Brasil, más allá del balón

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Por José Gil Olmos

En la cancha, la selección de Brasil tiene la encomienda histórica del espectáculo, de generar la jugada mágica que atrapa la mirada y que llega a producir escenarios surrealistas donde todo es alegría. Pero en la calle, la contagiante festividad del futbol compite con la protesta de una sociedad que padece una realidad manchada de corrupción, desvío de recursos, alza de precios, represión, drogas, y déficit en sectores tan prioritarios como el de salud, educación y transporte, lacras, todas ellas, que parecían haber sido mitigadas durante el gobierno de Luis Inacio “Lula” da Silva.

Ahora Brasil, inmerso en esa dualidad, atraviesa por la crisis más profunda de los últimos años por una decisión que pareció de trámite para las autoridades: el aumento de 20 centavos de real en el transporte, en la ciudad de Sao Paulo.

Las jugadas mágicas de Neymar, el nuevo ídolo del país más futbolero del mundo, no han sido suficientes para calmar las aguas bravas de las marejadas sociales que se han manifestado en las principales ciudades del país exigiendo más presupuesto social y menos dinero dedicado al negocio deportivo.

De hecho, el propio jugador comprado por el Barcelona en millones de euros apoyó las protestas sociales diciendo: “Estoy triste por todo lo que está pasando en Brasil. Siempre tuve fe en que no sería necesario llegar al punto de tomar las calles para exigir mejores condiciones de transporte, salud, educación y seguridad, esto es todo OBLIGACIÓN del gobierno. ¡Quiero un Brasil más justo, más seguro, más sano y más honesto!”.

Pero fuera de la cancha, en la que se juegan millones de dólares entre los equipos y sus jugadores estrellas cotizados por los clubes más ricos del mundo, los brasileños de a pie no están de acuerdo con la estrafalaria inversión oficial que hay en el deporte hecho negocio tanto para la Copa Confederaciones, el Mundial de Futbol de 2014 y Los Juegos Olímpicos de 2016.

“Brasil, hay que recordar que un profesor vale más que Neymar”, gritaron cientos de jóvenes afuera del estadio Casteloa, previo al enfrentamiento entre Brasil y México, este miércoles.

De acuerdo con la información del propio gobierno brasileño para la Copa Confederaciones y el Mundial de Futbol se invirtieron 15 mil millones de dólares. Las partidas a las que se destinará la mayor parte del gasto son: Estadios, 3 mil 500 millones de dólares; Movilidad urbana, 4 mil 300 millones de dólares; Aeropuertos, 3 mil 400 millones de dólares; Seguridad 950 millones de dólares; Puertos, 350 millones de dólares; y Telecomunicaciones, con 200 millones de dólares. Se reconstruirán 12 estadios, se edificarán 21 nuevas terminales aeroportuarias, siete pistas de aterrizaje y cinco terminales portuarias.

Mientras que los desembolsos previstos para la organización de los Juegos Olímpicos serían de otros 15 mil millones de dólares, resultando en un gasto total de 30 mil millones de dólares para los tres eventos deportivos.

Las estimaciones del gobierno brasileño son optimistas y aseguran que el impacto económico bruto será de 120 mil millones de dólares, la creación de 120 mil trabajos por año y una derrama turística de miles de visitantes a las principales ciudades.

Montada en ese optimismo oficial, la presidenta Dilma Rousseff, quien fue abucheada durante la inauguración de la Copa Confederaciones, anunció el compromiso de invertir 66 mil millones de dólares a proyectos de infraestructura de largo plazo, en un plazo de 15 años, sin relación con los preparativos para los grandes eventos deportivos.

Pero si todo iba tan bien con las jugadas anunciadas por el gobierno, sus socios de la FIFA y las trasnacionales involucradas en el negocio, ¿por qué empezaron a protestar miles de brasileños que no se ven en las trasmisiones de televisión?, ¿por qué crecieron tan rápido las expresiones de descontento en 42 ciudades? ¿No ha sido suficiente darles futbol y circo mediático, combinados con las operaciones de limpieza en los barrios más pobres de Río de Janeiro y Sao Paulo?

El 6 de junio en esta última ciudad comenzaron las protestas con apenas unos cuantos cientos de inconformes por el aumento al precio del trasporte. La ola de inconformidad creció conforme se difundió en las redes sociales la intención de continuar las manifestaciones. En diez días se estima que en las marchas, muchas de las cuales han terminado en las cercanías de los férreamente vigilados inmuebles deportivos, han participado 250 mil brasileños, la mayoría de ellos jóvenes.

A la protesta por el incremento del precio del pasaje urbano se sumaron las exigencias por mayor y mejor servicio de salud y educación, así como el grito de “Ya basta” de corrupción entre las autoridades de gobierno.

La respuesta de las autoridades ha sido la misma que aplicaron en las manifestaciones masivas de otros años: la represión por parte de la policía militar y civil en cada una de las ciudades donde se está desarrollando el torneo internacional de futbol.

Más allá del balón de futbol, Brasil tiene otra realidad y es la que no se ve en la cancha de los estadios. Se trata de miles de jóvenes que no están de acuerdo con lo que está haciendo su gobierno al aplicar la vieja política instalada por los romanos (al pueblo pan y circo) en su versión contemporánea de futbol y espectáculo. Tampoco están de acuerdo con la inversión que se está haciendo en los tres eventos deportivos, sin darle la atención que se merece a la parte social.

La jugada a la que le apostó el gobierno brasileño aún no tiene un destino claro y el balón está en la cancha. Si Neymar no hace los goles que necesita su equipo y Brasil no gana ninguno de los dos torneos de futbol —y además no destaca en Los Juegos Olímpicos—, es probable que la inconformidad social aumente sin contención y este país entre en una situación conflictiva como la que tuvo hace unas décadas.

Paradójicamente, el futuro de Brasil se está jugando en los botines de su selección de futbol y, sobre todo, en las genialidades de Neymar, quien hasta este miércoles, llevaba anotados dos espectaculares goles.

Twitter: @GilOlmos

Fuente: Apro

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