Por Carlos Murillo
Imagínate esa noticia corriendo por las redes del ciberespacio, ¿qué harías al respecto?, ¿te indignarías un tiempo más o hasta el siguiente mártir o suceso lamentable que entre de moda para sustituir y olvidarse del actual? Sin desearle esta suerte a la famosa comunicadora y periodista, pero su escandaloso despido debe servir también para ir más allá del enojo y reflexionar sobre lo que pasa en México.
El problema no es la censura, si despiden o recontratan a Aristegui, el problema es no ver el trasfondo del contexto donde esto sucede. El país está en una profunda crisis política de la cual no se va a levantar fácilmente. Después vendrán otras Aristegui, otros Ayotzinapa, otros fraudes electorales y mil pesares más, pero si la gente no reacciona, cuando menos piense, ya será un muerto viviente, un cuerpo inerte en la gran tragedia neoliberal nacional al servicio del gringo.
La censura en los medios, por más lamentable que sea, no es el principal problema de fondo, sino la forma pública y vulgar más conocida en que el sistema conspira contra quien considera sus enemigos (su propio pueblo). El problema de las y los mexicanos en particular (y de la humanidad en general) es la permanencia de una clase política económica, patriarcal y violenta basada en la filosofía de los privilegios de los pocos a costa de la explotación-dominación de los muchos. Su forma visible es el Estado, con sus instituciones verticales, sus alianzas político-económico-religiosas y militares en cúpula y, por su persistente misantropía y desprecio por la vida. Es el sistema de organización humano conocido como capitalismo que se está cargando al ecosistema del planeta con sus prácticas antropocéntricas.
México se está convirtiendo rápidamente en un país recolonizado, vasallo; entregadas sus riquezas naturales y el futuro de su gente por su clase dirigente al imperio en turno. La apertura energética y la invasión transgénica, el espionaje electrónico, la cada vez mayor injerencia de Washington coinciden con la “guerra” contra el narco, la entrada del fracking petrolero y la privatización del agua, todo de acuerdo a los planes de nuestros nuevos amos para mantener su estatus quo con México y Canadá como sus socios subordinados.
Las elecciones sólo son un simulacro de democracia para justificar el régimen y que éste, a la vez criminalice a la sociedad (perdida en el desconocimiento a sus derechos y garantías individuales, despolitizada) juntas son parte de una política maniquea de y para la clase dirigente quedarse con las riquezas de todos y todas, manteniéndonos como “enemigos del progreso” de la nación; es decir, por interferir en sus intereses. De ahí el encarcelamiento, la persecución y/o asesinato a activistas; la represión de la protesta pública; la tortura y la desaparición forzada; la compra, soborno o censura de los medios privados informativos; militarización (Estado policiaco) y otros ejemplos más que el/la lector(a) debe identificar para ponerse al tanto y a salvo.
Si creemos que el problema es el PRI, igual estamos equivocados, pero no errados del todo. El PRI (Partido “Revolucionario” Institucional) como el Estado, es un mal innecesario y pronto habrá que desaparecer. Peña Nieto, Salinas de Gortari y sus secuaces de otros partidos, son los enlaces de la entrega del país en aras del egoísmo neoliberal y hoy resultan más peligrosos por su abierta cercanía (léase sometimiento) a Washington. El peligro del PRI radica en su volatilidad etílica: puede generar violencia en cualquier momento y a cualquier escala y esto puede dar pie a una entrada bélica de EEUU para proteger sus intereses en México. Además Washington piensa que todos los mexicanos somos priistas, es decir, corruptos.
Cada estado de la república está librando en estos momentos alguna o varias luchas contra el gobierno, empresas nacionales/transnacionales o grupos delictivos armados, no sólo las más constantes o recientes, como Michoacán, Guerrero, Tamaulipas o Chiapas: en Yucatán secuestran mujeres, en Sonora se contaminan ríos y en Baja California se esclaviza a tarahumaras. Igualmente activistas, derecho humanistas, periodistas éticos, ecologistas, etcétera, se ven ultrajados todos los días contra las adversidades del neoliberalismo. Con o sin Aristegui, esto va a continuar.
Un ejemplo de esto es Chihuahua. ¿Quién recuerda a sus periodistas asesinados?, ¿la contaminación minera en la sierra?, ¿los feminicidios de Ciudad Juárez?; ¿quién está enterado(a) de las corruptelas del gobernador César Duarte, quien nos tiene endeudados mientras se enriquece ilícitamente?, ¿quién mató a Marisela Escobedo y a tantos y tantas activistas?; ¿quién se queja en Chihuahua de su prensa vendida, de las invasiones de la Border Patrol en la frontera, de los municipios serranos tomados por el narco?, ¿quién del fracking por venir y los recientes terremotos?, ¿quién de Lomas de Poleo y de las súper tranzas del “Teto” Murguía? No se trata nada más de saber, sino de hacer.
Indignarse por las redes sociales está bien, pero si no sales de ellas, entonces quien está asesinando a Carmen Aristegui y quien está aniquilando a la escasa prensa libre alimentando el monstruo, eres tú.
Ciudad Cárcel, Chihuahua, a 18 de marzo del 2015, primer año de la reapropiación petrolera.