La poeta mexicana Irma Pineda representará a los pueblos indígenas de América Latina ante ONU; insta a replantear las nociones de pobreza
La poeta en lengua zapoteca Irma Pineda tenía 3 años, casi 4, cuando desapareció su padre. Lo capturaron militares en el Centro de Juchitán la mañana del 11 de julio de 1978. Y aún no lo encuentran.
Fue la primera vez que convirtió el silencio en refugio, recuerda la juchiteca de 44 años.
“Tengo muy pocos recuerdos de mi padre, porque no estábamos con él en ese momento; estábamos en la casa. Él había ido al Centro, donde fue su detención-desaparición. Tuvieron que pasar muchos años para que entendiéramos el concepto de desaparición forzada y la violencia que ejerce el Estado contra la población indígena cuando se atreve a levantarse”, dice la también profesora una mañana en la Ciudad de México, desde donde el trayecto de su memoria traza rutas cardinales, como las que sugieren los bordados de su atuendo rosa y ocre.
Pineda fue elegida recientemente miembro del Foro Permanente para Cuestiones Indígenas de la ONU, con 46 votos, frente a los 30 de la ecuatoriana Lourdes Ativán y los 29 de la peruana Tarcila Rivera. Desde dicha posición, representará a los indígenas de Latinoamérica y el Caribe ante la comunidad de naciones, de 2020 a 2022.
Es la primera mujer del País que asume esta representación para exponer en la tribuna internacional problemas comunes de los pueblos originarios, como la pérdida de las lenguas, la restricción del agua -cedida a las empresas- o la depredación de la tierra, en perjuicio no sólo de las comunidades, sino del planeta. Ya advertía estas situaciones su padre, Víctor Pineda Henestrosa, Víctor “Yodo”, 40 años atrás.
“En los 70 todavía era muy común el tema de los latifundios, había caciques despojando de territorios a los campesinos. Él se enfrentó directamente a los caciques y también estuvo en la defensa de obreros -en aquellos años estaban metiendo algunas empresas en el Istmo-, y estuvo peleando por los derechos de los trabajadores o que los contratos no fueran leoninos. Esto generó que un día llegara el Onceavo Batallón de Infantería del Ejército y se lo llevaran, en pleno día, frente a todo mundo”, relata la autora de libros como Xilase Nisadó / Nostalgias del mar y Guie’ ni Zinebe / La flor que se llevó, entre otras obras traducidas al inglés, alemán, italiano, portugués, serbio y ruso.
Frente a la ausencia del padre, Cándida Santiago, madre de Irma y de Héctor, entonces de un año, exigió en plantones, mítines y huelgas de hambre el retorno de su esposo. De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Víctor “Yodo” pereció en su automóvil, un informe que la familia rechazó. El caso fue un hito.
“De la época de la Guerra Sucia de los años 70, en México, era prácticamente el único caso que documentaba la participación del Ejército. Hubo muchos testigos que pudieron dar testimonio de cómo llegaron los soldados y se lo llevaron, a diferencia de muchos otros desaparecidos de la época, como el hijo de Rosario Ibarra, quien desapareció y todos asumían que había sido el Estado, que hubo participación del Ejército, pero no estaba evidenciado. En el caso de mi papá, sí”.
La luz matinal no descubre sombras en el rostro de la poeta, altivo, en cambio, pródigo en expresiones.
Es la faz de alguien que canta. Que canta y calla. O porque calla, canta a través de sus versos.
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Pineda procesó en silencio la ausencia de su padre. Calló también, una década después, cuando enfrentó la discriminación en la escuela preparatoria, relata en su departamento, donde desanda el tiempo.
“Cuando salí del pueblo y llegué a Toluca para estudiar enfrenté un mundo bien distinto: tuve un choque.
