El bestiario electoral

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Un retrato de banalidad cívica

Por Fernando Dworak

Como en cualquier otra circunstancia, el cinismo y el sentido del humor son útiles para ver la política. Gracias al distanciamiento y el desdoblamiento de situaciones que brinda un buen chiste es posible observar el absurdo de una situación (y lo público está lleno de absurdos) y tal vez encontrar mejores rutas de acción para resolver un conflicto. Ese es el encanto de la sátira.

Sin embargo, también es importante no involucrarse con el sujeto a satirizar. Un chiste que se dedique a resaltar los defectos de una persona o atacar sus defectos puede hacer del chiste un desahogo pasajero o una buena ocurrencia, pero algo estéril. Quienes hagan eso tarde o temprano verán cómo la broma se les revierte.

En lo personal, y para ilustrar lo anterior, prefiero una sátira al estilo de Paco Calderón en Reforma a cualquier monero de La Jornada. Al menos en el primer caso no se tiene que exprimir la bilis del periódico para poderlo tomar.

Durante las últimas semanas ha vuelto una moda que surge cada periodo electoral: crear candidatos-animales. Tal y como hace cuatro años sucedió con el perro Fidel de Jalisco, han surgido el Burro Chon en Ciudad Juárez y el can-tidato Titán en Oaxaca, más los que se junten en esta semana. ¿Qué nos muestran estos personajes sobre nuestra visión de la política?

La aparición de este zoológico electoral se relaciona con otro movimiento: la promoción del voto nulo. Como se comentó en este espacio el 18 de junio de 2012, el anulismo se basa en la creencia de que la clase política va a cambiar y a hacer “lo que tienen que hacer” (sea lo que signifique) si les mostramos nuestro repudio.

En realidad, y como se argumentó en su momento, anular el voto no solamente carece de efectos jurídicos sino también hace creer que la política depende de “prohombres” que algún día nos salvarán de nosotros mismos cuando aparezcan. Por lo tanto, para muchos analistas el acto de rechazo se convierte en la espera de algo que la política no ofrece ni ofrecerá: figuras excepcionales.

Esta creencia se contrapone frontalmente a lo que debe ser una democracia: un régimen donde cada uno de nosotros nos preocupamos de nuestros intereses y, a través de un sistema de controles, pesos y contrapesos, podemos premiar o castigar a nuestros representantes. De esa forma los liderazgos sobreviven gracias a su capacidad para quedarse en su puesto, siendo la rendición de cuentas indispensable para su legitimidad.

En este juego no hay prohombres, pues los políticos tienen la misma fibra moral que el resto de nosotros – por eso la necesidad de vigilarlos. Por eso es importante siempre cuestionar las reglas del juego y proponer mecanismos para perfeccionar los controles que podamos tener a nuestro alcance. Sólo así se puede reducir la impunidad con la que puedan operar. No hay magia, sino diagnóstico, conocimiento y estrategia.

Si revisamos lo que dicen los diversos animales-candidatos vemos que esas creencias de providencialismo prevalecen. Los perros no son “gatos” de nadie. Los gatos al menos cubren sus porquerías y duermen desvergonzadamente. Y si los alcaldes son burros, ¿por qué no elegir a otro?

Incluso abundan los lugares comunes. Como se puede observar en las imágenes que se incluyen, pareciera que es un ritual presentarse como Obama en 2008, como si eso los legitimara.

Quizás algunos de estos personajes son más graciosos. Incluso si pudiera votar por alguno lo haría por el Candigato Morris, pues los jarochos se pintan solos para la picardía. Pero el problema es que, al querer caricaturizar a los políticos según sus actos, no aportan nada más que desencanto por la política y desinterés por entenderla y responsabilizarse de lo que ocurre. Esto los convierte en banalidad.

Y esa banalidad viene de otra creencia arraigada. Durante los años de hegemonía priísta había un partido hegemónico que controlaba las elecciones y nos negaba el derecho a premiar o castigar. Frente a ese entorno se nos daba la esperanza de que algún día vendría alguien que cambaría al país. Así pasaron varias décadas.

¿Invitaría a no votar por ellos? De ninguna forma. La democracia trata de la prueba y el error, esperando que la gente aprenda. Cada quien es responsable de lo que hace con su voto. Sólo que, al hacer creer que la solución es cuestión de magia, de chistes o de personas, los promotores de esta fauna electoral terminan siendo parte del problema. O como se diría, también se convierten en víctimas de la broma.

Fuente: Sin Embargo

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