Los perdedores

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Por Raymundo Rivapalacio

El año que cierra trajo muchas derrotas consigo. Algunas tan relevantes como la de Andrés Manuel López Obrador, cuyo segundo intento fallido por la Presidencia terminó de romper la frágil alianza que mantenía con el PRD y decidió emprender el nuevo camino de formar un nuevo partido que lo postule en 2018. Otro fue Marcelo Ebrard, quien se fue apagando en la agonía de su gestión como jefe de gobierno en el Distrito Federal. Uno indiscutible es Felipe Calderón, quien como ciudadano va a enfrentar una persecución internacional, en las cortes y las calles.

Otras derrotas fueron menos obvias, pero no menos importantes. La más visible, al cierre del año, fue la de la maestra Elba Esther Gordillo, que tras liquidar la alianza con los gobiernos panistas, que le dio dos sexenios de privilegios, pactó con el PRI y Enrique Peña Nieto. Como presidente no fabricó un nuevo quinazo –el arresto de Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, a los 41 días de iniciar el gobierno de Carlos Salinas– para legitimarse, pero con su Reforma Educativa le mostró la puerta de salida para un retiro, en la medida de lo posible, digno.

La frialdad con la que manejó Peña Nieto este principio del final de casi un cuarto de siglo de poder, parece inspirado en la racional que utilizó con otro de los grandes perdedores, Alejandro Quintero, el símbolo perverso de Televisa ante los ojos públicos. Quintero, el menos visible de los perdedores, es reconocido como la persona que mejor conoce a las audiencias en México y desde hace tiempo encapsuló la política en paquetes comerciales para trabajar electoralmente a partir de las personas, no de los programas. Es decir, vendía candidatos al público como, le gustaba decir a los suyos, Peña Nieto.

El nombre de Quintero se convirtió en una divisa de uso común para mostrar la perversidad de la publicidad política en televisión. Reportajes en la prensa internacional recogieron viejas denuncias de medios mexicanos que dibujaba la forma como Quintero vendía publicidad en forma de información. Fue también protagonista anónimo en varios cables divulgados por WikiLeaks, en uno de los cuales en 2009, diplomáticos estadounidenses apuntaron que “es ampliamente aceptado que el monopolio televisivo de Televisa apoya al gobernador (Peña Nieto) y le da un extraordinario tiempo al aire y otro tipo de coberturas”.

Todas esas imputaciones afectaron a Peña Nieto, quien desde que esas acusaciones salieron por primera vez hace casi cinco años en Proceso, le dijo a sus cercanos que eran mentiras. El problema siempre fue de percepciones, y le costó al presidente. Pero fue peor para Quintero, quien casi fue despedido en agosto como vicepresidente de Comercialización y Marketing, y que en la actualidad, de acuerdo con funcionarios del nuevo gobierno, está totalmente marginado de todo convenio que se firme con Televisa.

Pero si la caída de Quintero fue vertical, la de Ernesto Zedillo fue asombrosa. Durante la campaña presidencial, Zedillo era de todos los ex presidentes quien tenía más ascendencia indirecta sobre el equipo de Peña Nieto. Sus incondicional Liébano Sáenz, estaba en el cuarto de guerra; otro muy cercano, Santiago Levy, había escrito parte del libro que publicó el entonces candidato; Guillermo Ortiz se encontraba cerca en los asuntos financieros. José Antonio González se le metió personalmente a Peña Nieto, como también Roberto Miranda, que fue jefe del Estado Mayor Presidencial de Zedillo, y hasta uno de los mejores amigos cercanos del ex presidente, Jaime Camil, se hizo íntimo del futuro presidente.

Salvo Camil, que sigue como gran amigo de Peña Nieto, nadie más quedó en su entorno cercano. El caso más simbólico es el de Sáenz, quien fue el único de los integrantes del cuarto de guerra que se quedó sin cargo en la nueva administración. La influencia de Zedillo desapareció de manera aún no explicada, lo que no es el caso con otro de los grandes perdedores del año, Arturo Sarukhán, embajador en Estados Unidos.

Gran diplomático, Sarukhán debió haber sido el canciller de Felipe Calderón, pero el ex presidente decidió utilizarlo para la segunda parte de su gobierno. Cuando el tiempo llegó, decidió no hacerlo por no perder la relación con el presidente Barack Obama, con cuyo equipo Sarukhán había forjado una amistad personal desde los tiempos en que nadie apostaba por el entonces senador. El embajador, sin embargo, hizo lo que algunos diplomáticos afirman equivocado: rompió la institucionalidad. En varis giras por ese país acompañó a Alejandro Poiré, en sus diversas modalidades como funcionario de Calderón, para desprestigiar al PRI y construir la idea de que una victoria de Peña Nieto era un regreso al pasado y a la negociación implícita con el narcotráfico.

La campaña de Poiré se tuvo que enfrentar con una contra campaña política y de relaciones públicas, pero la molestia contra el ex secretario de Gobernación, se trasladó a Sarukhán. El embajador ha dicho varias veces en privado que él nunca fue más allá de lo que su trabajo lo obligaba, y negó haber participado jamás en una campaña de esa naturaleza. No le creen. Cuando fue Peña Nieto a Washington como presidente electo, eliminó por completo a Sarukhán de la comitiva que habló con el gobierno. El embajador sabía meses antes de la toma de posesión, que no tendría lugar en el nuevo gobierno, y abrirá una consultoría en Washington, donde se quedará a vivir.

Finalmente, quien después de dos meses en el extranjero regresó a México, fue Josefina Vázquez Mota. Pero en las antípodas de López Obrador, no se reinventó. Con el descrédito del presidente Calderón dentro de su partido y el choque interno por el liderazgo nacional, Vázquez Mota tenía la oportunidad de quedarse al frente de él y reconstruir su vida pública, pero no lo hizo. Sigue pensando en qué hacer, y quiere anunciar en enero lo que decidió. Todo lo que haga será, quizás, muy tarde.

A diferencia de todos los perdedores, ella sí tuvo su futuro en sus manos y no lo supo ver.

La única persona de quienes salieron derrotadas en este año, aumentó sus pérdidas por errores de diagnóstico y ejecución. En su caso, como nadie más de los perdedores, ella fue derrotada dos veces, por sus adversarios y por ella misma.

Fuente: El Diario

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