Llegué a los 14 años, y tuve un momento en que decía: ‘¡uy!, no me aceptan o me miran feo o se ríen de cómo hablo, porque soy diferente, pero si dejo de ser diferente, no se van a dar cuenta de mí, de que estoy’, entonces me dediqué a observar cómo funcionaba la gente, además llegué a un lugar donde no conocía a nadie que fuera diferente, a ningún paisano, a ningún otro que me dijera que venía de un pueblo indígena; es más: la noción de indígena no existía para mí en ese momento. No sabía que era indígena: yo era ‘teca’, juchiteca, así nos conocemos en mi pueblo, esa era mi identidad. Nosotros nunca nos dijimos indígenas. En el pueblo somos ‘tecos’, somos Binnizá”.
“Nuestra palabra seguirá siendo canto/somos hijos de los árboles/que darán sombra a nuestro camino/somos hijos de las piedras/que no permitirán el olvido”, se lee en el poema Nosotros.
Alguna vez renegó de su identidad, reconoce la también ensayista y traductora. Atrás de ella su gato, que responde al nombre zapoteca de Quichi -“blanco” en castellano- afila la oreja derecha.
“Llegó un momento en que no quería ser diferente, no quería que se rieran de mí, que se burlaran, entonces pasé dos años de silencio; no hablaba, no hacía amigos, porque no quería que se rieran de mí, y también era el momento en que estaba muy concentrada aprendiendo cómo se movía la gente, cómo hablaba; estaba leyendo mucho, escuchaba radio para saber cómo decían las palabras.
“Me encantaba escuchar Radio Mexiquense, y aprender ese español. Después vienen otros procesos, vas encontrando gente, lecturas, y te das cuenta de que no es que seas diferente, sino que hay un proceso terrible que la gente no tiene claro: este País se conforma de los que son mestizos, pero también de la población indígena.
Entonces dices: el problema no soy yo, es que ellos no entienden que en este País hay muchas diferencias, formas distintas de hablar, de entender el mundo, de vincularse con él y eso me permitió tener claridad de quién soy”.
¿Te minimizaron las burlas?
En ese momento te dañan, te lastiman, claro, pero lo que me ayudó mucho fue que después vine a vivir a la Ciudad (de México), y me fui encontrando con paisanos, compañeros de otros pueblos, de otras culturas. Vas encontrando esta fortaleza de reivindicar tu identidad cuando encuentras también todo el poder y la fuerza que hay detrás de eso; miras entonces muchas cosas y dices: ‘¡híjole, pues nosotros estamos mejor!’, en el sentido de que tenemos un buen vivir, a diferencia de otros en la Ciudad. Nos ves comiendo hierbas y dices: ‘Ay pobrecito’, ¡pues sí, pero eso nos daña menos!; el puerco que criamos en el chiquero familiar no está lleno de quién sabe cuántas cosas o el ganado no está lleno de clembuterol, entonces dices: creo que estamos mejor en muchos sentidos.
¿Debería replantearse la noción de pobreza?
La noción de pobreza y la noción de desarrollo. Me daba tristeza hace años cuando salió aquel programa de piso firme, y se dedicaron a echar cemento en las casitas de los pueblos. Yo decía: ¡que terrible!, porque había comunidades donde hacía tanto calor, que el cemento nos daba más calor. Era no entender el proceso de vinculación con la tierra, creer que eres pobre porque duermes en un petate en la tierra, y no entenderlo como una cosmovisión, que dormimos en petate en la tierra porque queremos estar conectados con ella, y porque en un lugar caluroso el petate es fresco, pero dicen: ‘son pobres y hay que ponerles piso de cemento’, sin ninguna noción de lo que es desarrollo para los pueblos indígenas o de lo que es bienestar.
