Preguntas sobre la mariguana al presidente

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Por Sabina Berman

Señor presidente, ¿se ha enterado que la DEA dejó de perseguir la mariguana?

Entre los mil pendientes a los que le enfrenta la Guerra contra las Drogas, ¿ha reparado usted en que el director de la DEA, Chuck Rosenberg, instruyó a sus agentes “concentrar sus esfuerzos en perseguir el tráfico de opiáceos y de heroína”, drogas más duras, más adictivas, cuyo consumo ha ido en escalada en Estados Unidos, hasta volverse una verdadera plaga, en especial en las clases medias?

Antes de revisar las cuentas de la semana relativas a los muertos en la Guerra contra las Drogas, antes de palomear la estancia del Ejército en ciudades de tráfico de drogas, antes de firmar la compra de nuevos helicópteros para la policía anti-cárteles, ¿no sería bueno que usted y su gabinete recapacitaran?

¿No sería de sabios que se reunieran alrededor de una mesa ovalada y se detuvieran en la certeza de que la razón principal de la Guerra contra las Drogas acaba de disolverse?

Disolverse como el gato de Alicia en el país de las maravillas: acaba de volverse humo azul.

Porque la razón principal de esta guerra, como usted sabe, señor presidente, desde su arranque en el siglo pasado y durante su continuidad hasta el día de hoy, fue la presión del gobierno estadunidense para que en México se persiguiera y aniquilara el tráfico al norte de la temible, y de pronto ya no tan temible, hierba.

Desaparecida esa exigencia de Estados Unidos, ¿qué hará en consecuencia México, señor presidente?

¿Reiterará usted lo que declaró al inicio de su sexenio: Legalizar la mariguana es el camino fácil?

¿O simplemente declarará: No es la mariguana lo que ahora importa, ahora perseguiremos el tráfico de opiáceos y de heroína, de los que nuestros traficantes mexicanos también se ocupan, y por esta única razón: porque eso es lo que ahora nos exigen nuestros vecinos del norte?

¿No valdría la pena preguntarse, señor presidente, si México debe otra vez seguir mansa y ciegamente los dictados de Estados Unidos, en lo que se refiere a las políticas contra narcóticos?

¿No valdría la pena, por una vez, escuchar lo que en México dicen nuestros pensadores y expertos, antes de doblarse a lo que dicen los policías y los políticos estadunidenses?

¿No es el momento de legalizar ya, ahora, ahora, ahora, la mariguana en México, y al mismo tiempo poner en duda la necesidad de perseguir el tráfico de las drogas fuertes?

¿No valdría la pena percatarse de que el consumo de opiáceos y heroína en México ha tenido un repunte apenas mínimo, incomparable con el repunte en EU, y que la adicción a estas drogas duras no es un problema de calibre en nuestro país?

Presidente: ¿No es tiempo de romper la tradición de cobardía de los gobiernos mexicanos y declarar la verdad evidente? El consumo de alteradores de conciencia, duros o suaves, siempre ha sido un problema estadunidense, nunca mexicano. Nuestros problemas han sido y son con la realidad, no con sus alteradores.

Nuestro problema es la pobreza. Nuestro problema es la falta de un sistema de justicia. Nuestro problema es la criminalidad generalizada.

Nuestro problema es la ingobernabilidad.

Presidente: Si le da rabia descubrir que los muertos de México en la Guerra contra las Drogas han sido en vano, una rabia que es del todo natural, si le da rabia descubrir que la destrucción del país ha sido en vano, si le da rabia que la Guerra contra las Drogas acaba de perderse y que esas víctimas y esa destrucción pasarán a la Historia como consecuencias de la idiotez, ¿no le da rabia de antemano pensar en los mexicanos que morirán en la guerra contra la heroína y los opiáceos?

Olvídese de El Chapo durante unas horas, presidente, y considere si no es tiempo de deslindar en México el tráfico de drogas de la criminalidad seria –el asesinato, el secuestro, el robo, la corrupción–, y recolocar los esfuerzos en abatir el crimen serio.

Olvídese durante algunas horas de lo que usted ha nombrado “las buenas relaciones con nuestros vecinos americanos”, y considere si no es momento de cuestionar sus términos y poner en la mesa de negociación nuestros intereses mexicanos.

Fuente: Proceso

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