra esquina, quienes  también con buenas razones defienden no sólo su derecho a anular su papeleta de manera premeditada, sino la conveniencia de hacerlo como una manera de presión para obtener cambios indispensables en las reglas del juego de la manera democrática de elegir o designar a nuestros gobernantes. Ya en el proceso electoral intermedio de 2009 vimos cómo esta posibilidad fue compartida por un número sorprendente de electores, que elevó a 1.8 millones los votos deliberadamente anulados; esta cifra significó el 5.41 por ciento de la votación total emitida y en algunas entidades como el Distrito Federal alcanzó arriba del 10 por ciento. Y es innegable que aunque muchos son escépticos al respeto, el mensaje llegó a algunos ámbitos políticos importantes, incluida la Presidencia de la República encabezada por Felipe Calderón Hinojosa, lo que llevo a la promoción de una nueva reforma electoral si se quiere otra vez incompleta pero que tuvo méritos tan notables como la aceptación oficial de las candidaturas independientes, que estrenamos por fin –con todas sus limitaciones, es cierto— en este proceso de 2015.

Entre los anulistas  hay por supuesto una gama amplia de posturas. Desde el personalísimo “yo hago con mi voto lo que me viene en gana” o el  radicalismo de un Javier Sicilia que ve en el repudio a la elección una actitud ciertamente revolucionaria, radical, de “boicot” a un sistema político que de hecho llama a derrocar, hasta quienes de una manera racional y desapasionada tratan de argumentar para convencer, como es el caso de Denisse Dresser, que encontró, analizó y enlistó 23 razones para anular nuestro voto.  Entre sus razonamientos destacan el que menciona en el número 14 de su nómina: Los padres y las madres del voto nulo sin duda tienen en común eso: malestar. Ese malestar que es componente fundamental de la democracia participativa, en la cual los ciudadanos se organizan para componer algo que no funciona o exigir derechos que han sido negados. “Subestimar ese malestar es no entender la realidad del país”. Y el número 15: Votar construye la punta del iceberg civilizatorio, pero anular el voto también lo hace. Constituye un acto de deliberación tan válido como el voto tradicional, y representa una forma de participación política pacífica, ciudadana, que bien encauzada puede contribuir a ampliar las libertades conquistadas durante las últimas décadas.

Pero en la tienda de enfrente hay quienes razonan sobre el valor innegable del sufragio respetado, fruto de décadas de lucha denodada de millones de mexicanos por el anhelo de un sufragio efectivo. Tal es la postura, por ejemplo, del senador panista Javier Corral Jurado, en cuyo ADN político están las jornadas memorables por la democracia vividas en su natal Chihuahua, materializadas en las elecciones y el fraude “parteaguas” de 1986 y el triunfo electoral, finalmente reconocido, de Francisco Barrio Terrazas en 1992. Es entendible que para Corral Jurado la anulación del voto es “como una piedra tirada al vacío”.  Dice, y dice bien, que resulta más fácil – para enviar una sanción pública – organizar y articular el “no” a partir de la ausencia o el rechazo, que organizar el “si” que transforme, comprometa y mejore el sistema de partidos. Esto se lograría si consiguiéramos pasar del voto respetado, al voto libre e informado, y luego a la revocación del mandato. Proceso en el que el elector identifica trayectorias, evalúa desempeños, distingue posiciones ideológicas y propuestas programáticas; pero también “es largo y sinuoso, es el que está en construcción y al que no debiéramos renunciar”.

Pocas voces tan autorizadas en materia de procedimientos electorales como la del maestro José Woldenberg, cuya postura antianulista ni es nueva ni es fácil de rebatir. Piensa, de entrada, que anular el voto es quedarse excluido. Sic. ¿Por qué? Porque en México, dice, desde hace muy pocos años las elecciones son auténticas, porque los votos realmente cuentan, porque en la boleta hay 10 partidos políticos y ahora está la novedad de los candidatos independientes. “Porque estoy convencido de que hay que fortalecer esa rutina que tiene un enorme significado civilizatorio”. Así de simple.

Mi experiencia profesional, luego de cubrir informativamente durante cuatro décadas procesos electorales –entre ellos no pocos fraudes lamentablemente históricos— me lleva a valorar, como en los casos de Corral y Waldemberg, el valor del voto respetado y la importancia de ejercerlo, ahora que es posible hacerlo. Sin embargo, igual comparto el hartazgo que lleva a muchos otros ciudadanos a optar por una acción contraria como un ejercicio de presión a la clase política dominante y corrupta para hacer que las cosas cambien. Sin embargo, amén de consideraciones técnicas sobre la forma de diferenciar la anulación premeditada de la anulación accidental, el voto erróneo, considero que esta posibilidad está condicionada por una participación masiva que realmente sea capaz de impactar, de mover a esa burocracia podrida que ha hecho del enriquecimiento el único motivo de su participación política. Lamento de veras que, a diferencia de 2009, esta vez no haya habido ningún movimiento realmente articulado que nos permita prever un resultado tangible. Han sido más bien voces aisladas, algunas muy contundentes. Naturalmente, queda abierta la posibilidad de una insurrección anulista espontánea, multitudinaria, que nos sorprenda a todos y que de verdad meta un susto a los sátrapas que acaparan el poder.  Por mi parte, tengo un par de días para decidir, antes de enfrentar la boleta con una crayola en la mano. La diferencia esta vez es que cuento con un costal  de buenos  razonamientos, incluidos los 23 motivos de Denisse, para usar mi voto en un sentido o en otro. Válgame.

 

DE LA LIBRE-TA

En la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) están buenos para una emergencia, como dice el dicho. Hace 18 meses que los editores del portal Libre en el Sur y su versión impresa que cumple ya 12 años presentamos una queja ante esa entidad, formalmente aceptada,  por las agresiones diversas de que habíamos sido víctimas por parte del jefe delegacional panista en Benito Juárez, hoy con licencia, Jorge Romero Herrera, y sus secuaces como Luis Mendoza Acevedo, entonces su secretario particular. Presentamos evidencias del hackeo contra nuestro sitio noticioso, amenazas a través de Twitter, pruebas fehacientes, documentadas, de represalias e intentos de amedrentamiento a raíz del ejercicio de nuestra libertad de información. (expediente 13/8109). Nos había entusiasmado el nombramiento de Perla Gómez Gallardo como presidenta de la CDHDF en noviembre de 2013. La teníamos como una académica cercana a los medios y a los periodistas, estudiosa y defensora del derecho a la información y de la libertad de expresión, conocedora en fin de nuestro medio y sus avatares. Ese entusiasmo se ha ido diluyendo a medida que han transcurrido estos meses en medio del burocratismo y la inmovilidad de la CDHDF. No ha habido ningún resultado a nuestras demandas. Ahora, un video difundido por Carmen Aristegui comprueba la existencia de un operativo contra nuestro medio ordenado por Romero Herrera en persona. El tipo, al igual que sus secuaces, va ya rumbo a la impunidad de una diputación local plurinominal. Y nada, estimada Perla.

Twitter: @fopinchetti

Fuente: Sin Embargo

Comments are closed.