Hay un concepto, desde lo occidental o desde lo urbano, de lo que es bienestar, cuando en los pueblos, o en las comunidades hay otra noción: tú vas a una casa en el Istmo y no hay muchos muebles; en el día, cuando las hamacas se recogen, ves unas sillas, una mesa, un baúl; de noche ves las hamacas colgadas y dices ay, son pobres, no tienen nada, no tienen una sala…¡pues no!, no tienen una sala como en la Ciudad porque no hace falta allá, la vida es afuera; en lugar de sala tal vez tienen dos borregos, cinco pollos o una yunta de bueyes que les ayudan a trabajar, porque de ahí va salir el alimento.
Además, el concepto de sentarse a platicar en una sala es raro: las pláticas son en el trabajo, en la fiesta, en la molienda, no decimos: ‘vamos a tomar el té en la sala’. Entonces, hay que replantear nociones de pobreza, nociones de desarrollo y sobre todo, tenemos que reeducarnos, los mexicanos y toda la gente en el mundo acerca de cómo miramos a la población indígena.
La noción occidental de desarrollo, contrasta Pineda, se asocia al extractivismo, que considera a los pueblos indígenas como suministradores de riqueza, lo mismo de minerales, que de fauna, de flora o de viento -en la energía eólica-, mientras los desplaza de sus territorios ¿El indígena ha debido convertirse en activista?
Si no tuviéramos encima un interés capitalista persiguiéndonos, creo que no estaríamos levantándonos y dando la cara, viviríamos tranquilos, sembrando y cuidando nuestros pollos, pero sí, ha sido la misma necesidad.
En mi caso, que vengo de una tradición de lucha, esta no hubiera ocurrido si no hubiera el interés de los Gobiernos o del capitalismo por sacar de nuestro entorno natural lo mejor, extraer la riqueza, desplazándonos, dañándonos, o simplemente ignorándonos; ignorando que estamos en un territorio donde hay gente que necesita de la tierra para vivir, necesita del agua para vivir y eso no le importa a muchas empresas, ni a muchos Gobiernos.
Vamos a ver todavía con este nuevo Gobierno qué tal. A los anteriores no les importó la población indígena, al contrario, había una clara intención de desaparecerla con dobles discursos: en las leyes aparento que te reconozco, pero en la realidad no hago nada para que se hagan cumplir esas leyes que creamos para pueblos indígenas.
Sí ha sido muy difícil, porque si bien no es una lucha frontal todo el tiempo, si bien no es una lucha armada como la que inició el EZLN, por ejemplo, sí ha habido diferentes formas de lucha de los pueblos indígenas, y también ha habido formas de represión terribles: a cada rato estamos escuchando del asesinato de activistas por defender la tierra, por defender el agua, por defender los recursos naturales.
Ha habido muchos asesinatos de ambientalistas de pueblos indígenas, ni se diga desaparecidos, como mi padre, entonces todo eso lo hemos venido heredando las siguientes generaciones, y ahora intentamos hacer una lucha que no es armada ni violenta, pero es una lucha desde el conocimiento y desde el papel, y desde las leyes: hemos tenido que aprender a usar las herramientas del otro, para defendernos.
Tú literatura: ¿dónde queda?
Siempre estoy escribiendo. La literatura es una parte fundamental de mi vida. Para mí, crear poesía o pensar en poesía es casi como tomar agua. Mientras voy en el Metrobús o viajando en camión de aquí a Juchitán o mientras voy en un avión, siempre estoy pensando en algo porque, además, el momento de creación permite desconectarme de mucha preocupación, entonces estoy pensando qué temas voy a escribir y voy haciendo apuntes.
¿Es otro tipo de silencio al que guardabas en la escuela preparatoria?
Sí. En la prepa y antes, cuando desaparecieron a mi papá. Cuando tengo conflictos muy fuertes, dejo de hablar.
¿Para pensar? ¿Es un silencio reflexivo?
Como para desconectarme, aislarme.
¿Estar contigo?
Estar conmigo, estar haciendo cosas que me permitan después salir y estar más fuerte, son momentos de fortalecimiento.
Fuente: Reforma