Por Viridiana Ríos
Los analistas llaman a AMLO un “fenómeno sociológico”.
López Obrador no sólo ha logrado hacer subir su aprobación como la espuma, sino que incluso ha trastocado indicadores económicos de confianza de forma histórica.
Tal y como mencionó Enrique Quintana, mientras que la discusión en redes sociales hace pensar que estamos al borde de una crisis, la realidad es mucho muy diferente. La confianza en que la economía mejorará el próximo año ha aumentado en 32.7 por ciento, un cambio que, Quintana enfatiza, “no tiene precedente en las mediciones”.
Los analistas se encogen de hombros y se preguntan, como lo hace Salvador Camarena, ¿dónde quedaron las voces de la disidencia. “¿Dónde están?”, dice Salvador, “aquellos empresarios y políticos que durante largos años (…) sostuvieron que la posibilidad de que López Obrador se hiciera con la presidencia significaría un enorme retroceso”.
Pues no están. O al menos, no pintan en las encuestas. Quizá porque siempre, de por sí, tuvieron voces más ruidosas de lo que, realmente, fue su músculo político y movilizador.
Así, para muchos, no queda más que especular “si López Obrador y su gobierno mantendrán ese ritmo”, como dijo mi querido amigo Alejandro Moreno. O, como han hecho otras voces más conservadoras, simplemente comenzar a especular cuándo le pasará a AMLO lo mismo que le pasó a la coalición ganadora durante la revolución rusa.
Todo este debate bizantino de especulaciones interminables, me parece, pierde de vista un punto que es absolutamente fundamental para entender lo que pasa: el gran éxito de AMLO no es lo que hace o deje de hacer, es que la alternativa, esas ideas y candidaturas que la élite abraza y extraña, le causan roña a la gran mayoría de los mexicanos.
El éxito de AMLO es espejo del fracaso de la oposición por tener un músculo democrático. Y ya. Denles las gracias a ellos.
El Reforma, por ejemplo, para mí uno de los bastiones más fuertes de oposición democrática contra AMLO, está cometiendo un error de primaria: cobrar por su suscripción.
En un país donde pagar una suscripción es un bien de lujo, Reforma abraza un modelo de negocio que le habla al círculo rojo. Un grupo que, de facto, no es suficientemente grande como para moverles un pelo a las encuestas de popularidad de AMLO.
Ese modelo de crear opinión entre el círculo rojo (y rojizo) fue muy efectivo en los noventa para derrocar al PRI porque se le derrocó de arriba a abajo, con los votos de las ciudades, en el nivel federal. Aquel, era un México donde el PRI (y su ala neoliberal) había destrozado la confianza de las clases bajas.
Hoy es diferente. La confianza de los más desfavorecidos, que son mayoría en este país de desigualdades, están con AMLO porque los opinadores del Reforma ya no les dan confianza. Cómo les van a dar, si ya casi nadie de ahí se identifica con nada que se pueda llamar popular. Es más, lo popular, se les hace como sinónimo de ignorante.
La otra oposición, la de los gobernadores, así como va, tampoco va a jalar. Discuten los gobernadores de estados ricos entre sí, con un lenguaje que excluye y atemoriza a los estados pobres. Hablan de hacer cambiar el modelo fiscal, no para ampliar la capacidad del Estado Mexicano de dar resultados, sino para dejar de transferir recursos captados en los estados más ricos, y dárselos a los más pobres. Nuevamente, el discurso de la exclusión y de los favoritos.
Así, la realidad le da todas las cartas a AMLO. Los aciertos que comete AMLO le cuentan a él y los errores que comete la oposición, también. Los errores de AMLO, sin embargo, no le restan puntos. No se los restan todavía porque hoy cualquier alternativa a AMLO, a los ojos del votante, implica que la mayoría siga excluida de la discusión pública y de la democracia.
Fuente: El Financiero