¿Se acabó el neoporfiriato?

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Por José M. Murià
Se dice que sus primeros balbuceos provienen de hace unos 35 años, cuando Miguel de la Madrid empezó a gobernar con tendencias neoliberales. No avanzó mucho porque, entre otras cosas, se le atravesó el terremoto de 1985; pero dejó la mesa puesta para quien lo sucedió. Éste le dio un gran empuje que, a pesar de ciertas confrontaciones, Ernesto Zedillo se encargó de acabarlas de avituallar.

Sobrevino después la llamada docena trágica, cuando el panismo, ya sin caretas, le dio vuelo a la hilacha.

Muchos caímos en la trampa hace seis años y arrimamos el hombro para que Enrique Peña Nieto pusiera la direccional retórica a una izquierda –que no era tampoco muy exagerada, pero nos resultó más papista que el Papa; es decir, más neoliberal que cualquier otro. De hecho, traicionó al partido tricolor en cuya plataforma de principios nunca creyó. Así quedó demostrado con el sucesor que trató de imponer.

Ante la derrota del primero de julio, se quitó la careta: recuérdese la primera página de La Jornada del 24 de agosto, cuando declaró que el PRI tenía que cambiar de nombre y de esencia. Le faltó sólo afirmar que también de colores, es decir, que además se desmexicanizara… pero de ello se encargó la señora Ruiz-Massieu y Salinas de Gortari…

Incluso, previamente, Enrique Ochoa Reza, su hombre de paja al frente del PRI, llegó a plantear a sus dirigencias regionales que convocaran a votar por Ricardo Anaya a efecto de evitar que AMLO ganara la Presidencia de la República.

Recuerdo que en Jalisco, y en varias partes más, lo mandamos a donde era debido y el resultado fue que lo corrieran, aunque sin chamba no se quedó.

Lo cierto es que la mayoría de los priístas, a la postre, votó por López Obrador, en quien encontraron pervivencia del antiguo éxito del nacionalismo revolucionario, es decir, la socialdemocracia autóctona.

Haiga sido como haiga sido”, el caso es que muchos nos sentimos traicionados de manera flagrante por Peña Nieto y su camarilla, empezando por el tal Videgaray y su abyecta relación con la Casa Blanca…

Lo mismo que de 1877 a 1911, pasaron unas tres décadas y media. Pero la gran diferencia fue que entonces era prácticamente una sola figura la que guió al país por el camino neoliberal a ultranza y ahora resultó ser una carrera de relevos.

Lo malo es que, si seguimos con las comparaciones, habrá que recordar que no fue sencillo el cambio de régimen entonces y que, seguramente, tampoco lo será ahora. En 1913, por ejemplo, emergió la figura levantisca y torva de Victoriano Huerta que contribuyó a complicar mucho las cosas. Esperemos que nadie quiera ponerse sus zapatos ahora, aunque ya han surgido voces, tímidas por el momento, que sugieren su presencia.

En vez de ofrecer una oposición responsable y constructiva conforme a las normas democráticas, hay gente que, tal vez por la excesiva suciedad de su conciencia, no está dispuesta a reconocerle al presidente López Obrador ni una sola coma bien puesta.

Cabría sugerir que se leyera previamente la referida plataforma de principios del Partido Revolucionario Institucional que, por cierto, muchos de sus dirigentes parecen desconocerla también.

Hay un deseo nacional de que se haya acabado este neoporfiriato, pero lo cierto es que le quedan muchas agallas todavía. La fiera está herida, por lo cual puede resultar más peligrosa e irracional.

Fuente: La Jornada

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