Cómo es que no me volví pachuco

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Por Francisco Javier Pizarro

Acabo de leer en Hilo Directo el mensaje de Miguel Ángel Chávez, intitulado “Cómo me volví  escritor” pronunciado  en la ceremonia de premiación al ser galardonado  con la Medalla al Mérito Literario 2014 durante la realización de la Conferencia Internacional de Escritores por Juárez, la semana pasada.

Me sacudió de los pies a la cabeza. Le mandé  vía celular un mensaje a Ángel Otero, director de Hilo directo, para que me proporcionara el celular de Miguel Ángel para felicitarlo. Diligente, como siempre,  me lo mando ipso facto.

Me contestó en tono serio Miguel Ángel  con el clásico… “Bueno”

“Habla Pizarro”, fue mi respuesta. El tono cambio de inmediato ¿Quihubole como estas? Hacía años que no hablaba con él.

Le explique el motivo de la llamada. Le comente que me enterneció y regocijó hasta las lágrimas con las palabras que pronunció en el evento referido. Le explique  el por qué:   “Reviviste con tu estilo desenfadado, pasajes no de mi vida sino de mi existencia temprana en juarítos”.

Sorprendido me pregunto “¿A poco  viviste en Juárez? ¿En qué  años?”  No me extrañó que me preguntara eso. Nos conocimos  en la década de los noventas por nuestra actividad periodística. Tenías amigos comunes como  Ángel  Otero y Elías Montañez, pero nunca hablamos de nuestras vidas.

Le explique que hice mi kínder (preescolar) y cursé mis años mozos la primaria en la escuela 29 frente al monumento de Benito Juárez’; que viví en la privada de Reforma 1010 en  San José, una década antes de que él naciera.

“Me tocó vivir la conversión de juaríto —teoricé— de  una sociedad rural a una urbana”  Y para sustentarlo le narré mis vivencias de entonces: “Para ir a la escuela, la 29, tenía que recorrer el viejo camino de San José,  plagado en ese entonces  de granjas de donde nos surtíamos, los que vivíamos por ahí, de leche bronca y  huevos frescos y donde me robaba los duraznos, hasta llegar a la cervecería Cruz Blanca, que era la franja limítrofe con el incipiente Juárez Urbano”.

Miguel Ángel  rió divertido y  socarrón acotó. “Yo soy de la generación de los 70; supongo que fue mejor la de los 50 y 60”.

Sí, respondí. “Me tocó una época de cambios importantes en muchos sentidos, muy distinta a la que vieron mis padres durante la Segunda Guerra Mundial’’.

Para ilustrar mi dicho, le platique la historia de una conversación pueblerina que mi padre me compartió años después  y que escuchó  en  aquellos tiempos cuando era niño: “No, pos sí, compadre esos “japoneses son canijos”.  “Si compadre, pero esos “animales” –refiriéndose a los alemanes- son peor”.

Orgulloso, le dije que yo también conocí y amé las entrañas de Juárez.  “Mi abuela tenía una leñaría en Bellavista, un tío era repartidor de gas en la Melchor Ocampo, otro tenía un puesto de gatos hidráulicos en un puesto en la Chaveña y durante una temporada mi padre vivió en el arroyo Colorado, cerca de la Cárcel de Piedra”, le presumí.

Mi madre era muy semejante a la tuya, agregue: Le decíamos el “Huarache veloz” porque tenía una puntería  apache cada vez que lo lanza contra mí o algunos de mis hermanos por alguna vagancia”.

Ese comentario le tocó  fibras sensibles. Se confesó: “Cuando estaba escribiendo sobre mi madre, me solté llorando y no pude evitarlo”, fue su respuesta.

Me hizo también llorar… pero para guardar las formas retomé el propósito inicial de la llamada. “Sinceramente te felicito por el premio, te lo mereces por tu calidad humana y profesional”. “Te reitero que tus palabras que acabo de leer me emocionaron” le dije  con un nudo en la garganta.

“Me hiciste recordar un pasaje de mi vida entrañable, te lo agradezco”, le susurré avergonzado a  manera de despedida.

Salió valeroso de ese viaje de nostalgia que estaba a punto de ahogarnos a ambos. Emocionado, me confió que su médico le dijo que su actitud de vida era lo que le había permitido sobrellevar la carga de su enfermedad por ocho años.

“Y también  la de los que  te leemos”, fue mi respuesta  a bote pronto,  sin pensarlo.

“Existir es vivir”, filosofé y ofrecí, petulante y con un dejo de ironía:

“Miguel Ángel: te voy a enviar un texto acerca de mi existencia en esa época que voy a intitular  “Cómo es que no me volví Pachuco”.

Rio y retó. “Órale, éntrale, escribe tus crónicas o relatos…”

Complacido,  mí querido Miguel Ángel.  Esto es solo el inicio, te lo agradezco….

 

Aquí puedes leer en texto de Miguel Ángel Chávez Díaz de León:

De cómo me hico escritor

http://hilodirecto.com.mx/de-como-me-hice-escritor/

 

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