Todos somos maestros

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Por John M. Ackerman

Cuando uno viaja a los hermosos pueblos de Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Michoacán, el visitante es siempre bien recibido con calidez y afecto.  Aún después de décadas de desmantelamiento institucional y corrupción autoritaria, México sigue siendo un país reconocido internacionalmente por su enorme hospitalidad, generosidad y apertura.  Estas características son particularmente arraigadas en los estados del sur así como entre los maestros y las maestras, líderes naturales en sus pueblos por su dedicación permanente a la infancia y al fortalecimiento de la vida comunitaria.

Indigna y da vergüenza, entonces, ver la manera en que las autoridades de la Ciudad de México, y de un sector de la sociedad capitalina, reciben con desprecio y rechazo a los maestros quienes acuden a la capital en busca de apoyo para su lucha en defensa de la cultura, la educación y la patria.

Miguel Ángel Mancera se comporta como un pequeño dictadorzuelo siguiendo órdenes desde Los Pinos y Washington.  En franca violación de los derechos de tránsito, de libre expresión y de reunión, Mancera obstaculiza la entrada a la ciudad de los maestros, los acosa constantemente en sus plantones obligándolos a cambiar de sitio cada noche y finalmente los deporta de la ciudad, al peor estilo de los policías migratorios de los Estados Unidos, enviando una clara señal de que para el Jefe de Gobierno la capital no le pertenece a todos los mexicanos sino solamente a unos cuantos privilegiados al servicio de la oligarquía nacional.

Por otra parte, muchos capitalinos también se desquitan, por ignorancia o mala fe, con los maestros.  “Regrésate a tu casa” o “pinches mugrosos”, son dos de las descalificaciones más comunes lanzados a los profesores por ciudadanos apurados para llegar a tiempo a sus trabajos.  Lo que no saben quienes solamente ven Televisa, leen Letras Libres u hojean La Alarma es que son las autoridades, no los luchadores sociales, los responsables tanto por las dificultades de movilidad como por las complicaciones sanitarias causadas por la visita de los profesores.

La mejor forma para evitar los daños colaterales de las protestas legítimas de los maestros sería permitir que los mentores ingresaran sin retenes u obstáculos a la ciudad y que se instalaran tranquilamente en el Zócalo capitalino, la Plaza de la Constitución, que debería estar al servicio del pueblo y no del lucro empresarial y político de los gobernantes en turno. El Gobierno de la Ciudad de México también debería proporcionar tanto instalaciones sanitarias como servicios médicos durante el transcurso de la visita de los maestros, tal y como lo hace en ocasión de importantes conciertos o espectáculos culturales en la ciudad.

La estrategia es transparente. Las autoridades buscan simultáneamente cansar e intimidar a los maestros como desesperar y voltear a los capitalinos en contra de los mentores.

No caigamos en las trampas del poder.  Los gobiernos despóticos siempre buscarán dividir los diferentes movimientos y causas.  La unión entre el campo y la ciudad, y entre la capital y los estados de la república, es particularmente peligrosa para ellos. La articulación entre los movimientos sociales y los movimientos políticos también genera un enorme pánico en los pasillos del poder. Y la alianza entre los estudiantes y los maestros es crucial.  La solidaridad desde universidades públicas, como la UNAM y el IPN, con los maestros democráticos es particularmente importante.

En general, la construcción de un gran bloque histórico social, entre todas las causas ciudadanas y las fuerzas populares, constituye la llave a un futuro más próspero y justo en México.

Pero llama la atención cómo muchas de las mismas voces que se quejan desde sus computadoras de la supuesta “apatía” o “pasividad” del pueblo mexicano, simultáneamente descalifican las aguerridas y valientes acciones de resistencia de los maestros en todo el país.  Dese este punto de vista, la única forma válida de protesta sería el activismo “light” o “clasemediero” lleno de retweets, likes y peticiones online, pero sin un compromiso claro en el terreno ideológico o a partir de una acción material contundente. La acción cibernética es importante, desde luego, pero jamás trascenderá si no salimos también a la calle para reunirnos, dialogar y construir estrategias en conjunto con otros sectores y causas sociales.

Chiapas, por ejemplo, constituye una inspiración y un ejemplo a seguir. Frente a la brutal represión de parte de las fuerzas policiacas en contra de los maestros en lucha, el miércoles pasado la sociedad chiapaneca salió a las calles para proteger a sus maestros así como correr a los hombres armados al servicio del poder.  En Tuxtla Gutiérrez y Chiapa de Corzo, en particular, hubo actos de increíble solidaridad social con la causa de los profesores.  Cada día queda más claro que los maestros no están de ninguna manera solos en su lucha.

En la Ciudad de México nos falta seguir el ejemplo de los pueblos del sur.  Los habitantes de la capital tenemos una obligación ética, moral e histórica para romper con el guión racista y clasista propagado por los medios masivos de comunicación y los intelectuales y periodistas mercenarios. Los maestros de todo el país, pero en particular los del sur, representan lo mejor de México. Son portadores de un gran conocimiento de nuestra historia así como de una convicción patriótica y nacional sin parangón.

Démosles a los maestros la bienvenida que merecen, con abrazos en lugar de toletes, con apoyos en lugar de represión.  Con nuestras acciones de solidaridad, enseñemos al mundo entero que Mancera no nos representa. Demostremos que no todos los capitalinos somos tan indignos y abyectos como él.  El futuro de la patria depende de ello.

www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman

Publicado en Revista Proceso No. 2065

(C) John M. Ackerman, todos los derechos reservados

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