Surfeando

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Por Luis Linares Zapata

Con toda seguridad, el Presidente de México no sabe peinar olas marinas y deslizarse sobre ellas hasta llegar a la playa. Surfear es un deporte arriesgado y demandante para los que se atreven a practicarlo. Ir sobre la cresta de un cúmulo de agua embravecida y ocultarse en el túnel que va formando la caída, requiere valor y destreza. Hay, sin embargo, otra forma de surfear: una que se refiere a navegar, con firmeza y hasta estilo, sobre los fenómenos (¿problemas, acaso?) heredados y que afectan el presente. Pero también puede referirse a montarse y conducir los cambios generados por iniciativa propia. El meollo de la aventura es mantenerse a flote, llevar el control del proceso y tener bien vista la lejana playa.

Bien puede decirse que, hasta el momento, López Obrador se ha podido situar en la cresta de un oleaje que no se detiene ni tiene contemplaciones, para azuzar el presente y complicar la movida actualidad. Ventarrones que han logrado imponerse sobre aquellos espíritus temerosos que resienten el empuje de los nuevos tiempos. El reto ha orillado a los que se contentan con observar, desde lejos y ha prudente resguardo, las imponentes marejadas y se han asumido incapacitados a participar. Abrumados por la grosera magnitud de la naturaleza marina, decidieron optar por campear, desde la lejanía o en dirección distinta, a sus tranquilas anchas. A nadie escapa que la herencia, ahora recibida, ha ido tomando fuerza de costumbre y lleva bien insertados miedos y prevenciones, como si se tratara de líquidas murallas destructivas.

Estos seis meses transcurridos se ha visto a un Presidente que, lejos de amilanarse, se ha trepado hasta la cúspide del paisaje. Y ahí ha permanecido. No desiste de emprender, con el coraje necesario, la inmensa tarea de construir lo que sea necesario para beneficio de las mayorías. No sólo ha aceptado las consecuencias del pasado, sino que, a cada paso, introduce las modificaciones que se juzgan indispensables para edificar un presente aceptable, digno y remunerador. No es empresa fácil ni tranquila, menos aún comprendida por todos. Siempre hay grupos empeñados en llamar a la quietud, en alertar sobre las prisas, prevenir posibles caídas, hacer, a cada tropiezo o desliz, recuento de daños futuros y optar por retirarse del espectáculo playero.

Obrador es un experimentado apostador por la aventura, por transitar senderos no previstos por la usanza. Desea acertar en escoger conductos eficaces que favorezcan al ciudadano común. Darle la potestad de decidir por sí mismo y no a través de encomendarlo a la tutela de pesadas maquinarias. Confía en esa sabiduría del que llama pueblo. Sabe también que no todos reaccionarán de la mejor manera, la más sabia pero, en los agregados, se pueden corregir las sucedáneas desviaciones. Ahora se ha visto cómo se han canalizado, de manera directa, medios y facultades antes depositados en organismos burocráticos. Éstos, bien se sabe, absorben, sin pestañear, crecientes cantidades de ellos y obstaculizan su adecuada distribución. Y, lo peor, se prestan a conocidas manipulaciones de propósitos, entre las cuales anidan y florecen prácticas corruptas. AMLO lo ha podido observar con precisión desde su incesante trayecto opositor. No es improvisación valentona y arriesgada. La evaluación de tales decisiones se podrán apreciar en corto tiempo.

Al parejo de tan consistente búsqueda de proyectos que pueden ser más adecuados a la justicia distributiva, el Presidente se ha empeñado en hacer prevalecer varios y de gran envergadura. En ellos ha puesto buena parte de los recursos disponibles. Los programas sociales son, sin duda, los prioritarios. Pero otros, que impulsarán la actividad productiva, también se han puesto en movimiento. La oposición, por su cuenta, no ha dejado de moverse en defensa de sus intereses, muchos subterráneos, como sucede con el caso del cancelado aeropuerto de Texcoco. Adoptar, con la firmeza conducente, tamaña decisión se ha convertido en molesta y constante piedra de diferencia entre bandos en disputa. Mucho de ello, sin duda, en referencia a los negocios afectados con el cambio. El sistema establecido no ha renunciado a sus privilegios. Los promueve y defiende con ahínco y hasta con astucia chicanera: los amparos contra Santa Lucía son ejemplo. Es esta una táctica ahora empleada para complicar el inicio de los trabajos constructivos y, de ser posible, que puedan ser abandonados por inviables y reponer lo cancelado. En esta pugna estaremos inmersos por tiempo indefinido, pero se espera que, aun a corto plazo, se pueda visualizar un horizonte asequible. Uno que sea sustancialmente mejor al heredado de pasadas administraciones.

Fuente: La Jornada

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